No leo mucho a los premios Nobel de Literatura, seguro que por falta de tiempo y, en todo caso, lo hago a posteriori. Pero me he impuesto, no sé si lo cumpliré, que cada año antes de la proclamación he debido leer algo de algún candidato, por ver si acierto, aunque cabe admitir que en las quinielas no voy a decir que son «habas contadas», pero casi, por lo que no hay demasiado de que presumir en caso de dar en la diana.
En todo caso, este año sí que me llamó la atención la premiada, en algunos casos los nombres me pueden sonar, pero de esta autora coreana ni la más remota idea. Y lógicamente tenía que irme a lo que las redes señalaban como su novela más reconocida.
Confieso que soy muy reticente a leer literatura extranjera, diría que me acostumbré de muy joven a la literatura hispana en general, que es amplia y rica, y mis acercamientos a la literatura en otros idiomas, por muy bien traducida que esté (a veces lamentablemente no ocurre) también supone una barrera cultural, es como si te enfrentaras a una lectura de la que te falta un contexto que no conoces y que te separa del espíritu que ha querido imprimir el autor.
Por suerte no ha ocurrido con esta novela «La vegetariana», primero porque la traducción es correctísima, y segundo, porque el abismo cultural que se nos presume con un país tan diametralmente opuesto al nuestro como Corea del Sur se nos antojaría irresoluble, pero no, precisamente todo el relato es una apelación a la conexión y conocimiento, aunque sea en un inopinado curso acelerado, de lo que es esa cultura coreana con muchos tintes de moderna y occidental, y un punto de ancestral.
Leemos en el prólogo, que también es acertado porque todavía nos contextualiza más, del escritor y guionista Gabi Martínez, que la mujer tiene un papel secundario en la sociedad surcoreana (en la norcoreana quizá rondará lo inexistente o sumiso), por ende, más accesorio que en la cultura occidental, por más que pregonemos una supuesta igualdad o paridad, irreal a todas luces. Pero también nos muestra un país con cierta cultura del bienestar donde se ha arraigado una competencia profesional feroz que desemboca en incrementos espectaculares de los índices de suicidio, y puede que con ello también se nos muestra una tendencia a un mayor consumo de alcohol (la más alta de Asia y una de las más altas del mundo, equiparable con los países del este de Europa y Escandinavia) o también a la mayor dependencia de la alimentación centrada en la carne, rompiendo con la estela de un país, tradicionalmente pobre, durante tres cuartas partes del siglo XX en guerra permanente, y que siempre tuvo su base alimenticia en las verduras. El incremento brutal del nivel de vida ha provocado una sociedad mucho más omnívora y, desde luego, más insana.
Y ahí está Yeonghye, una mujer insulsa, elegida por su marido precisamente por eso, porque no destaca en nada, para perpetuar en ella ese rol secundario, para que sea, de algún modo, esa sirvienta cualificada en el que este hombre esperará, como poco, llevar una vida aburridamente feliz y que la esposa no lo meta en problemas, y también que lo deje en paz cuando el matrimonio se haya vuelto en rutina, haya puesto ese terrible y cotidiano piloto automático. Sin duda, es el espejo de una sociedad que cuanto más avanzada es en más superficial se convierte, como que tiende a deshumanizarse.
Yeonghye no llama la atención, es de esas personas que si un día dejara de existir tal vez la sociedad no se daría cuenta, nada ha aportado, no deja poso, no hace ruido, casi no existe, es irrelevante. Existe nada más que para su marido y los suyos, y ni eso.
Así que un día, sin causa concluyente, decide dejar de comer carne, así del tirón. Yeonghye inicia una radical y profunda transformación de su vida; y ahí es donde el libro, con unos mimbres que nos podrían parecer muy livianos, se convierte en una sorpresa literaria increíble, es ágil en su narración y en su lectura; y lo mejor de todo para mí, es de esos libros que tampoco querrías que terminaran nunca.
Hay una cuestión de base muy evidente, la decisión de ser vegetariano, aún nada fácil de ejecutar pese a que somos una sociedad moderna, encontrar opciones vegetarianas en todos sitios es en muchas casos ni una posibilidad. Hace poco estuve haciendo el Camino de Santiago nuevamente y sí que podría haber sido vegetariano todo el tiempo, pero comprometiendo mi planificación, tendría que haber llevado siempre provisiones encima o comprar durante el trayecto, y si quería pararme para comer algo elaborado y contundente en muchos casos la alternativa era ninguna, carne o carne.
