CAMINO DE SANTIAGO "EL FRANCÉS DESDE PAMPLONA PONFERRADA" Y "EL CAMINO DE INVIERNO". VIAJE INICIÁTICO III

Pues llegó la hora, llegó el momento, casi paladeando el Camino de Santiago que hice a finales de enero de 2024, mis circunstancias vitales me lanzaron a otro Camino en la segunda quincena de noviembre del mismo año. Dos en un año más otro anterior que había hecho apenas unos meses antes del primero, con lo que en apenas quince meses he completado tres Caminos.

Y sí, llega la hora algunas semanas o meses después de haberlo terminado, y sí, porque el reto esta vez era bestia y porque de tantísimas cosas vividas podría llenar páginas, por eso necesitaba un tiempo de reposo de recuerdos para olvidar los intrascendentes (muchos por las muchas horas de travesía), necesario el borrado natural para que no te explote la cabeza, y para que quedaran en la superficie los buenos, la esencia, que aun así son también muchos e intensos.

Tercer Camino y por qué, no quiero parecer demasiado pretencioso ni dar a entender que los derroteros de mi vida provocan estos viajes, pero le estoy cogiendo el gustillo, y todo el mundo tiene una razón para hacer el Camino, yo también, y este tercero también. Pues lo primero por la naturaleza, el constante contacto con ella es reparador. Lo segundo por el laberinto, laberinto domesticado del que uno prefiere recibir información limitada cada día para que lo que se viene cada día sea, de algún modo una sorpresa; y no se me ocurre mejor sitio en este momento de la vida, cuando no hay un plan mejor para pasar mis vacaciones que irme solo a hacer turismo aunque sea volando por esas trochas de Dios. Lo tercero por el viaje interior, por el reto, por tantos y tantos ratos en solitario, enfrentado al Camino de Santiago de verdad y al camino de la vida, más importante este último, luchando por derribar el plan diario, para que tu mente someta a tu cuerpo, llevándote bien contigo mismo para que tus pensamientos se apacigüen. Y cuarto por las razones privadas que han impulsado este nuevo viaje iniciático, mi vida después del segundo Camino se tornó en una montaña rusa de emociones, subía y bajaba, subí mucho y bajé tanto, que porque no creí merecerlo, porque uno tiene su ego, estaba ya tan en el fondo antes de iniciar este tercer Camino, que quería que esta fuera la catapulta que me volviera a proyectar, y lo está haciendo, quiero pensar que en esa montaña rusa de la vida, necesariamente debo estar subiendo.

Por cierto que he escrito «volando» porque he afrontado el reto físico más bestia de toda mi vida, probablemente sea el más importante de mi vida y que no podré igualarlo y ni mucho menos superarlo, por edad, por tiempo y por circunstancias. Sé que es difícilmente repetible. De hecho, lo hice porque estaba en la brecha, era ganarme a mí mismo, incluso era un poco autoflagelación, pero si lo pienso o si lo hubiera planeado con tiempo no lo hubiera afrontado.

Ya he hecho el Camino por tercera vez y sin considerarme un experto ya he conseguido una soltura más espiritual que física, el Camino me aporta más a la mente que al cuerpo. Cuando haces el Camino estás escribiendo un libro, cada día varias páginas nuevas de las que no tienes ni idea a priori de lo que contendrán. Y lo bueno es que sabes sí o sí, que te vas a encontrar historias, que vas a conocer a gente, y también sabes que mucha de ella tiene vidas detrás inspiradoras, motivadoras, insólitas en algunos casos. No puedo decir que sea milagroso encontrar a determinadas personas, porque el Camino da para ello, pero todo es tan extraordinario que si no es milagro es muy serendípico.

A alguna gente le digo que si tienes un problema y tienes los redaños para viajar solo, para caminar solo tú contra el sendero y contra ti mismo por aquello de que tienes que estar muchas horas pensando, pues el Camino se convierte en tu mejor psicólogo o psiquiatra. Para mí es tremendamente energizante, me pone las pilas, sobre todo cuando acabo me transforma, me llena, me da fuerzas por mucho tiempo, es el beneficio del recuerdo nuevo; la lástima es que yo, como muchos, lucho por eludir la rutina, y al final esta es implacable, y me digo que tendría que volver al Camino cada dos o tres meses, es imposible.

El Camino también tiene esa parte primitiva, un tanto salvaje, vas con tu casa a cuestas, tu mochila rayana en lo minimalista, y es cuando asumes que lo más importante de tu vida es lo que eres, no lo que tienes; vas con los justo, una poca ropa, una poca comida, poco más, lo relevante eres tú como persona, como ser desnudo, lo que cuenta es lo que llevas en tu interior.

Tenía días y tiempo pero tampoco era ilimitado y la idea inicial era, como digo, algo épico pero no temerario; quería salir desde Pamplona, ir rápido, llegar a León, hacer el Camino Salvador (de León a Oviedo, dura ruta de montaña) y ahí la capital ovetense tomar el Camino Primitivo, pero luego me acongojé un poco y ahora lo explicaré.

No llegué a calcular al término de este viaje los kilómetros que hice pero sabía que eran muchos entre 700 y 800, ¡en 16 días!, en la Oficina de Recepción del Peregrino, en Santiago, me calcularon oficialmente 761 km, pero quería llegar hasta mi blog para hacer un cálculo doble sobre la marcha, el que marcan las etapas oficiales (considerando que hice algunas modificaciones mínimas) y el que marcó mi aplicación de control de kilometraje (y pasos), que es Strava, creo que bastante conocida. En todo caso, mi planteamiento inicial manejaba la idea de hacer cada día dos etapas oficiales, con lo que podía irme de media diaria a los 50 km. A posteriori me arrepentí de no haber empezado en Saint-Jean-Pie-de-Port, cuatro etapas oficiales y dos días más para mis piernas.

El pasado 13 de noviembre comenzó todo, desde Linares tomé un autobús urbano hasta la mítica aunque venida a menos Estación Linares-Baeza, desde allí a Madrid Atocha, ahora retitulada como Almudena Grandes. Mientras hacía el cambio de terminales que es algo agobiante para un chico de provincias, casi de pueblo, como soy yo, por tanta proliferación de señales y tanta gente, llegué al tren que me llevaría a Pamplona. Comí sentado en un banco enfrente del vagón que me llevaría a mi inicio del Camino, ya en el tren me di cuenta de que había perdido algo, y justo perdí una prenda similar a la que perdí en mi Camino anterior, todo un símbolo involuntario, lo cual es sorprendentemente casual, de que estaba cerrando una nueva etapa de mi vida.

