"EL VERANO EN QUE MI MADRE TUVO LOS OJOS VERDES", DE TATIANA TIBULEAC

Tampoco sé cómo llegó este libro a mis manos pero sí que puedo saber más o menos el porqué, desde algún tiempo voy intentando optimizar mis lecturas, partiendo de la base de que hay una batalla perdida de antemano que es la de que no voy a poder leer en mi vida ni los libros que tengo en mi poder ni los que me gustaría, así que si veo buena recomendación de la gente a la que sigo en redes y una razonable crítica favorable del libro, me apunto a caballo ganador.

Y es que fue todo un impacto en la literatura europea cuando Tatiana Tibuleac, esta moldava afincada en París, sacaba su primera gran novela. Por otra parte, una novela escrita en rumano que nos abre el abanico y la mente de que se escriben buenos relatos en cualquier idioma, simplemente se trata de buscar y, por supuesto, de encontrar una buena traducción, y esta es impecable, la de la bilbaína Marian Ochoa de Eribe.

Me ha vuelto a suceder como me ocurre con otras novelas y otros libros que estoy leyendo que, por su densidad, su tamaño o su temática, los leo con más lentitud, poco a poco para no aturullarme, porque tampoco pasa nada si dejas el libro en la mesita por unos días porque puedes cogerle el hilo, y con este libro pasa todo lo contrario o al menos no tiene las características de lo anterior. Esta novela es breve, intensa y envolvente, de esas que te cautivan casi desde la primera página y necesitas terminar, la devoras, de hecho no me ha durado ni tres días.

Recuerdo mucho el inicio, porque es potente, tan potente que marca el resto de la novela, lo transcribo tal cual: «Aquella mañana en que la odiaba más que nunca, mi madre cumplió treinta y nueve años. Era bajita y gorda, tonta y fea. Era la madre más inútil que haya existido jamás». Esta es la carta de presentación de Aleksy, un joven que termina el curso en una escuela, aunque iremos deduciendo que se trata de un sanatorio o un centro psiquiátrico, pues este sufre alguna enfermedad mental que le obliga a ese internamiento con cierto control y tratamiento médico.

Probablemente esa despectiva dedicatoria inicial a su madre sea consecuencia de ello, de que no le perdone que lo mandara a ese internado. Para ese verano, no sabemos a priori si como una forma de congraciarse con su hijo, su madre le prepara unas vacaciones en un pueblito rural de Francia. Ellos son ingleses de ascendencia polaca, de clase media. En él se hace referencia a la abuela de Alexsy, aún viva, y que regenta una tienda de ultramarinos, es un personaje importante que está latente a lo largo de todo el relato.

Esas vacaciones comienzan a ser especiales, Aleksy va poco a poco suavizando la tensión con su madre, va soportándola, va hasta entendiéndola y finalmente la va a perdonar y la va a amar. Y es que al poco de estar allí su madre le confesará que se muere, que tiene cáncer y que está en el tiempo de descuento, cada día es un regalo y lo quiere disfrutar pensando en lo cotidiano, porque pensar en morir es antinatural, se sufre cuando se piensa y gastamos mucha energía en ello.

No se percibe que sea una situación forzada, su madre no hace más que comportarse como es, y es cuando Aleksy descubrirá que su madre en más normal y más espiritual de lo que a él siempre le pareció. Es cuando irá desnudándose a él mismo y tomará conciencia de cuál ha sido su vida y la de su familia. Su madre estará marcada por dos hechos fundamentales que averiguaremos, al que se une el no menos trascendente de la enfermedad de su hijo. Por un lado está el divorcio de su marido, un tipo que no se portó nada bien con ella y que la obligó a reinventarse y, por otro lado, la muerte de Mika, su hija y hermana de Alexsy; muy probablemente la muerte de la pequeña fuera el detonante de los desórdenes psicológicos de su hijo.

El libro se va convirtiendo en pura poesía, en una introspección en los personajes, en ese acercamiento entre madre e hijo, en el descubrimiento de la belleza interior y exterior de cada uno. En este sentido, el título del libro hace referencia a ese viaje casi iniciático en el que Alexsy descubre la belleza de su madre, cada día con unos ojos más verdes, más brillantes y con más vida en contraposición con esos días que le van quedando y que quiere paladear con experiencias mundanas pero entrañables, esas que nos hacen más humanos, más sensibles y más llenos de todo lo que nos rodea.

A medida que va avanzando la trama vamos asistiendo a ciertos saltos en el tiempo, el pasado de Alexsy en su retiro educativo-salutífero, una relación de vaivenes con su padre, el recuerdo de Mika y también vamos conociendo cómo será el Aleksy del futuro, ya sin su madre, un hombre más equilibrado, aunque marcado por ciertas crisis que le sumen en vicios poco recomendables como las drogas, y lo más trascendente es que se revelará su vena artística dedicándose profesionalmente a la pintura, con gran éxito.

Ese verano termina por resultar entrañable, se imbuyen a tope en la cotidianidad del pueblito francés que los adopta, apareciendo personajes que parecieran haber convivido con ellos toda la vida. Gente que los ayuda, una chica de la que se enamora Alexsy (su primer amor), otros que servirán de nexo entre un pasado oscuro y un futuro brillante, verde esperanza si se quiere, como los ojos de su madre.

Y ahí, en ese congraciarse con su madre y con la humanidad, Aleksy ya ha ganado mentalmente más que todos esos años de internamiento, cumple con su madre, la ama, ve que cada día es más guapa, más increíble, que sus ojos verdes irradian toda su existencia y se siente feliz. Triste por saber que la va a perder, pero feliz porque sabe que su madre dejará este mundo sabiendo del amor de su hijo, de la persona a la que más quiere.

Todo un relato de esperanza, un magnífica prosa poética en algunos capítulos, y una sorprendente revelación para mí, que tengo un título de una novela real insertada en mi acerbo pretérito: «El verano en que mi amor tuvo los ojos verdes», y como dijo aquel «Más vale haber amado que nunca haber amado».

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