Nuestra sociedad sigue sin estar preparada para un vegetarianismo en masa, ni siquiera para un vegetarianismo puntual, en todo caso, la opción flexitariana es una solución de compromiso, que es la que yo adopto hoy, como anticipo para tiempos mejores y más bonancibles de un cambio de la estructura de nuestra sociedad del bienestar (que está claro que está muy lejos de ser cercana al bienestar mientras sea tan insana) tanto en sus ideas como en sus estructuras de producción y servicios. Y, aunque sea desviarme del libro, sin ser un apologeta de lo vegetal ni un detractor de la carne, es innegable que somos demasiado dependientes de todo lo animal y nos estamos cargando el planeta, entre otros aspectos, por la ganadería intensiva.
Así que Yeonghye ha despertado un día y no quiere comer más carne, pero también ha decidido dejar de ser la esposa sumisa, secundaria, postrada y casi frustrada ante una vida sin alicientes, una vida sosa, con un marido irrelevante y con un trabajo prescindible. Y hasta ahí todo bien, que puede ser vegetariana y que ya es un enfrentamiento con todos los que te rodean (eso inevitablemente lo vemos en nuestra sociedad, yo, cuando reclamo que no quiero comer carne hay alguna persona que pone pegas, y que te señala que no lo estás haciendo bien, casi que no eres una buena persona), pero su decisión es más radical.
Más allá de esa determinación, Yeonghye tampoco se alimenta bien con lo bueno y mucho que hay como opciones vegetarianas, porque su apuesta es mucho mayor, es un trascender, es una ruptura, es la conjunción de muchos años acumulados de vivencias y sueños, y se trata de no comer carne y después de comer menos, en un tránsito, diría que sorprendentemente poético hacia un estado vegetal.
Y claro que la familia no lo ve con buenos ojos, primero su marido, y después sus padres, particularmente su padre, en una demostración más de una sociedad fuertemente patriarcal, que no eludirá el castigo físico aunque su hija sea toda una mujer hecha y derecha.
Lo curioso es que la protagonista no es la narradora, en una especie de tríptico narrativo, Han Kang nos hace un recorrido por tres percepciones muy distintas mientras vemos el recorrido vital de esta joven chica que ha decidido romper con todo. En la primera parte es su marido el que nos cuenta cómo se enfrenta a ese cambio drástico que pone en riesgo su matrimonio, y que efectivamente termina en ruptura, postura egoísta y de huida hacia delante, lo cual precipitará con toda seguridad el deterioro de su exesposa.
Han Kang, galardonada con el Nobel de Literatura 2024 |
Posteriormente será su cuñado, un videoartista, en una genial fantasía poética, el que descubrirá en Yeonghye un sentimiento de primitivismo insuperable, una sublimación del arte desde los cimientos de la naturaleza y que terminará definitivamente en una explosión de sensualidad y de sexo inimaginable. El sexo de este libro es de lo más sutil pero también de lo más brutal que he leído desde hace mucho tiempo. Y a todo esto Yeonghye ha empezado a dejar de ser ella y se está convirtiendo en una proyección de la naturaleza misma.
Y la tercera parte, tras el episodio anterior, que ha devenido en el divorcio de su cuñado y su hermana mayor Inhye, es la parte en la que esta asiste al total deterioro físico y cognitivo de Yeonghye ya internada en un sanatorio y que se evidencia que ya ha querido dejar de ser de este mundo.
Inhye representa el aterrizaje de todos los sentimientos de su hermana en ella misma, es otro malabarismo poético con los que nos quiere hacer jugar y reflexionar a la par esta novelista. Inhye se resignará a ver cómo su hermana se va apagando, porque es la personificación de un mundo tóxico en el que el ser humano no es más que un número, a veces ni eso, es un ente anónimo al que la sociedad exprime y que no hace nada por darle la importancia que cada persona debe tener en un mundo donde se nos supone adalides del bienestar social.
Yeonghye se sigue rebelando, como si fuera su último acto humano, ante la imposición de una sociedad que no la deja evolucionar como ella quiere, o involucionar. Es una rebelión de esa chica anodina cuyo cénit será precisamente su degradación. Se muere, lo sabe, pero ¿quién no?, solo que ella ha decidido cuándo.
En definitiva, una bella novela que merece una reflexión muy profunda y que hacen de esta novelista, sin haber leído mucho más de ella, una digna galardonada con el Nobel.
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