Pamplona me esperaba ya de noche, en el trayecto hacia el albergue que había elegido pude evocar aunque fuera de manera fugaz el recorrido de los universales Encierros que tantas veces vi en la tele: la salida de los toros, la pequeña figura de San Fermín, la cuesta de Santo Domingo, Ayuntamiento, Estafeta, Mercaderes… El albergue era cuqui, con literas pero como una especie de nidos al estilo japonés, había asiáticos pero no japoneses, había surcoreanos, unos auténticos enamorados del Camino, pasión es lo que hay en el país por este emblemático viaje interior. Allí pude hablar con el único español que allí había, se llamaba Fermín, ¡qué casual!, vivía allí, era pamplonica y desconozco que complejas circunstancias le han llevado a tener por morada ese albergue.

Etapa 1, 14 de noviembre. De Pamplona a Estella. Para mi planteamiento de este Camino todo pasaba por levantarse muy temprano y alcanzar a realizar la primera etapa al mediodía. Así que sin ser demasiado estricto diría que salía del albergue o del alojamiento cada día antes de las 7 de la mañana. Así que dejé atrás a los surcoreanos que ya desayunaban en el albergue cuando yo ya estaba caminado por las calles vacías de Pamplona. Hasta el mediodía apenas hice parada en un pueblo a desayunar (no había tostadas, no suele haber en estas zonas, y me comí un buen trozo de tortilla de patatas) y apenas en otro para llenar mi botella de agua. Esa Navarra es zona de viñedos y también de olivos, sí, estos últimos no tienen el porte de por aquí pero es un cultivo extendido. Llegué diría que sobre las 12.30 a Puente la Reina, un bello pueblo de piedra muy orientado al Camino, y que hace honor a su nombre por una historia que no voy a contar y sí porque tienes que pasar un puente sobre el río Arga. El primer día no podía ser más espléndido, el buen tiempo me acompañó prácticamente todos los días, una suerte o el cambio climático que nos acecha. Así que con tiempo primaveral el Camino se hacía muy bonito, por bosques de encinas y monte bajo. Era el primer día y se me hizo pesado, ya tenía cierto cansancio, y alcanzar Lorca (Lorka) me estaba resultando penoso, y todavía quedaba, el destino era Estella, y no era negociable. Llegué poco más allá de las 5, me alojé en una hospedería monástica de unas monjitas recoletas que además eran de la India, encantadoras. Alojamiento humilde pero reparador, me di una vuelta por Estella esa tarde, era feliz. Kilometraje oficial: 45,5. Kilometraje con Strava: 48,78. Pasos según Strava: 62.364.

Etapa 2, 15 de noviembre. De Estella a Logroño. Las hermanitas con una puntualidad monacal abrieron las verjas a las 7, tal y como me había comentado por la noche, y yo ya estaba preparado para salir pitando, tuve que desandar unos 2 km para recuperar el Camino y me dispuse a afrontar la subida desde Estella a Ayegui y luego a Irache; pasé por delante de la desconocida para mí Fuente del Vino (de Bodegas Iratxe) pero más conocida por otra gente a la que se lo comenté. Pasé a eso de las 7.30, había niebla baja y no era la hora de catar el vino. Sí que recuerdo que en esa zona me adentré en un bosque de encinas y el Camino no estaba muy bien señalizado, me perdí un poco y seguro que me retrasé por eso entre treinta y sesenta minutos. El día anterior no me había encontrado con nadie en el Camino y en esta etapa sí, poco antes del mediodía caminé como una hora con Pedro, un cocinero y propietario de un restaurante en el norte de Menorca, aunque él era de Alaior, pudimos charlar sobre las nuevas tendencias en el mundo de la gastronomía. Se quedó tomando un café en un pueblo y yo continué. No tengo ni recuerdo interesante hasta llegar a Viana, a unos 10 km de Logroño que era mi destino final. Allí un hombre en un coche se paró a hablar conmigo un rato y me dijo que llenara mi botella de agua en la Ermita de la Virgen de las Cuevas, se lo agradecí, buen signo de hospitalidad. Ya me estaba esperando la capital logroñesa y llegué bastante cansado al Albergue parroquial Santiago el Real, humilde, antiguo, limpio, de ambiente muy peregrino, y donde compartí alojamiento con un chico y chica franceses (ella me preguntó si roncaba y le dije que no, lo cual es cierto, el que roncaba era su compañero y sonreí para mis adentros) y una chica rusa. Tan cansado estaba que no salí a pasear por Logroño, ya había estado antes y hubiera sido interesante acercarse a la calle Laurel. Sí que salí después de que terminara la misa de 19.30 a que me sellaran la credencial en la parroquia contigua. Kilometraje oficial: 48,9. Kilometraje con Strava: 52,94. Pasos según Strava: 68.998.

Etapa 3. 16 de noviembre. De Logroño a Santo Domingo de la Calzada. Era sábado, me había levantado antes que ningún día porque sabía que era la etapa oficial más larga hasta ese momento. Me despedía de Logroño adentrándome en un bello parque periurbano, la travesía hasta Nájera (fin de la etapa oficial y mitad de mi etapa) se tachonaba de viñedos, olivares y cultivos cerealistas en ese momento sin sembrar. Antes de ello paré por Navarrete, una localidad muy maja, donde desayuné en la Galería, que tenía unos mensajes muy inspiradores puestos en sus paredes. Nájera me pareció una ciudad bonita, bulliciosa, era sábado también y eso ayudaba. Iba bien de tiempo y si los días anteriores había comido por el camino (latas, bocatas, frutos secos y fruta), esta vez me dije que merecía la pena si se podía (a veces no se podía porque no encontrabas sitio abierto) comer en condiciones en el trayecto. Vi que había un pueblecito a continuación de Nájera, Azofra, y allí me paré en el bar El descanso, y sí, acerté, me zampé una paellita y una oreja rebozada, sí que me salté en estos días mi dieta flexitariana, pero casi no había otra opción. De Azofra a Cirueña había un paisaje muy repetitivo, y en Cirueña, un pueblito de nada, me encontré con que hace años habían construido un campo de golf, un pegote rural, la nueva modernidad. Allí en las nuevas urbanizaciones de fin de semana para nuevos ricos asumí que había cometido un error de principiante, me dolía el talón izquierdo, y es que el calzado que me había comprado un mes antes del viaje y que había creído domesticar en varias caminatas previas, no pasaba el test de estrés de casi 150 km en tres días; por suerte llevaba un calzado de repuesto, más malo, menos o nada impermeable pero mucho más trillado. Continué aliviado tras el cambio hasta Santo Domingo de la Calzada, también un pueblo con mucha historia, muy monumental y con orientación peregrina. Ahí sí que me equivoqué al elegir el Albergue de la Cofradía del Santo, un establecimiento que en su origen data del siglo XII, sorprendentemente había mucha gente; y sí porque un tipo roncaba y un imbécil de Barcelona, porque él me lo dijo (pero charnego porque con sus otros colegas hablaba castellano y aparte no tenía acento catalán, podría ser charnego y educado pero esto no lo era y además era un cerdo), no paró de llamarle la atención al roncador y me molestaba esto más que el ronquido, el día que peor dormí. Antes de eso me había dado una vuelta por la localidad, preciosa, parecía más ciudad de lo que en realidad era por su número de habitantes; tenía cierta ilusión por comerme un «ahorcadito», el dulce típico de la localidad, pero unas señoras muy elegantes (tienen porte las gentes del norte, eso es indudable) me dijeron que justo las dos pastelerías que los elaboran habían cerrado esa tarde. Kilometraje oficial: 49,7. Kilometraje con Strava: 50,82. Pasos según Strava: 63.536.

