MERLÍ, LA SERIE QUE PUSO LA FILOSOFÍA EN EL FOCO DE ATENCIÓN DE LA JUVENTUD

Creo que esto que voy a comentar lo he referido alguna vez en el blog, pero por si acaso lo reitero, y es que tengo familia en Cataluña y tenía un concepto erróneo o negativo del catalán, bien es cierto (y esto lo comentaba con un chico valenciano que conocí hace un par de fines de semana, aunque tal vez no me expliqué bien) que recuerdo que hablando en una conversación común ellos hablaban en catalán entre sí, lo cual es muy distinto a hablar en privado o en un diálogo bidireccional donde lo normal es que se hable el idioma fuerte. En todo caso, ese concepto negativo del catalán sigue latente en buena parte de España y los políticos, uno de los grandes males de nuestro país, no han contribuido a ello, y yo me rebelo contra ello.

La cuestión, y es hacia donde voy, es que el catalán es un bello idioma, como todos, pero precisamente para los hablantes castellanos nos es más fácil de entender, hablar y escribir, bastaría con estar unos meses en Cataluña y tener interés, por lo demás no solo hay muchas palabras que son las mismas, y hay muchas similitudes en las construcciones sintácticas, perífrasis, gramática, sino que además en algunas palabras que no son las mismas que en castellano evoca claramente a su origen latino, de hecho, hay un verbo que me gusta mucho en catalán que es voler (querer), con la raíz latina «velle», de la que deriva la palabra castellana voluntad, es decir, querer en catalán lleva consigo la carga volitiva de la persona para hacer o alcanzar algo.

Y hecho este preámbulo vengo a decir que, como suele ser habitual en mí, siempre que puedo veo películas y series en versión original y, obviamente, subtitulada en la mayoría de las ocasiones. Y digo en la mayoría de las ocasiones porque esta serie que traigo hoy aquí la he visto en algunos pasajes en versión original y con los subtítulos en catalán, con la idea de ir aprendiendo algo de este idioma, algo que es más que probable que no me sirva para nada, más allá del orgullo personal. A veces, para no perder algún matiz relevante sí que me pasaba al castellano, aunque diría que más del 90 % de la serie se podría visionar en catalán enterándote también de más de un 90 % de lo que se dice.

Pues yo diría que nos deberíamos sentir orgullosos de que se hagan buenas series en España y, por supuesto, en Cataluña también, porque esta es de las que ha dejado poso, ha sido ampliamente reproducida en España y me consta que vendida a otros países, amén de que ahora se puede ver todo en todo el mundo con las plataformas digitales.

El creador de la serie y director de la misma, Eduard Cortés, tuvo la rabiosa y genial de idea de hacer una especie de «Al salir de clase» con el foco puesto en una de esas asignaturas menos atractivas del programa de estudios de enseñanza media como es la Filosofía. Por cierto, un Eduard Cortés que, más allá de su carrera televisiva, saltó a la palestra a finales del pasado año acusado por más de medio centenar de mujeres por acoso sexual, creo que no se le ha juzgado por ello aún, pero me temo que no saldrá bien parado y, desde luego, su futuro profesional va a quedar marcado para siempre.

La cuestión es que no vengo a juzgar esa mala conducta privada, probablemente abusando de su posición preeminente y sí de este proyecto televisivo que ha sido más que exitoso. En esta innovadora idea, la de sacar de la abulia a una asignatura que no despierta grandes pasiones y que probablemente, bien orientada es una disciplina que debiera ser la base del resto, no en vano apela a nuestra propia existencia, se plantea y cuestiona todo el mundo que nos rodea, la filosofía es la esencia misma de nuestro ser como animal racional inserto en un mundo complejo y cambiante.

Precisamente esa es la parte pedagógica y funcional de la serie, tiene un fondo didáctico más que notable. En cada capítulo se hace mención a un filósofo o una corriente filosófica y ello entronca con las vivencias de los personajes y el comenzar a cuestionarse todo lo que a un ser humano y a un joven en particular le intriga: la vida, la muerte, el amor, la violencia, la paz, las guerras, la existencia de Dios, el paso del tiempo, el racismo, la sexualidad…

En este sentido, la idea es fantástica, los chicos del instituto se ven mediatizados por una asignatura que les está constantemente interpelando, la filosofía entra en sus vidas y las lecciones que van recibiendo en el aula las aplican o las trasladan a sus vivencias cotidianas y les hace ser unas personas más ávidas de conocimiento o, al menos, más reflexivos en todo.

