"LO DEMÁS ES AIRE", DE JUAN GÓMEZ BÁRCENA

Por más o menos erráticas circunstancias, como lo son la elección de mis lecturas, estoy afrontando en este 2025 novelas que son auténticos maratones literarios, relatos de gran calado de esos que pasan por encima de ti por ser proyectos megalómanos, de los que te dan más de lo que tú puedes retener. Tuve la fortuna de releer hace unos meses «Cien años de soledad» o, en una suerte de homenaje más o menos velado, la sensación del 2024 que fue, aún sigue destellando, «La península de las casas vacías», de mi comprovinciano David Uclés. La primera es un referente en la literatura universal, la segunda acapara focos todavía y obliga al escritor a no decepcionar en lo próximo, abocado a ser un literato de éxito.

Y he tenido conmigo en el último mes una tercera novela que también podría calificar como holística, como las otras dos, una novela inmensa, desbordante, abrumadora, pero esta, «Lo demás es aire», con menos repercusión mediática y estoy seguro que la merecería.

Para empezar he de decir que me sorprendió cierto elemento de vanguardia que introducía el autor, Juan Gómez Bárcena, en su novela, sumamente innovador, no es rompedor pero sí estimulante, con lo que me congratulo, porque me gusta observar que la literatura sigue siendo un ente vivo, sujeto a cambios y permeable a nuevos recursos que hacen de la lectura un ejercicio mucho más reflexivo que el de leer una historia sin más.

Sí, porque antes de entrar en materia, una característica visiblemente identificable en esta novela es el uso e introducción a los márgenes de infinidad de renglones de una especie de llamada de atención o referencia que no es otra cosa que un año cualquiera. No es en realidad un año cualquiera sino la información del año en que se sucede la acción, y puede que haya más de mil referencias cronológicas de ese tipo.

Y ahí es donde iniciamos la introspección en esta novela, porque no es una novela al uso, no se cuenta una historia única, sino que alrededor de un pueblo, se narra la historia de sus gentes a lo largo de miles de años, lo que sucedió hace tres días, tres años, tres décadas, tres siglos e incluso qué ocurría cuando nuestros antepasados hace miles de años vivían en cuevas y todavía vagaban por nuestras tierras peninsulares esos impresionantes bisontes de los que quedó muestra impresa en las paredes de dichas cuevas.

Porque el centro del universo sobre el que gira la novela es Toñanes, un poblado minúsculo, anónimo, casi inexistente en la actual geografía española, perteneciente hoy al municipio de Alfoz de Lloredo en Cantabria, y que cuenta en la actualidad con apenas cien vecinos empadronados; no muchos más en el pasado o en los muchísimos paisajes pretéritos que nos narra este proyecto.

Casi como un proyecto lo podemos calificar porque es una novela o varias novelas, pero también un ensayo que podría definirse como prosa poética. Y es que hay dos estilos más o menos definibles en este libro, por un lado, está el género literario novelesco, pero como digo no el de una sola novela, no una sola historia, sino varias historias que se suceden a lo largo de siglos y que son la memoria perdida y encontrada por este narrador, historias de cualquier pueblo que son anónimas pero que en cada una de ellas hubo algo noticiable, algo que trasciende y que la hace bella. El otro estilo es esa prosa poética que el autor intercala casi detrás de cualquier historia.

Hay historias de hace miles de años, de hace siglos y también de ahora, la historia de los primeros pobladores de Toñanes y sus sucesivas generaciones, la forma en que un pueblo se conformó; historias de sufrimiento o de superación, de dolor o de alegría, que son el legado de este pueblo y de cualquiera de los que inundan nuestra España o nuestro mundo. Personas que sufrieron, que vencieron, que mataron o que ayudaron, personas que ya no existen y cuyas vidas fueron sonadas en su momento y hoy opacadas por el paso del tiempo, o directamente nunca fueron ni sonadas.

La novela es tan antológica, en el sentido de compilación, que sobrepasa a tu memoria, y se entrelazan, en ejemplos nada exhaustivos, historias como la del «monstruo» que nació en el siglo XVIII, un chico con severas malformaciones al nacer y que quiso ser el objeto de investigación de un médico de Santander a su muerte; o las diferentes muertes trágicas o por accidente que se sucedieron en el pueblo durante décadas; o la de la trifulca que tuvieron dos vecinos hace siglos sobre la propiedad de unas tierras la cual duró en los juzgados casi una eternidad y que provocó que dos vecinas descendientes de ellos al inicio del siglo XX estuvieran peleadas casi sin saber por qué; o la de dos jóvenes que se conocieron en unas fiestas de mediados del siglo XX y tardaron casi un año más en volver a encontrarse tras buscarse denodadamente por los pueblos de alrededor; y finalmente como historia gravitatoria, la del niño Juan, que pensó que descubrió dinosaurios y eran otra cosa. Y ese niño que a medida que vamos avanzando en la lectura nos damos cuenta de que es el escritor, que fue un niño muy deseado por sus padres, que veraneaban en Toñanes, el pueblo de sus antepasados, para pasar a vivir en él, y que pudo no haber nacido porque los médicos le dijeron a sus padres que podía venir con taras y al final nada.

Aquel niño relata, en un ejercicio inmenso, no solo su historia y la historia de los muchos habitantes de Toñanes, sino que reseña quiénes fueron esos vecinos en los últimos siglos, qué fue de sus vidas y cuándo murieron, en un digno rescate del ineludible olvido de tantos habitantes, que en su pequeño universo, hicieron posible que Toñanes llegara a ser lo que es hoy. Porque ese niño amante de la prehistoria también terminó de construir, en un ejercicio ímprobo, el árbol genealógico de su familia, que le llevó a más de doscientos años atrás en el tiempo y que a buen seguro le ayudó a plantearse este libro.

La parte poética, bella e inspiradora es un alegato a favor de la relevancia de cada ser humano como parte importante y nada desdeñable y mucho menos prescindible del mundo en que vivimos. Por eso Juan Gómez Bárcena nos evoca cómo era el fuego, el ruido, un beso, el viento, los olores, las canciones y los bailes, y cualquier expresión terrena, a través de las vidas de tantos y tantos personajes a lo largo de los siglos, sensaciones que fueron muy parecidas en nuestro yo, tanto para un habitante de hoy como para otro del Neolítico, por poner un caso.

Me ha encantado la novela, porque inspira mucho y me ha hecho reflexionar también sobre numerosos avatares, algunos ya los he referido, y hay uno muy interesante y que también se deja caer en la novela, y es el valor del pueblo, ese al que el autor vuelve de vez en cuando y casi por obligación. La mayoría de las personas tenemos un pueblo al que pertenecemos y donde tarde o temprano debemos volver, en mi caso Begíjar, allí están mis ancestros, por sus calles caminaron, sufrieron, rieron y batallaron las personas que permitieron que yo hoy existiera, seres relevantes o no, absolutamente anónimos y perdidos porque la vida es así, porque en cuatro o cinco generaciones hacia atrás uno ya no es nadie.

Pues nada, aplaudo enormemente esta novela inmensa de Juan Gómez Bárcena, genialmente escrita, no en vano él es licenciado en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y eso se nota, y también en Historia y en Filosofía que le dan ese aire metafísico a esta novela a la que le deseo una mejor proyección que la actual y a él toda suerte de éxitos en el futuro.

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