Etapa 4. 17 de noviembre. De Santo Domingo de la Calzada a Agés. He de decir que a medida que avanzaban los días iba consolidando mi forma física y no se me hacían tan cuesta arriba los numerosos kilómetros que tenía que afrontar cada jornada, había puesto el piloto automático, peligroso para muchas cosas en la vida, pero muy interesante aquí. Dicho esto, a medida que me iba aclimatando estaba intentando cuidarme también, es decir, que a partir de ahí, intentaría comer bien, o sea, pararme para comer en un restaurante, si se podía, cenar igualmente bien, y alojarme en algo que no necesariamente fuera un albergue, sobre todo porque la experiencia en el albergue de Santo Domingo de la Calzada no había sido gustosa. En todo caso, apenas estaba planificando las etapas más allá de hacer, como estaba haciendo en ese momento, dos etapas oficiales por día. El lugar donde dormía lo averiguaba a mediodía, cuando sabía a ciencia cierta que llegaría adonde tenía pensado. En esta etapa ocurrió que el final oficial de la etapa, San Juan de Ortega, no tenía ningún alojamiento abierto, por lo que tuve que añadir unos 4 kilómetros más a la jornada para llegar a Agés. Ese domingo tenía a mitad de ruta la célebre localidad de Belorado, también muy bonita, turística y respirando aire peregrino, y ya en tierras burgalesas. Como es obvio también célebre últimamente por lo de las monjas clarisas cismáticas y excomulgadas (con un Papa y un portavoz de Linares), vi el convento a unos metros del camino y tampoco me desvié para hacerme una foto que de todo punto tendría su morbo pero que no me interesaba para nada, allá la Iglesia con sus cuitas. Antes de eso quiero recordar una de las anécdotas más simpáticas de este viaje, y es que a primera hora, entre 8.30 y 9 pasé por un pueblo de apenas 100 habitantes, Grañón, de esos que tiene una calle principal y poco más (que se suelen llamar Mayor o Real), no había ni un alma, pero nada más entrar en la calle una música rock resonaba potente, nada menos que AC/DC, todo provenía de una panadería (que imagino que despertaría al pueblo) que a golpe de rasgado de guitarra sacaba sus delicias horneadas, por supuesto que me paré y me compré una torta recién hecha, la panadera sería de mi edad o algo más joven. También recuerdo que unos pueblo más adelante un señor me ofreció un par de manzanas de su árbol, que agradecidamente acepté. Me paré a comer en Villafranca Montes de Oca, el nombre del pueblo evocaba cercanía montañosa, y así fue, tras el almuerzo tenía que afrontar una subida potente y una bajada no menos pesada hasta San Juan de Ortega, 12 kilómetros que se me hicieron largos atravesando un anchísimo cortafuegos forestal. Después de San Juan de Ortega donde no pude llenar la botella de agua, e iba seco, continué lo que me quedaba hasta Agés, ya de anochecida. El regalo fue que el confortable Albergue municipal, con cafetería y restaurante incluidos abajo, estaba vacío y estuve a mis anchas. Me pude lavar la ropa, cené también de forma potente y fue la noche que mejor descansé de las que llevaba hasta ese momento. Kilometraje oficial: 49,5. Kilometraje con Strava: 52,86. Pasos según Strava: 70.590.

Etapa 5. 18 de noviembre. De Agés a Hontanas. Ya me iba metiendo de lleno en las pesadas e interminables etapas de la meseta castellana, donde no hay demasiado paisaje y sí mucho tiempo para pensar. Me volví a levantar muy temprano y tenía que atravesar Atapuerca, el centro de interpretación y las excavaciones no estaban a pie de Camino, aunque sí su magnífica sierra donde amaneciendo pude ver una pareja de ciervos. A partir de ahí un largo y anodino descenso y una entrada a Burgos igualmente irrelevante. Sabía que tenía otra etapa muy larga pues en las cuentas me salía que era la de más recorrido hasta ese momento, ya iba por dos etapas y un poco más por día en plan bestia, aunque todo básicamente en llano, por lo que este día no me iba a parar a comer y sí me avituallaría en Burgos. Había estado estado este mismo verano y casi recordaba los sitios, me sorprende que en el barrio de la Gamonal y una avenida que es muy céntrica se liara hace años un conflicto vecinal que fue casi como una guerra de guerrillas. El Camino pasa por delante de la catedral y eso da prestancia. En el centro te despistas un poco porque no ves la señales del Camino, hay demasiados estímulos. El recorrido tras la urbe volvía a ser llano y con poca arboleda; mi destino era Hontanas y justo unos pocos kilómetros antes se me unió un chaval, español y muy joven, otra de las situaciones insólitas, aunque en el Camino nada diría que es insólito. El chaval procedía de una aldea perteneciente al pueblito burgalés Villarcayo, ni siquiera era mayor de edad, se llamaba Izan (pronunciado con ese) y que había llegado a Burgos para hacer una sola etapa, imagino que un capricho; me contó que en su aldea vivían ocho habitantes y que sus padres se dedicaban a las terapias naturales. En el Albergue Municipal de Hontanas había unas quince personas, algunos españoles y un nutrido grupo de italianos, esa noche había cena comunitaria, la pagas, todos comemos lo mismo, aunque es un regalo del cielo, unas fantásticas lentejas eran el plato principal, preparado con la maestría del hospitalero Andrés que ya las hace casi sin pensar. Fue en esa cena donde «el cuñado» que comenté al principio, un tal Juan Carlos, de Madrid, que ya había hecho veintitrés Caminos (que no tendrá otra cosa mejor que hacer, aunque yo espero no convertirme en un friqui como él) fue el que me metió el miedo en el cuerpo para que no hiciera la variante de León a Oviedo y después el Camino Primitivo, le hice caso y ahora me arrepiento un poco o bastante. También compartí mesa con un navarro de Villatuerta que hacía el Camino en bici y que me contó que precisamente el Camino pasaba por la puerta de su casa, con lo que el día que pasó por allí alargó la etapa para dormir en su domicilio. Kilometraje oficial: 53. Kilometraje con Strava: 56,53. Pasos según Strava: 75.014.

