Esta vez lo conseguí, siempre que viajo de vacaciones me propongo leer, sacar tiempo para no perder mi hábito de lectura, y rara vez lo logro; está claro que me relajo, que tampoco tienes tanto tiempo y cuando lo hay decides ocuparlo viendo chorradas en el teléfono móvil, los algoritmos también te atrapan.
Pero sí, en unas deliciosas e inolvidables últimas vacaciones, sí que me propuse leer un poquito y la lectura que me llevé fue acertada, porque si no me hubiera enganchado lo que decidí llevarme tal vez me hubiera costado sacar un ratito diario para alimentar esta gran pasión que me evade, me tranquiliza y ejercita mi músculo mental.
Interesante propuesta la de Sara Mesa, con un escueto título «La familia», y de eso va la historia, de una familia, o más exactamente de un modelo de familia un tanto peculiar. A poco que lees las primeras páginas te das cuenta de que el núcleo de la novela es la historia de una familia aparentemente normal pero que en la realidad es absolutamente disfuncional, una educación severa y unas costumbres demasiado especiales marcarán a los cuatro hijos de la familia.
A medida que iba leyendo me iba dando cuenta de que en esta sociedad hemos tenido la oportunidad de conocer a familias como la de la novela que imponían a sus hijos unas condiciones de vida tan severas que hasta han trascendido a los medios de comunicación. Padres que educan en casa a sus hijos, que no los dejan salir, que apenas conocen nada del mundo que hay fuera, y luego entran los servicios sociales y se encuentran a menores enfermos, desnutridos o situaciones mucho peores.
En casos menos mediáticos hay familias que tratan a sus hijos con tal severidad y un exceso de proteccionismo que están alterando su desarrollo natural, hijos que quedan estigtamizados para siempre. Podría poner ejemplos muy cercanos en el tiempo y cercanos a mí pero los voy a obviar porque alguna persona que me lee los conoce y no quiero poner a nadie en evidencia.
Sí que recuerdo, y como esto es muy lejano y tampoco sabe la gente de quién hablo, creo, que en mi clase de EGB había un niño que tenía unos padres muy estrictos, especialmente la madre, nunca manejaba dinero, era un cerebrito porque le obligaban a estudiar a lo bruto, también se embutía en invierno en varias prendas de vestir de más pequeña a más grande la del exterior, pero con pinta de haber cogido las ropas en un ropero de la beneficencia, y la familia tenía posibles, su casa, a la que accedíamos entre miedo y curiosidad, está muy bien decorada, su hermana era pintora y tenía cuadros por todas las estancias (a los años la vi a ella en «Andaluces por el mundo» y había triunfado, más o menos), y el padre trabajaba en Santana y aparte era un excelente carpintero con lo que los muebles, muchos de ellos, estaban hechos por él con muy buen gusto. Mi compañero era un un fuera de serie, pero como salía de casa poco, más allá del ámbito escolar, parecía estar anclado en el pasado, creo que llegó a triunfar pero seguro que lo pasó mal.
Y como todo, hay niveles, es cierto que cada familia tiene sus rarezas y eso puede marcar más o menos a sus vástagos. Pero esta familia que nos presenta Sara Mesa es de las muy estrictas, aunque repito que de cara al exterior parecía de lo más normal.
Cuatro hijos, la más pequeña es adoptada, a medias, porque se trata de la hija de una hermana de la que ahora será su madre. Una educación perfecta en apariencia, pero con notables manipulaciones con las que los niños sufren. El padre es abogado, o eso dice, luego descubriremos que es otra fachada, la de la dignidad social, y que en realidad no era más que un trabajador de un bufete. Es la cabeza pensante, porque su mujer está plegada a su «filosofía». Porque la filosofía es la de ser agnósticos, tener como Dios a Gandhi, no tener televisión (con lo que los niños aunque parezca pueril están desanclados del mundo y no saben hablar de nada de lo que se habla en los recreos del cole), no les dejan tener juguetes ni aceptar regalos, tienen que estar obligatoriamente toda la familia junta dos horas por la tarde y todo se funda en una especie de justicia social en la que el padre defiende el apoyo a los desvalidos y a los que menos posibilidades tienen en la sociedad, algo que los hijos no llegan a entender, es como llevar la justicia social a unos límites en los que ellos, de algún modo, son la moneda de cambio.
La autora nos mete en una especie de máquina del tiempo, con saltos un tanto erráticos, en las vicisitudes de esos cuatro hijos en diferentes períodos de sus vidas, desde cómo les va cuando son niños a las consecuencias de una educación demasiado restrictiva que, en muchos casos, les ha supuesto notables distorsiones en todos su desarrollo emocional, afectivo o profesional.
Está la novela escrita en un tono relajado, hasta cómico a veces, dulcificando la crítica que hay a estas familias o a estas personas que masacran a sus hijos con concepciones de la vida propia que impiden la libertad de esos a quienes dicen querer tanto y que demuestran con sus actitudes perversas que hay mucho egoísmo y poco o ningún amor.
Martina, la adoptada, crecerá en una familia impostada, que no la acepta como propia y que sobrevivirá porque la vida le ha dado tantos palos antes de aterrizar allí que ahora sabe nadar y guardar la ropa y sabe adaptarse a lo que esperan de ella. A Rosa el hecho de una educación tan severa y de no poder haber disfrutado del materialismo le hará convertirse en cleptómana y llegarán a retirarle a su propia hija. Damián se convertirá en un maltratador, demostrando que cuanto más te aprietan por un lado tú destensas en el sentido contrario; aparte de haber sido desde el principio el discípulo del padre con frutos limitados. Aqui (Aquilino) será el más avispado de todos, en la más clara demostración de que todavía un individuo con una educación plagada de toxicidad puede discernir lo bueno de lo malo y ser útil y normal para la sociedad.
Gran reflexión y gran lectura de Sara Mesa que con un relato entretenido nos hace reflexionar sobre los distintos modelos de educación donde los padres somos los grandes responsables de cómo serán nuestros hijos en el futuro, una tarea enorme.
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