Claro que para llegar a ello la ecuación nace, se desarrolla y muere, sí también muere, en Merlí; Merlí de nombre y Bergeron de apellido, de origen francés, es el particular profesor de Filosofía que irrumpe como elefante en cacharrería en el Instituto de Enseñanza Secundaria Àngel Guimerà de Barcelona. Un tipo de vuelta de todo que casi aparece de rebote, teniendo en cuenta que coge una interinidad, que está divorciado, vive con su madre que es una nombrada actriz teatral y cuyo único vástago está a punto de hacer las maletas para irse a vivir con su exmujer a Roma, pero en el último momento decide quedarse con el padre y darle una nueva oportunidad, de hecho, el chico será alumno en una de las clases donde imparte y que será el punto gravitatorio de la serie.

Efectivamente porque la serie se centra en una clase concreta en la que conoceremos a la mayor parte de sus integrantes, chicos y chicas en la adolescencia que harán converger todos los problemas de su edad con las cuestiones que plantea la Filosofía impartida en clase. Los alumnos apelarán a los problemas típicos de su edad: sexo, alcohol, drogas, el dinero, la vida y la muerte, el amor, la traición, los celos, las envidias, las enfermedades mentales…, todo un abanico de posibilidades evidentemente magnificado para una serie que pretende llamar la atención, y que con la filosofía encontrará mecanismos para poder resolver, o al menos entender, cómo funciona esta vida que nos ha tocado.

La serie tiene un latente tono de humor, de distensión, que la hace más agradable y entretenida si cabe, considerando que a veces se tratan temas de mucho calado. De ahí el acierto de la producción y de los guionistas que fueron capaces de amalgamar las corrientes filosóficas con los problemas cotidianos, en lo que viene siendo una vuelta de tuerca, así me lo he imaginado yo, de aquel célebre libro que nos acercó a la filosofía cuando era más jóvenes, más allá de lo que recibimos en clase cuando estábamos en el Instituto y que era levemente soporífero, aquel «El mundo de Sofía», de Jostein Gardeer.

En este ambiente distendido colabora esencialmente Merlí (Francesc Orella), un tipo ingenioso, cínico, liante, inteligente, revolucionario, descarado, mujeriego, casi adelantado a su tiempo. Cuando llega al Àngel Guimerà lo va a trastocar todo, o lo quieres o lo odias, pero lo más importante es que removerá las conciencias de su alumnado, y este no volverá a ser el mismo desde que Merlí llega a sus vidas. Su temperamento y su carácter le procurarán amigos y enemigos casi a partes iguales, aunque lo relevante es que después de muchas cuitas sus alumnos lo querrán como el profesor que más influyó en sus vidas estudiantiles.

Los alumnos serán otro de los caballos de batalla de la serie, todos sus problemas y más allá de eso también está muy presente la relación personal y amorosa de todos ellos, sus vidas cotidianas, sus familias, las problemáticas sociales que sufren… Y, repito, la filosofía siempre gravitando en todo, porque esos jóvenes empiezan a entender que el dolor es inevitable, pero reflexionando pueden entrenar sus emociones para superar el dolor y lograr la tranquilidad del espíritu.

La serie se extenderá durante tres temporadas, tres cursos, donde obviamente se le puso el límite o la caducidad por la lógica cronología del inicio y estancia de los chicos en el Instituto, que abarca tres años de bachiller incluyendo el último curso.

Cuando finalizó, los productores decidieron alargar la serie, tal vez por la gran aceptación de un personaje con mucho gancho, especialmente en el público joven, que era el más díscolo de todos los alumnos de Merlí, un repetidor chulito, gamberrete y guapete descubre al que, sorprendentemente, le gusta la Filosofía y eso le engancha a los estudios y a una sociedad que le ha dado muchos palos. Se trata de Pol Rubio (Carlos Cuevas), convertido en una especie de clon del propio Merlí, que protagonizará «Merlí: Sappere aude»; una serie de dos temporadas centrada en la universidad, concretamente en la Autónoma de Barcelona, donde apenas aparecen personajes de la anterior serie y sí otros nuevos, universitarios, con una estética distinta, muy centrada en el Barrio Gótico de Barcelona, más madura, como los personajes y también con esa pátina filosófica que maduró en la serie matriz.

Muy buena serie por esa conjugación de magnitudes, un cóctel más que nutritivo, y por supuesto, también supuso la puesta de largo de muchos actores que después han seguido ganándose la vida en teatros, cine y televisión, lo que fue una magnífica cantera.

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