Etapa 6. 19 de noviembre. De Hontanas a Carrión de los Condes. Con el número de kilómetros que hacía a diario ya me iba haciendo un mapa mental de que iba a atravesar una buena parte de España de este a oeste, y con cierta rapidez, por lo que había pasado ya por unas pocas provincias y a veces no sabía muy bien en cuál estaba, en esta concretamente abandonaría la provincia de Burgos y me adentraría en la de Palencia. Al poco de salir, bien temprano como siempre, me encontré con el antiguo convento, en ruinas, de San Antón, impresionante donde bajo uno de sus arcos pasa la carretera. Pasé por Castrojeriz, muy bonito y allí me superó con la bici mi compañero de cena, el de Villatuerta. A partir de ahí una subida dura en la que rebasé a un tipo más o menos de mi edad que era de Elda (Alicante) y con el que compartí un par de minutos, mi ritmo no era de este mundo, jajaja, aunque él iba notablemente lento. Luego una bajada pronunciada y unas llanuras inhóspitas e inacabables. Pasé por el Pisuerga que delimita las provincias de Burgos y Palencia. Luego se mejoró el paisaje cuando fui unos kilómetros al lado del Canal de Castilla, había una especie de centro de interpretación en Frómista de esta fastuosa obra hidráulica donde me paré un momento para sellar la credencial. Me hubiera gustado pararme en Frómista, solo lo hice para comprar en un supermercado, tiene que ser muy bonito el centro, pero el Camino bordea propiamente la localidad y es poco vistoso. Esa tarde se me hicieron muy pesadas las dos últimas horas hasta Carrión de los Condes, hacía sol, no hacía frío, pero un viento de cara muy pesado me hizo interminable ese último tramo. El premio es que había apalabrado una habitación en la Pensión el Camino, y resultó ser un dúplex para mi solo, modernísimamente decorado y con todo tipo de comodidades. El pueblo de poco más de 2.000 habitantes también era muy bonito, me sorprendió ver una librería que contaba en su escaparate con los últimos títulos del momento, me dio envidia, sé que la gente del norte lee más que la del sur, es así, lo digo como realidad y para que ojalá pudiera servir de acicate para revertir esto. Volví a dormir como un campeón. Kilometraje oficial: 52,9. Kilometraje con Strava: 54,38. Pasos según Strava: 73.682.

Etapa 7. 20 de noviembre. De Carrión de los Condes a Calzada del Coto. Diría que con el paso de los días había asumido una forma física casi de piloto automático, cada vez me sentía mejor o menos despreocupado de la carga física; también había adquirido una tonicidad mental, la de saber que cada día tenía casi doce horas por delante de caminata y de estar con uno mismo, porque también me planteé que para hacer las etapas más cortas y llegar antes a un albergue para vaguear, prefería continuar con mi ambicioso plan. Y es que con estos considerandos se podían llevar mejor las etapas que venían, especialmente llanas, aburridas, repetitivas, áridas y objetivamente duras porque eran de muchos kilómetros seguidos sin nada, sin una aldea, sin un árbol, casi sin una fuente. En la media etapa mía desde Carrión había un tramo de 17 kilómetros sin nada, telita para el cuerpo y la mente, pero todo recto y llano. Mi doble etapa debía culminar en Bercianos del Real Camino, pero no había alojamiento, y más lejos la opción era un albergue en El Burgo Ranero abierto pero sin hospitalero, a modo de autogestión, y no quería arriesgarme a que aquello no estuviera adecuadamente acondicionado, así que por primera vez en este viaje tuve que quedarme algo más corto y alojarme en el Albergue San Roque del pueblo de Calzada del Coto (ya había llamado por teléfono durante la mañana y un concejal, que así me respondió, me dijo que sin problema que el albergue estaba abierto). Como ya sabía que iba a tener tiempo disfruté de un magnífico menú en Casa Barrunta en la localidad de San Nicolás del Real Camino. Pensaba que estaría solo en el sitio pero había alguna gente más, una pareja catalana, un chico de un pueblo de Córdoba pero de origen ecuatoriano, un japonés, un alemán y una chica sarda (de Cerdeña) con la que mantuve un ratito de charla. Ese día sí que había llegado más temprano que cualquier otra jornada y aunque el pueblo de Calzada del Coto daba poco de sí desde el punto de vista turístico, poco menos de 200 habitantes, sí que tengo un recuerdo muy entrañable de ir a buscar una pequeña tienda de ultramarinos, la única del pueblo y que se abría a demanda, llamando al timbre, pero para que me orientaran se ofrecieron dos chavales en bici a los que escuché que hablaban en algo parecido al ruso, me dijeron que eran ucranianos, deduje que desplazados por la guerra; cuando llegamos a la tienda, la dueña se dirigió a ellos con notable humanidad ofreciéndoles gratuitamente algún dulcecillo, con esa hospitalidad propia de las gentes rurales y que me conmovió profundamente. Kilometraje oficial: 44,5. Kilometraje con Strava: 45,77. Pasos según Strava: 59.642.

