Desde que comencé hace poco más de un año a formar parte de un club de lectura venimos leyendo libros en conjunto, como es lógico, nutriéndonos de los aspectos que más nos han llamado la atención a cada uno, en un proceso de enriquecimiento y retroalimentación mutuos. Leemos una media de diez novelas al año, que se suman a las que yo leo aparte y de las que doy cumplida cuenta, de las que más me gustan, en esta bitácora.
He de decir que en este club de lectura la selección de libros, institucionalmente impuesta, es óptima, aunque se tira mucho de clásico, y yo no acostumbro a leer nada de clásicos. De esas lecturas clásicas apenas escribo en este blog. Desde siempre me ha gustado leer libros actuales y de autores vivos, pero no desdeño esta nueva dimensión porque es una manera de ampliar mi acerbo cultural y tantear autores a los que nunca me hubiera atrevido a leer. En este sentido, creo que cada temporada de lectura, voy por mi segunda, a todos los del club nos conmueve o nos impacta alguna por la razón que sea, por un fenómeno inexplicable de abducción total de nuestros sentidos, también puede ser por la época del año, o porque nos provoca más comentarios y más investigación de la habitual.
Y yo creo que también nos impactó porque habiendo pasado tantos años muchos defectos de la sociedad que percibimos en el libro realmente son en su esencia los mismos, con matices, que los que nos aquejan hoy día: superficialidad, egoísmo, hedonismo, soberbia, ausencia de valores...
La novela de este año en mi club ha sido «Papá Goriot» del literato francés Honoré de Balzac, así lo considero yo, pero no, no traigo a colación directamente esta novela para reseñarla como tal, siendo fiel a aquello de que no suelo escribir en el blog de lo que leo en el club, y además coincide que es un autor ya fallecido, hace más de siglo y medio, y sí para ensalzar la figura de este escritor que fabricaba novelas de forma compulsiva y que era un fantástico testigo de lo que se pulsaba en su época, mostrándonos la sociedad francesa, por extensión buena parte de la sociedad europea, en la primera parte del siglo XIX.
Era un profesional de la escritura y sabía lo que el público deseaba leer, sus libros eran como las telenovelas de hoy, con abundancia de cotilleo, líos de cama, mucha sensiblería y una conjunción equilibrada de drama y comedia. Y todo este legado de Honoré de Balzac también quedó reflejado no solo en innumerables ensayos sobre su obra analizando con detalle cada una de sus novelas, sino que también muchos personajes y novelas han formado parte de series televisivas y películas. Ya estaba escrito el guion y para un productor televisivo le era factible su adaptación.
En España también nos hicimos eco de ese patrimonio y como buen clásico también Televisión Española creyó conveniente hacer su propia adaptación. Probablemente uno de los legados más importantes que nos ha dejado aquella televisión de antaño, aquella que no tenía competidores y que tenía una dimensión más cultural que la que hoy tiene (limitada a La2), es la cantidad de obras de teatro y series teatralizadas que nos dejó, hoy ya no se hace nada de eso y es una pena. Por entonces nadie se planteaba objetivos de audiencias y verdaderamente había bastante conexión con el fin último de ser un servicio público, algo que hoy se ha perdido, baste con ver cómo se ha fichado a Belén Esteban para hacer el mismo formato de programa que hacía Telecinco como canal privado, absolutamente execrable.
No exagero si digo que hay centenares de Estudio 1 (obras de teatro) en la web RTVE play y también un montón de series antiguas que son inabarcables porque a uno no le da tiempo en esta vida a todo. Papá Goriot es una de estas series y casi terminamos el libro y no llegamos a conocer de su existencia, gracias a que una compañera la descubrió.
La serie data de 1976, un producto de diecinueve capítulos de una duración media de algo de más de veinte minutos y que se emitió como serie diaria en el mes de agosto de ese año. El director fue Jesús Yagüe y la adaptación por parte de Esmeralda Adam García, señora que aún está viva. Entre los actores más relevantes destacaría al gran Carlos Lemos, del resto no diría que tuvieran una carrera de la que se pudiera derivar que fueron grandes estrellas, al menos en cine y televisión, por lo que deduzco que buena parte de la carrera de los mismos fue en el teatro.
Y es que aunque es una serie, no lo es al estilo de lo que podríamos imaginarnos hoy; amén de que está hecha en blanco y negro, se grabó en unos estudios, y los pocos exteriores que hay, apenas el patio de la casa donde se desarrolla la mayor parte de la trama, también forma parte del decorado. De hecho, conozco que también ha habido adaptaciones teatrales del libro, en Francia fundamentalmente.
En cuanto a la trama, aunque el propósito de esta entrada es animar a la gente a ver la serie si no quiere afrontar el libro, se centra en el señor Goriot, un exitoso empresario ya jubilado, que muerta su mujer bien joven le dejó con dos niñas por las que se ha desvivido en su infancia, juventud y ahora en su adultez. Se casaron bien, pero como fiel reflejo de esa sociedad superficial no solo alimentan el ego con sus amantes sino que su mayor aspiración personal es elevarse hasta el límite en las escalas sociales alcanzado el grado superior de la superficialidad. Para este propósito no hacen más que consumir las rentas de su padre que cada vez se va haciendo más pobre y humillado, esto último sin querer reconocerlo este.
En una de esas expresiones de la degradación del señor Goriot, la serie comienza con su llegada a la casa Vaqueur, una pensión que hoy podríamos calificar de mala muerte, donde convive con personajes de diversa ralea, dignos en su mayoría y que sobreviven a una existencia en la que cada cual tiene sus cuitas.
Goriot no es el personaje que interviene más en la serie, ni en la novela, pero sí es su hilo conductor, a través de él se enlazan todas las subtramas. Con más peso quizá están Eugenio de Rastignac, humilde estudiante de leyes, que aspira a entrar en la alta sociedad y que pretende ser amante de una de las hijas de Goriot, y lo consigue para gozo del padre; o también un interesante, por su perfil psicológico, Vautrin, un delincuente que es el más inteligente, hasta el final en que le fallan los cálculos, de todo los personajes de la serie.
La denigración a la que se ve sometida Goriot por sus hijas es tan patente que al espectador ello le obliga a reflexionar acerca del egoísmo del ser humano, especialmente centrado en ese desvivir de muchos padres hacia sus hijos que no tiene muchas veces la debida respuesta por estos.
En cuanto a la calidad de la serie, diría que ha envejecido regular, se la ve un tanto ajadilla, algo pesada de ver a ratos (es de esas series que por su aspecto yo no hubiera visto ni un minuto cuando era pequeño). Hay interpretaciones más que meritorias y otras que dejan algo que desear. Imagino que no había los medios de hoy y hay algunos errores que se podían haber solucionado en el montaje, pero también son el claro testimonio de que lo que se hacía era mucho más auténtico que lo de hoy, más analógico por así decirlo.
Por último, creo que los que hemos visto la serie y leído el libro, valoramos que la adaptación está bastante bien hecha, aunque hay un personaje del libro que no aparece en la serie, Poiret, que es secundario y que, bueno, puede que no aporte demasiado pero le hubiera dado más fidelidad a la serie. No obstante, el punto de digresión fundamental es el final en el que Eugenio de Rastignac toma una determinación, y ahí sí que se aparta de la novela, y eso es muy relevante y creo que Esmeralda Adam no debía haberse desviado del espíritu con el que Balzac quiso dar fin a esta gran joya literaria.

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