Ahora que llevo un par de años en los que puedo decir que la expresión cultural que más he alimentado ha sido en el teatro, puesto que he procurado ver y leer, ya que siempre que puedo acudo a representaciones en los teatros de mi zona, sin duda, que esta entrada es como una especie de carta de presentación de que he alcanzado cierta madurez.
Y lo cierto es que aunque esta renacida afición nunca la tuve abandonada, sí que ha ocupado menos tiempo en mi vida del que me hubiera gustado. Esta entrada de hoy es de las más antiguas que tengo en mente, alguna más tengo. No la he abordado porque yo sabía que para hablar de ella tenía que ilustrarme y documentarme, y también visionar teatro, en este caso muchísimas horas; desde luego no lo haría si lo que afronto no me apasionara, puesto que es verdad que este blog es una memoria virtual para mí, pero también es un divertimento, si no me divirtiera haciéndolo ya lo habría dejado hace tiempo, por el momento la pasión sigue en todo lo alto.
Pues resulta que hace años, diría que entre diez y quince años, descubrí al personaje que hoy traigo a colación en la tele. Lo que vi me impactó, difícil de olvidar. Tan difícil que siempre que he tenido la oportunidad he venido siguiendo las peripecias del artista multidisciplinar Jan Fabre.
Como esta entrada es de teatro, la faceta por la que es más conocido Fabre es precisamente por el teatro, pero como una evolución de sus diferentes proyectos de vanguardia. Bueno, lo voy a decir ya, si por algo impacta la creación teatral de Jan Fabre es que en sus espectáculos la desnudez forma parte de las representaciones como algo común y natural.
Desde ese momento, ya digo que muy pretérito, he estado siguiéndole la estela pero también descargándome documentación, libretos y vídeos de representaciones; y justo ahora, en este último mes fue cuando ya me dispuse a tachar de mi lista de obligaciones el profundizar en la figura de este director de teatro, pues por esta razón es por la que está aquí.
Lo que pasa es que basta adentrarse un poco en la figura de Jan Fabre para darse cuenta de que es sorprendente que hoy día sea una figura desconocida para el gran público. No obstante, más allá del teatro, su nómina de profesiones es amplísima: pintor, escultor, diseñador, fotógrafo, compositor, coreógrafo o escritor; y ante todo dramaturgo y director de teatro.
Aunque valga simplemente para reseñar la osadía con la que sus pretensiones artísticas se abrieron al mundo, es uno de los ideólogos de las performances que muchos quieren imitar hoy. Nacido en 1958 en Amberes, en la zona flamenca del Bélgica, con veinte años ya hacía dibujos con su propia sangre; dos años más tardes se encerraría en un cubo blanco lleno de objetos tres días y tres noches y allí estuvo dibujando buena parte del tiempo con bolígrafos Bic azules; incluso, y dado que se percibe que es un hombre con el ego muy subido, bien jovencito cambió la placa de la calle donde vivía para ponerla con su nombre.
En 1986 creó el proyecto Troubleyn, en su esencia una compañía de teatro pero en realidad mucho más. Situada en Amberes está configurada como un laboratorio, una especie de sala de ensayos y teatro pero también zona de trabajo y espacio para exposiciones. Allí se crea, se ensaya, se investiga y se echa a volar la imaginación.
Pasando al meollo, ya he dicho que lo que sorprende de principio, por aquello de que no tenemos costumbre, es que sus espectáculos se centran en la desnudez. Si indagamos más, o sea, si vemos como he hecho yo algunas de sus representaciones te das cuenta de que, pasados unos minutos, el morbo desaparece, si es que lo hubiere, y te centras en lo que se quiere transmitir. Porque verdaderamente le damos demasiada importancia al desnudo, ver un cuerpo humano desnudo, desde el punto de vista estético es de las cosas más bellas que tenemos que apreciar, y los adultos tenemos demasiadas cautelas al respecto de enseñarlo, nos escondemos o nos hacen que nos escondamos, a sabiendas de que hay dos momentos en la vida donde tu desnudez es natural, justo cuando ni es bella, cuando somos pequeños casi como muñecos, o cuando somos mayores y nuestros cuerpos decrépitos y caídos.
Es más, por qué no expresar con el cuerpo sin quedar constreñidos a un vestuario que no te deja ser auténticamente libre, unas ropas que no dejan ver más que una pequeña porción de quien eres, máxime cuando las representaciones son simbólicas, sin diálogos; ahí es donde el cuerpo cobra mayor preponderancia y desnudo nos transmite más emociones.