Etapa 8. 21 de noviembre. De Calzada del Coto a León. La hospitalera del Calzada del Coto nos había señalado, aunque yo ya lo había visto en los mapas, que desde esa localidad se bifurcaba el Camino, uno con escaso avituallamiento y un kilómetro más corto y el otro, el que pasaba por El Burgo Ranero, un poco más divertido o menos tedioso; yo opté por el primero, interminable, desértico, mentalmente exigente. A unos ocho kilómetros de Calzada del Coto te encuentras con Calzadilla de los Hermanillos, de la que apenas recuerdo nada. Antes de llegar pude ver amaneciendo a dos preciosos corzos corriendo. Lo que sí es curioso es que estos pueblos que evocan a «calzadas» no es por un casual y es que por esta zona el Camino transita por antiguas calzadas romanas, eran los romanos unos magníficos constructores y urbanistas, y podemos disfrutar aún de su legado. Tras Calzadilla de los Hermanillos venían 24 kilómetros de llanuras y campos yermos en ese momento y destinados al cultivo cerealista. Fueron algo duras esas horas casi en la nada; en mitad de ese recorrido sí que me encontré a un grupo de personas mayores con galgos, me acerqué y me comentaron que trataban de cazar liebres, yo me sorprendí porque ni los animales tenían sitio donde esconderse, ni un árbol ni nada. Esa mañana fue especialmente desapacible, no por el frío, pero sí por un viento que incordiaba mucho. Por suerte el día fue mejorando y también el paisaje, a medida que me acercaba a León y a su periferia a unos cuantos kilómetros de distancia todo se hizo más entretenido, aunque fuera también por el hecho de atravesar polígonos industriales. Comí por el trayecto y por Puente de Villarente sí que me paré en una pastelería para darme el pequeño homenaje de tomarme un dulcecillo. En León me alojé en un hotel con pinta decimonónica, y no era barato, pero era León, donde luego me di una vuelta como precisaba el lugar, ciudad muy elegante. La pinta del hotel cumplió sus expectativas, de noche me desperté nada sorprendido porque la luz de mi baño se había encendido sola, escuché ruido en la habitación de al lado y alguien estaba utilizando su baño pero se ve que las luces estaban conmutadas, creo que se dice así, se queda en anécdota, no creo en fantasmas. Kilometraje oficial: 50,7. Kilometraje con Strava: 53,05. Pasos según Strava: 71.272.

Etapa 9. 22 de noviembre. De León a Murias de Rechivaldo. Descartado ya mi plan de tomar en León el Camino Salvador hasta Oviedo para después hacer el Primitivo, porque ese «cuñado» que me había encontrado en Hontanas me había metido el miedo en el cuerpo, ahora tocaba seguir con el plan ciertamente delirante de ir comiendo Camino y hacer las etapas dobles. Estaba comiendo caminos con la proporción inversa a que estaba perdiendo peso por mucho que intentaba no perder la perspectiva de alimentarme bien y en cada momento, pero el trance estaba siendo el que era, épico y gratificante a la par. El Camino se iba haciendo más verde, lo cual era bueno para la vista y ya tenía ganas de ir desacelerando un poco, para descansar algo más y disfrutar, a la vista de que me iban a sobrar días con arreglo a lo previsto. Pasé por el bello pueblo de Hospital de Órbigo, allí la historia está presente, atraviesas un gran puente que da acceso a la localidad y es el escenario de unas justas medievales, las del Passo Honrosso. Este día fue plácido, tenía ilusión por llegar a Astorga, donde jamás había estado, era preceptiva la foto en el Palacio Episcopal de Gaudí, y avancé más, hasta Murias de Rechivaldo, para que la jornada del día siguiente que se presumía más dura, tuviera que andar algo menos. En el Albergue Casa Flor me atendió una pareja italiana que regentaba este alojamiento privado, me cobraron 20 €, el precio real era 17 pero justificaron que tenían que encender la calefacción, no lo entendí pero pagué, a la postre la calefacción estuvo encendida un rato, por la noche estás metido en el saco y no te enteras pero cuando desperté la habitación estaba fría, aquello estuvo feo. En el albergue coincidí con un señor canadiense de Montreal, que respondía al curioso nombre de Real, charlamos un rato. Kilometraje oficial: 53. Kilometraje con Strava: 54,24. Pasos según Strava: 73.516.

Etapa 10. 23 de noviembre. De Murias de Rechivaldo a Ponferrada. Inicié esta jornada bien tempranito, así lo había previsto con Real antes de dormir, él me dijo que también era de madrugar. El recorrido que tenía por delante era de montaña y guapa a priori y no había que despistarse. Las dos primeras horas las eché con Real, nos sinceramos, coincidíamos en lo sustancial en los motivos por los que estábamos haciendo el Camino, también se sorprendió de los muchos kilómetros que hacía a diario y me dijo que yo era como el Forrest Gump del Camino, y es que él llevaba el doble de días que yo casi empezando donde yo y ya lo había «atrapado». El día era algo fresco y nuboso pero no hacía aire. El paisaje comenzaba a ser cambiante, atractivo, entretenido. Esta jornada tenía de especial el hecho de coronar la mítica Cruz de Fierro (el punto más alto del Camino de Santiago francés), subida que se inicia desde Foncebadón, aldea en la que hice una simpática foto de unos perros «conduciendo» una furgoneta. El ascenso fue rápido, agradable y vivificante, me llenó espiritualmente porque estaba solo, como si el Camino fuera mío, en un lugar tan mítico por el que hay miles de historias de peregrinos que pasaron antes que yo por ahí. En la Cruz de Fierro la tradición dice que uno debe lanzar una piedrita que lleva desde casa o ha cogido tierras atrás, a la montaña de piedras que envuelven la cruz lo cual simboliza la liberación de cargas emocionales y espirituales que uno lleva consigo, lo viví con intensidad y me induje a pensar que ese símbolo algo bueno traería en mí. La bajada hasta Ponferrada se me hizo harto pesada, muchos kilómetros de montaña con tramos incómodos y que se iba dulcificando a medida que se acercaba Ponferrada. Muchas aldeas en el Camino son como pequeños parques temáticos, destinadas a peregrinos y turigrinos, construidas exprofeso para este menester, con casas de madera, con calles empedradas, todo como de cuento, una de ellas era El Acebo de San Miguel. Más adelante y ya en la periferia de Ponferrada estaba Molinaseca, también muy turística, y desde allí un pausado sendero suburbial de la capital de El Bierzo. Esta vez estuve en un apartamento turístico, muy cómodo. Cené opíparamente, había terminado un Camino, y al día siguiente me enfrentaría con el desconocido para mí Camino de invierno. Kilometraje oficial: 47,7. Kilometraje con Strava: 49,48. Pasos según Strava: 69.728.

