Siguiendo con cierto propósito personal de nuevo año, que no es de nuevo año porque ya me lo había propuesto casi sin pensarlo antes de que terminara el anterior, de leer diez novelas seguidas escritas por mujeres, como una manera (vana) de desentrañar lo que se esconde en la mente femenina, llegó esta novela a mí de una forma curiosa, casi antinatural.
Como si me hubiera instalado en una máquina del tiempo conocí este libro antes de que se hubiera escrito, y claro, esto es una completa entelequia; en realidad aterricé en un pódcast (antiguo) de un espacio literario de una radio generalista y se comentaba este libro como una novedad por venir en 2023, y el pódcast lo había escuchado en diciembre pasado.
Simplemente me pareció interesante el título y hasta el nombre de la autora, y obviamente accedí a este libro que era lógico que ya se hubiera escrito. Eider Rodríguez, escritora vasca, y lo más curiosa es que es una novelista que escribe en euskera, de hecho ella se dedica profesionalmente a la enseñanza como profesora de Lengua y Literatura de la Universidad del País Vasco, debo deducir que de lengua vasca.
La maravilla del euskera es que no se parece a casi ninguna lengua del mundo, he escuchado que tiene algunas palabras en común con el árabe o con el armenio, y en todo caso, tiene al castellano como lengua de referencia cuando de nuevas palabras se trata. Pues siendo dos idiomas tan extremadamente diferentes, hay que haberlos mamado desde chico profundamente ambos de tal forma que la traducción del uno al otro no suponga ningún salto al vacío. Eider, que es la traductora de su propia novela, demuestra que para poder escribir bien y traducir bien en ambos idiomas hay que tener un amplísimo conocimiento de los dos, lo cual es una perogrullada pero conviene anotarla, por tanto, teniendo una buena historia si está bien escrita, como es el caso, gana mucho más.
En «Material de construcción» nos encontramos con una historia que, al inicio, sin más datos, no sabes si es una invención, una ficción, pero a medida que avanzas ya vas apreciando que Eider (nótese que no lleva ninguna tilde este nombre de mujer, porque el euskera es tan jodidamente bello que, aparte de no disponer de tildes, en la pronunciación de una palabra no hay una sílaba que tenga más fuerza que otra, acento intensivo, se pronuncia de una forma un tanto «plana» por así decirlo) escribe su propia historia, la de ella y su familia, la de una empresa de materiales de construcción que no es más que el esqueleto del material con el que ella va construyendo su propia existencia.
Es una historia terriblemente conmovedora a medida que vas pasando páginas, lo que empieza siendo una historia familiar cualquiera se transforma en un conmovedor drama en el que la autora se desnuda completamente, saca sus miedos, sus sentimientos, sus remordimientos…, imagino que no habrá tenido que ser fácil para ella, sí escribir la historia, pero seguro que alguna lágrima habrá tenido que derramar cuando haya tenido que rememorar sus vivencias.
Y es que la empresa, como digo, no es más que un artificio, sí que existía y como negocio familiar se erige en elemento vertebrador de la vida de sus protagonistas que es una empresa que comercializaba materiales de construcción: azulejos, baldosas, ladrillos, baños, grifería…; empresa en la que trabajan sus padres, y donde su padre, aun siendo un negocio compartido con sus hermanos, lleva el peso de la misma.
La historia parte del presente, a su padre le ha dado un ictus, y la cosa no pinta bien, no está en una edad que podamos decir que le toque morir, si es que está escrito en algún sitio cuándo es nuestra hora, aunque sí la edad no tan avanzada como para que se considere algo normal por la esperanza de vida en nuestro país. Es el presente, finales de 2018, Eider está en el hospital y su padre está en una cama, ahí comienza a contar la historia de su padre y la historia de su propia vida.
Y la historia es terrible porque es la historia de un padre que es bebedor, que es alcohólico, hasta límites insospechados, hasta el límite de la degradación más absoluta del ser humano. La autora no se anda con subterfugios, va al fondo del asunto, no elude los epítetos, no evita las escenas desagradables. Su padre era un buen profesional, un buen trabajador pero con ese gravísimo problema personal con el que toda la familia tuvo que convivir, y fue muy duro.
Podría parecer que nuestra protagonista se libera contando esto, probablemente sea así, casi es una manera de venganza, quizá de enseñanza para gente que se encuentre en similares circunstancias y que no abordó la situación como se debía. En definitiva, puede dar la sensación de que es una forma de reprochar a su padre el estilo de vida que llevó.
Pero no, mientras Eider va haciendo conexiones con el pasado, ya digo, terribles vivencias a las que se tuvo que enfrentar su familia, su padre también se va apagando en el presente, ya demasiado tarde para sanar, empieza a perdonar; el abordaje de su historia familiar tiene un punto de conmiseración, de entresacar las múltiples virtudes de un hombre aunque nunca se le pudo considerar mala persona simplemente vocación enfermiza por la bebida, y todo ello se convierte en hacer las paces con ese padre que seguro que no estuvo a la altura de las circunstancias.
También es un repaso al País Vasco convulso de hace unos treinta años, y Eider no elude pero tampoco mete el dedo en la llaga, no es que sea políticamente correcta, pero narra su visión desde una objetividad casi wikipédica, con un horizonte de documental donde la novelista no ha querido más que mostrar una fotografía sin intentar dogmatizar.
La novela, casi autobiografía, casi ensayo, es a la par una corriente de aire fresco pero también un bofetón hacia nuestras conciencias, un magnífico relato de una vida aparentemente feliz y anodina a la vez, corriente como cualquiera de las nuestras, pero con una mochila de dolor detrás profundamente hiriente. Aun así el libro es de una belleza poética increíble, una escritora magnífica.
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