Jan Fabre ha ido diseñando todo tipo de representaciones notablemente irreverentes, agresivas, que a mucha gente pueden molestar. Porque a la gente de su compañía la lleva al límite, porque verdaderamente no hay límite en sus exploraciones o ese límite es muy grande. De hecho los miembros de Troubleyn saben lo que hay, nadie los obliga a estar, y si quieren estar ya saben que las propuestas de Fabre pueden llegar a ser difíciles de asumir.
De las primeras obras que he encontrado y probablemente lo que yo vi por primera vez en un programa de televisión y me enganchó fue ver a una actriz-bailarina danzando, o más bien revolcándose artísticamente en un escenario con el suelo untado generosamente de aceite. La actriz era Lisbeth Gruwez, y si tienen la curiosidad de saber quién es, será más probable que encuentren más fotos de ella desnuda que con ropa.
No hay un común denominador en la obra de Fabre, hay una crítica social evidentísima, y sobre todo hay una necesidad de experimentar y llevar hasta donde se pueda los horizontes del teatro, porque sus puestas en escena son holísticas: teatro, danza, música, ópera, luz, sonido, escultura, pintura…
Si acaso puede ser Jan Fabre relativamente conocido es por un espectáculo rompedor que creo que puso en marcha allá por 2016, lo tituló Mount Olympus y en él conjugó trece tragedias griegas a lo largo de ¡24 horas! El ejercicio de performance es ineludiblemente brutal.
En ese espectáculo cabe reflexionar acerca del papel del espectador, convertido por razones obvias en una parte fundamental de la puesta en escena, porque tiene que aguantar llevar a su cuerpo al límite. No es más importante, desde luego, que los actores, porque el juego de Fabre en esta obra es no sólo partir de un patrón, de un argumento y de unos papeles definidos, sino que por lo evidente que es la transgresora duración de la obra, sus participantes no pueden hacer todo de manera perfecta, entra mucho la improvisación, diría que guiada, y sobre todo que cuando esos cuerpos (desnudos la mayor parte de la obra, aunque resulte anecdótico después de ver los primeros cinco minutos) llevan tantas horas ya no se comportan igual, y por eso el espectador asiste a una obra única e irrepetible cada vez, en un espectáculo que, si pudiera vivirlo, sería imposible de olvidar.
Pero esta obra tiene mucho más que lo dicho, es Jan Fabre en su esencia, en todas y cada una, y más, de las profesiones, de las tendencias artísticas que adora, es si se me permite la expresión «el teatro total», la vuelta de tuerca a todo lo que nuestros sentidos se pueden imaginar. Hay danzas repetitivas que duran una hora, bailarinas que dan vueltas alrededor de un ídolo hasta la extenuación, o monólogos (en francés, alemán, neerlandés, inglés e italiano) que más que lo que nos dicen sobrecoge como lo dicen, y también ¿sexo explícito?
He puesto entre interrogación esto último porque en las grabaciones que yo he visto no lo he percibido, pero viniendo de quien viene es absolutamente probable. La información que tengo es que antes de la pandemia el espectáculo recaló en España, en concreto en Madrid y Barcelona, y me consta que ahí no hubo sexo, pero porque pienso que eso forma parte del estado de ánimo de los actores, como una extensión más de la improvisación, si quieren acceden a esa dimensión y si no se encuentran con la situación adecuada pues no.
Jan Fabre es el gallardete del teatro de vanguardia actual, me consta que muchos creadores y muchas obras beben de esta fuente tan irreverente y arriesgada, y puede ser la catapulta para un teatro del futuro que rompe las reglas de lo actual y que a mí me gustaría presenciar.
Debo terminar con algo que empaña notablemente la figura de Jan Fabre, y es que en 2022 fue condenado en su país por violencia e intimidación sexual en ambiente de trabajo. El caso se remonta a 2018, cuando 12 de bailarinas y excolaboradoras de Fabre en la compañía de danza Troubleyn publicaron una explosiva carta abierta con denuncias, en la que describían un ambiente de acoso. En fin, me da la impresión de que tiene cierto carácter de depravado y a una edad ya parece que se ha pasado el juego y todo vale. Aquí su obra es lo importante y su forma de ser es accesoria, pero que se atenga a las consecuencias y que pague.
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