Etapa 11. 24 de noviembre. De Ponferrada a Puente de Domingo Flórez. Pues era domingo, y es como si el cuerpo estuviera habituado, que lo está, a que ese día, aunque estés haciendo todos los días lo mismo, caminar, parece especial y lo es, por ser festivo. Estaba eufórico porque empezaba este Camino de invierno, se supone que más benigno que el francés tradicional, el que corona O Cebreiro, pero yo no lo hacía por más suave sino porque no quería repetir. Así que este domingo era un regalo, ya me había planteado ir más lento, entre otros aspectos porque me iba a encontrar menos alojamientos y menos de ellos abiertos, así que podría disfrutar de los paisajes, comer en restaurantes de la senda, descansar más, reforzar mi viaje interior, y no sé qué miles de historias me podría deparar lo que me quedaba. Efectivamente este Camino ya anticipaba que todo lo que venía era muy chulo, muy cambiante, más verde, entretenido y divertido, más tramos de subida y bajada enlazados. Este domingo volví a repetir el pararme en una panadería de un pueblo y comerme un pastel. Hacía un día especialmente caluroso pero igualmente ventoso. Se pasaba por muchas aldeas, todo muy bonito, y luego todo se iba poniendo más abrupto a medida que me acercaba a eso de la hora de comer a la zona de las Médulas, una sorprendente modificación geológica del entorno a manos del hombre, en este caso, de los romanos que con un alarde de ingenio extrajeron toneladas de oro hace cientos de años. Precisamente me paré a comer en la aldea de Las Médulas perteneciente al municipio de Carrucedo, aunque es un enclave muy pequeño (74 habitantes) es muy turístico y hay unos cuantos restaurantes y alojamientos, comí muy bien en el hotel de 3 estrellas Medulio. A la salida ya iba anticipando mi destino, el curioso pueblo de Puente de Domingo Flórez, tanto por el nombre como por lo que vi allí, aún de León y ya casi en la frontera con Galicia. Casi este último tramo fue todo bajada, aunque un pelín dificultosa porque el potente viento arreciaba (esos días hubo vientos huracanados en el norte de España). Presumía que me encontraría a pocos peregrinos en este Camino, aunque justo en ese tramo final saludé a un peregrino austriaco con el que luego coincidí en el hostal al que iba. Y eso, que llegué al hostal La Torre de ese pueblo de poco más de 700 habitantes, pero es que el hostal tenía más de ochenta habitaciones, al lado había tiendas, una gasolinera y hasta un bloque de pisos de cinco plantas, en el que sospeché que podía vivir un importante porcentaje de la población; aunque luego me enteré de que estaba en una zona de extracción de pizarra y hay muchas industrias manufactureras que dan trabajo a habitantes de la comarca que deben alojarse durante la semana laborable en ese bloque o en el propio hostal. Kilometraje oficial: 36. Kilometraje con Strava: 36,73. Pasos según Strava: 49.638.

Etapa 12. 25 de noviembre. De Puente de Domingo Flórez a Quiroga. Ya he comentado antes que este Camino de invierno tan chulo tiene el problema, paradójicamente en invierno, de que muchos sitios para dormir están cerrados, así que como tampoco quería hacer etapas muy cortitas, pues aquí tuve que decidirme, casi en las primeras horas de la mañana qué iba a hacer o una etapa muy corta o una muy larga, el término medio no existía, porque tenía 26,5 km entre A Rúa de Valdeorras y Quiroga sin nada abierto. Ya sabía que esta etapa tenía mucha montaña y que más allá del kilometraje, que preveía que sería otra vez más de 50 km, pues se me iba a hacer de noche porque no podía avanzar tan rápido como en los tramos de la Meseta castellana. Tuve una lucha interior en la que ganó afrontar el plan más duro, a riesgo de llegar tarde a la localidad lucense de Quiroga, cuna curiosamente una tía mía. Y lo cierto es que a punto estuvieron de truncarse esos planes dado que, como he comentado me hizo muy buen tiempo durante todos los días, este fue el único día en el que me llovió durante una hora seguida y de manera copiosa, justo cuando llegaba a O Barco de Valdeorras me tuve que parar en un bar a tomar café porque la lluvia arreciaba al más puro estilo gallego. A todo esto toda esta jornada fue bellísima, andando prácticamente en paralelo al Sil, unos impresionantes cañones que dejan a su alrededor pastos verdes y zonas de cultivo de frutales, viñedos y también olivos. La lluvia cesó y aunque dudé en llegar a Quiroga continúe con el plan a sabiendas de que había perdido tiempo y que todavía se me haría más de noche. Pasada A Rúa de Valdeorras, donde compré vituallas para comer mientras caminaba ya sabía que no había otra opción, Quiroga sí o sí, había que reventar. Lo cierto es que el Camino en sus últimos quince kilómetros era favorable y bueno, por lo que sí que llegaría tarde pero no me depararía ninguna sorpresa. La última hora la afronté con mi lucecita portátil en la cabeza y aterricé casi a las 7 de la tarde en el fabuloso hostal Quiper, tanto que mi habitación, sin exagerar, parecía la de un hotel de varias estrellas. Descansé bien y cené de lujo en el restaurante A Botica. Kilometraje oficial: 57,5. Kilometraje con Strava: 60,29. Pasos según Strava: 76.441.

Etapa 13. 26 de noviembre. De Quiroga a Diomondi. Aunque parezca increíble, la etapa anterior me había vuelto a meter en el cuerpo la necesidad de comer kilómetros, me resultaba una sensación extraña, era el querer acabar y el de querer disfrutar del Camino a la vez, pero con la locura por bandera de devorar kilómetros. Así que esta vez viendo que tenía una climatología favorable mi destino sería un albergue muy moderno, inaugurado el año anterior, en la aldea de Diomondi, preveía que se me haría de noche, eran dos etapas oficiales y media. En todo caso, este Camino de invierno era tan cambiante y entretenido que lo menos importante era andar, porque era todo un disfrute para los sentidos. Había un bar en Quiroga que habría a las siete menos cuarto de la mañana pero justo ese día no abrió a esa hora, no esperé más y partir sin desayunar, no obstante, siempre llevaba vituallas. Mi destino a eso del mediodía era Monforte de Lemos, donde tenía previsto pararme en algún supermercado para comprar más comida e ir almorzando durante el trayecto. En esa sobremesa y la tarde el camino hasta Diomondi diría que no era rectilíneo pero a la par nada aburrido porque pasaba por bosques de castaños y robles, por aldeítas, por zonas de pastos inmensos. Me hubiera gustado pararme en el Mirador do Cabo do Mundo, desde donde se vería ahora los cañones del Miño, porque ya habíamos cambiado de río, y del Sil ahora se pasaba al importante, pero quería llegar al destino y el mirador se desviaba un poco. Efectivamente se me hizo de noche y me encendí mi lucecita de cabeza llegando sobre las 7. En el albergue referido había una pareja mayor que yo con la que pase unas horas muy agradables, eran de Almería y a la mañana siguiente tenían muchos detalles de sus vidas que contarme. Kilometraje oficial: 57,6. Kilometraje con Strava: 58,34. Pasos según Strava: 75.206.

Etapa 14. 27 de noviembre. De Diomondi a Rodeiro. El Camino tiene estas cosas, que te encuentras con gente singular que tiene algo que contarte, personas anónimas con una vida intensa detrás, interesante, vivificante. Él, Cristino Masero, era un profesor jubilado de enseñanza media, de Historia y originario de una pequeña localidad zamorana; y ella, Pepa Gallardo, una funcionaria jubilada de la administración de justicia. Por primera vez en el recorrido me propuse iniciar la jornada en compañía (la primera hora de recorrido hasta bajar a Belesar y ver por primera vez el Miño, tenía alguna dificultad por lo resbaladizo que podía estar el terreno y prefería estar con ellos para auxiliarnos mutuamente si se daba el caso), tenía previsto que esta etapa fuera relativamente corta y podía empezar más tarde de lo habitual. Esta pareja singular tenía muchos estímulos que ofrecerme, con una feliz jubilación se habían dedicado a estar activos la mayor parte del tiempo y parar poco en su sede almeriense, eran senderistas confesos de profesión, la mejor medicina para perdurar en el tiempo, estar sanos y evitar productos farmacéuticos. Inglaterra, los Pirineos, Málaga, el Camino de Santiago… fueron algunos de los múltiples caminos que me indicaron a vuelapluma esta pareja que hace de su tiempo libre en el exterior un modo de vida. Lo sorprendente es que Pepa, con un cuerpo delgado y bien proporcionado tenía casi 80 años, para nada acorde con esa edad real, aparentaba 60, todo un ejemplo. También me contó ella cómo había tenido que sacar adelante a sus tres hijos en contra de ciertas adversidades cuando se divorció hace muchos años; además es la madre del laureado deportista paralímpico de ciclismo Pablo Jaramillo, que también había sido medalla en los últimos Juegos de París 2024. Así que tras un desayuno motivador los tres nos pusimos manos a la obra, mientras bajábamos a través de un bosque por el transitaba un sendero que antaño fue otra calzada romana. No era difícil pero sí que es verdad que estaba algo escurridizo, de hecho Pepa dio un culetazo y de momento la elevamos. Llegamos al puente de Belesar y allí nos despedimos, ellos iban más tranquilos, deseándonos lo mejor en nuestras vidas y que ojalá nos pudiéramos ver en un futuro, ¡menuda lección de vida! A partir de ahí el Camino seguía siendo muy vivificante, lo que permitía que todo lo que veía fuera una postal repetida. Llegando a Chantada me paré a comprar, hoy tampoco me iba a parar a comer, pero iba a llegar temprano al hostal, que también tenía restaurante y me propuse cenar bien. Justo en Chantada me paró un parroquiano que me preguntó de dónde era y me dijo que una hija suya residente en Barcelona estaba casada con un chico de Alcaudete. Llegué a Rodeiro al hostal A Latiza poco después de las 3, todo un lujo, y es que ya me quedaban dos etapas y quería hacerlas tranquilo y con un kilometraje parecido. Curioso este hostal regentado por el señor Palomo, todo un personaje, y es que de noche nos preparó para cenar unas carnes gallegas (no había opción vegetariana) a mí y a un tipo de Como (Italia), aunque residente en Menorca desde hace años, Iván, mientras nos contaba el tal Palomo, chapurreando en napolitano-calabrés, que de joven estuvo con una calabresa, a saber cuánto mundo tenía. Con Iván estuve viendo la primera parte de un partido de la Liga de campeones en el que jugaba el Madrid, a ambos nos gustaba el fútbol y tuvimos una agradable cena, ya en el descanso nos fuimos a dormir, ni me interesé si el Madrid había ganado o no (¿quién te ha visto y quién te ve?, si hace años me hubiera imaginado a mi yo del futuro no me habría imaginado desinteresado de un partido del Real Madrid, pues como decía mi padre yo era «del Madrid y de los que lloran»). Kilometraje oficial: 33,6. Kilometraje con Strava: 34,66. Pasos según Strava: 48.484.

Etapa 15. 28 de noviembre. De Rodeiro a Bandeira. Ya iba teniendo la impresión, más que de los kilómetros que estaba haciendo cada día, que daba igual lo corta o larga que fuera la etapa programada, el caso es que siempre empezaba a andar antes de que amaneciera. Aquella jornada fue una más de estas, me despedí de aquel hostal de carretera e hice la pirula de no seguir el Camino oficial (de las pocas que hice, pero alguna cayó), y seguir junto a una vía de servicio de carretera, sin peligro alguno y que me llevaría directamente a Lalín, donde me pararía a desayunar; a lo mejor el ahorro de kilómetros era de dos o tres. Pues ya era raro que yo me encontrara a peregrinos a hora tan temprana y, obviamente, se trataría de una doble serendipia, que encima me encontrara a otro haciendo la misma pirula que yo. Hete aquí que a unos quince minutos de emprender la marcha creí divisar a un joven con mochila que aparentemente salía de una casa y que imaginé que se dirigía a alguna parada de autobús, por aquello de la mochila del insti, a los pocos minutos se me volvió y me dijo doblemente en inglés y en español «Good morning, buenos días», y ahí conocía a Steve Woods. Fue junto con la pareja de Cristino y Pepa, el mejor regalo del Camino en esta ocasión, con Steve tuve esa extraña sensación tan vívida de que había conectado desde el primer momento, un tipo que parece que lo conociera de toda la vida. Apenas llevábamos unos minutos hablando y ya teníamos la confianza de dos personas que se encuentran tras no haberse visto desde hace tiempo y ponen al día sus vidas, nos sinceramos y nos contamos todas nuestras intimidades. Steve me confesó una de las historias más sorprendentes que he podido escuchar en mi vida, aunque ya me la adelantó caminando, cuando paramos a desayunar en Lalín (su desayuno favorito era café con leche y tostadas, y es que Steve tenía un espíritu español más que muchos españoles) me concretó su odisea. Hacía dos años exactamente, en noviembre de 2022, después de haber llegado a Santiago y continuar hasta Finisterre un tractor lo pilló en un sendero (había lluvia y niebla, y el conductor, según me confesó Steve, iba enfrascado en el móvil), atravesándolo con un pincho soldado a la pala una de sus piernas a la altura del cuádriceps. Después de haber sido excarcelado por los bomberos y con la escasa empatía de la Guardia Civil, así me lo expresó, fue llevado en ambulancia a Santiago, había perdido mucha sangre, la hinchazón de la pierna la había multiplicado por dos, aunque no había perdido la conciencia. A todo esto no lo he dicho pero Steve es un policía federal jubilado, que ha vivido en Connecticut y que ahora tenía su retiro en Florida, un tipo que se ha enfrentado a todo tipo de riesgos y situaciones límite en su vida profesional, y que ahí en esa cafetería de Lalín se me sinceraba demostrándome una tremenda humanidad y derramando unas lágrimas que a mí se me contagiaron. Me contaba que en aquella odisea peregrina de tres semanas en el hospital, fue operado de urgencia y se le extrajo el trozo de hierro, pero el problema surgiría después ya que parece ser que le administraron un antibiótico incorrecto y eso le produjo una infección sobrevenida que lo tuvo al borde de la muerte. En aquellos días complicados recuerda que apenas nadie hablaba inglés en el hospital y agradecía que alguna gente fuera a ofrecerle una taza de café. La cosa no iba bien y califica de milagroso que fuera su hija Montana la que con su llegada desde EEUU ejerciera un poder curativo porque fue prácticamente llegar ella y sus niveles comenzaron a normalizarse; finalmente pudo marchar a su casa para una rehabilitación que aventuro que no fue fácil ni corta. Así que desde el principio noté que no estaba con cualquier persona, sino que había recibido el regalo de encontrarme con un superhombre con el que podía compartir vivencias. Casi desde el principio la conexión que teníamos era tan intensa, ya lo he comentado, que como dos amigos que se conocen de toda la vida empezamos a tener un vocabulario común, nosotros mismos nos calificábamos como «héroes y cobardes» en un contexto que solo entendíamos él y yo. Realmente el auténtico héroe era él. Así fue como pasamos una jornada plena, en la que «obligué» a Steve a que caminara más de lo previsto para él e hiciera las dos etapas diarias que yo tenía en mente. Las etapas oficiales de este Camino de invierno son más cortas que las de otros itinerarios por lo que aun haciéndolas dobles te da tiempo a todo, a desayunar, a disfrutar del bellísimo paisaje y de comer, de hecho, nos paramos a comer en un restaurante de Silleda, quedándonos apenas siete kilómetros de paseo vespertino hasta llegar a nuestro hotel en Bandeira. Allí quedamos a una hora española para cenar, a las 8, demasiado tarde para él y demasiado temprano para mí y para cualquier español; la cena fue opípara degustando una buena jarra de vino blanco del país de la que no dimos buena cuenta del todo porque el riesgo era irse medio piripi a la cama, y no era plan. Kilometraje oficial: 44,7. Kilometraje con Strava: 45,23. Pasos según Strava: 55.490.

Etapa 16. 29 de noviembre. De Rodeiro a Santiago de Compostela. Steve y yo desayunamos en el mismo restaurante que cenamos, era un viernes con sabor a sábado, a temprana hora ya se juntaban en el establecimiento muchos parroquianos y trabajadores, aparte de las tostadas comimos churros, nos pusimos bien, sobre todo porque casi como una regla no escrita no teníamos intención de comer por el camino, salvo alguna barrita o algún fruto seco, porque queríamos hacer el fin de fiesta en Santiago y por la noche. Steve y yo seguimos hablando de nuestras vidas mientras paseábamos por unos escenarios increíblemente bellos, los héroes y cobardes seguían avanzando y también tuvimos nuestros tramos de silencio placentero, de encuentro interior. El Camino era más feíllo cuanto más se acercaba a Santiago, mucha urbanización de la periferia santiaguesa y con unos senderos que zigzagueaban mucho. Sí que paramos a tomarnos un pequeño refrigerio a apenas una hora del final, tampoco era cuestión de llegar agotados, y Steve lo necesitaba porque le estaba «obligando» a hacer más kilómetros estos dos días de lo que él tenía previsto. Justo creo que tuve un momento revelador casi al llegar a Santiago, le pregunté si sabía si la noticia de su accidente había salido en algún medio de comunicación, me dijo que cree que un periódico; y así fue como en apenas unos segundos encontré su noticia en dos diarios digitales y se las leí, él escuchaba con atención, con una mezcla de pena y socarronería, porque no lo dejaban en buen lugar y dulcificaban la acción del tractorista, mientras le leía las noticias asumí que era la primera vez que escuchaba esa información que hablaba de él, que yo era protagonista y testigo de excepción de tal acontecimiento, pero es más, era un caminante cualificado que iba a llegar a Santiago con él, dos años después de aquel hecho terrible, y yo, que no soy nadie, iba a estar ahí con él. Llegamos a la plaza del Obradoiro, yo visiblemente emocionado, más que otras veces, más que nunca, por estar con Steve, un héroe, mi héroe, por lo que me había pasado meses atrás, por la épica de este Camino, porque no me merezco algunas cosas que me están pasando en la vida y por los retos para el futuro, nos fundimos en un cálido abrazo, nos sentamos en el suelo, nos tumbamos también y durante un rato fuimos el centro del mundo. Por la noche nos dimos el homenaje de comernos una mariscada y nos despedimos esperanzados de que en el futuro nuestros caminos volvieran a coincidir. Kilometraje oficial: 33,5 Kilometraje con Strava: 35,48. Pasos según Strava: 47.880.

Cuando llegué a la Oficina de atención al me «certificaron» 761 km, el kilometraje oficial mediante web (Gronze.com) me sale 758,17 y por Strava 777,38. Lo de los pasos es más o menos relativo aunque un cálculo aproximativo me da algo así como un millón cincuenta mil pasos; un día me puse a calcular los pasos en un minuto, nada científico, y me daba 124, y la operación se me va a más del millón cuatrocientos mil.

Una de las grandes reflexiones de este viaje iniciático es meramente física, me siento muy orgulloso de haber hecho esta salvajada kilométrica, algo que no sé si podré repetir en el futuro, en ese momento lo necesitaba. Mientras caminaba me decía que tenía suerte de hacer miles de pasos, que cada uno contaba y que, entre ellos, a veces pisabas una piedra de pico que se te clavaba hasta en las entrañas, o te escurrías y anticipabas un incidente que jamás me ocurrió. El Camino es como la vida tiene dificultades, todo el mundo las tiene, se pueden superar o no, y desde luego las más importantes son las piedras de la vida.

Acabé el Camino, sin duda, con un montón de propósitos, cuando terminas estás lleno de energía, de impulso, de sensaciones, de sentimientos, de vivencias y de propósitos. Los primeros días uno recuerda todo lo pasado y da rienda suelta a esos propósitos, luego llega la calma y, al menos, pienso que hay que hacer algo bueno hacia los demás cada día, por pequeño que sea, intentar ser mejor persona no es un propósito es una obligación.

También he aprendido que para salir de un hoyo hay una máxima, no se trata de salir de él, sino que primero uno tiene que dejar de cavar. Pues eso, a ver si le encuentro el equilibrio en la vida que me falta, uno deja pasar trenes en su vida, esta sola vida que tenemos, a veces porque elige mal, otras porque llega tarde a la estación; y no se me ocurre en este instante más que alguien en mi horizonte, tren que dejé escapar, que a lo mejor lee esto y ni ella lo sabe, necesito una señal.

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