Al final la vida son momentos, es como estar en un juego de rol constante, en una especie de «scape room» en el que es evidente que para jugar tienes que interactuar y eso te lo da todo lo que hay fuera de esas cuatro paredes que te atrapan demasiado tiempo, el mundo está ahí y no tenemos tanta vida para abarcarlo, aunque sea una mínima parte, aviso a navegante ¿intrépida?
Uno va acumulando experiencias, no demasiadas, tal vez excesivo tiempo malgastado y perdido en el pasado, por lo que cualquier salida de la zona confortable casi la vivo como otro viaje iniciático más, el enésimo, aunque ese enésimo sea más corto de lo que me hubiera gustado, y no sé si tendré tiempo en este viaje vital de terminar satisfaciendo ese deseo.
Si ir de vacaciones a un lugar que no conoces suele dar mucho juego al juego, permítaseme esta pobreza sustantiva, más lo es cuando viajo con mi hijo, inserto en esa adolescencia adocenada, de gustos comunes y a mi parecer demasiado mundanos. Así que la idea era improvisar sin demasiadas expectativas, planear lo mínimo.
Esta vez salió bien, muy bien, y fue iniciático el viaje, porque le pongo el adjetivo cuando nutre, cuando adquieres experiencias enriquecedoras, cuando te lo pasas bien, cuando te sientes satisfecho. Me fastidia que los jóvenes tengan gustos muy similares y cuando converso con padres de mi edad todos coinciden en que a sus hijos les pasa igual, por lo que siguiendo esta tónica yo ni hago itinerarios preconcebidos ni meto cultura.
Así que esta vez el plan era ir al Pirineo aragonés y hacer algo de senderismo, que el senderismo lo puedo hacer por aquí abajo, pero al menos que en el norte te arropen los árboles, máxime cuando nuestro viaje fue en plena ola de calor y las sombras se convertían en un necesario aliado. Nuestro centro de operaciones fue en la provincia de Huesca, primero Jaca y luego Villanúa.
Tenía cierta inclinación a ir por los Pirineos ya que jamás había estado y luego también por Jaca, por aquello de que tengo el reprimido anhelo de viajar en invierno en el futuro, si tengo oportunidad, para ver algún mundial de hockey hielo en alguna de las categorías o divisiones en las que participa nuestro país. He de decir que me gusta mucho este deporte, y por aquello de que es minoritario, sigo especialmente lo que acontece en la escasa estructura de esta disciplina en España. De hecho, Jaca, un pueblo de apenas 13.000 habitantes, es decir, más pequeño que mi Bailén, se puede considerar como la auténtica cuna del hockey hielo patrio y su Palacio de hielo como la catedral de este deporte en España.
Por cierto, visité el Palacio, imponente, y esperaba que Jaca tuviera muchos guiños hacia este deporte y me decepcionó pues apenas encontré nada, en fin, será por aquello de que es verano y que este deporte y más en estas latitudes tiene poca actividad. Aun así esperaba ver a alguien con alguna camiseta, alguna alusión a algún partido de liga pasado, en cartelería, banderas…
Jaca, como capital de la Jacetania, tiene esa parte ligeramente cosmopolita, es la gran localidad alrededor de una gran comarca donde ella es la principal, por lo que la podemos considerar una pequeña capital a su manera, el tráfico diario era agobiante, encontrar un aparcamiento céntrico casi una odisea y luego el verano como atracción para un tipo de turismo que evita las playas, las aglomeraciones y busca más contacto con la naturaleza. También es verdad que Jaca tiene esa parte pública, institucional, militar…, muchos recursos que atraen gente puntual y periódicamente y que a buen seguro dejan una cifra de población flotante superior a la que refleja las cifras de su censo.
Soslayando esa Jaca urbana el centro, ese casco antiguo tan definido y tan notoriamente antiguo en las localidades del norte, nos refleja una adecuada oferta de servicios enclavada en un racimo de calles empedradas y limitadas al tráfico que la hacen muy coqueta y agradable de visitar. Y sobre ella se van tachonando diversos edificios antiguos, civiles y religiosos, que todavía aportan mayor serenidad a la mirada del visitante. Fuera de ese casco antiguo está la Ciudadela, un pentágono perfecto, un fortín militar que evoca el pasado preeminente de la localidad como núcleo defensivo pues su ubicación está a pocos kilómetros de Francia y, por ende, cerca de todo lo que nos podría entrar del resto de Europa. Esa vertiente, defensiva, luego la pudimos ver en distintos paisajes que visitamos.
Asentados allí, el plan era ponerse en marcha cuando nos pareciera y caminar por las montañas, muchas y variadas en toda la Jacetania. No nos arredró más de lo normal el hecho de que estuviésemos en el período de agosto de ola de calor y comienzo de los terribles incendios en determinadas provincias. Para el que sea negacionista del cambio climático basta darse una vuelta por allí arriba en estas fechas, los edificios no están preparados, ni los privados y apenas los públicos, por lo que la gente vive con preocupada intensidad estos períodos, cada vez más largos, cada vez más reiterados y cada vez más septentrionales.
Así que la gente nos advertía del calor, ¡como si no lo supiéramos!, pero tiene una explicación muy simple, las olas de calor en el sur, para el que puede se soportan enclaustrados con el aire acondicionado y, por tanto, confortables, en cambio cuando una persona tiene que pasar días y días aguantando y sin aires, apenas con ventiladores, para esas personas del norte, ni preparadas ni acostumbradas, se les instala una cara de peligro en la cara. En todo caso, las noches suelen dar tregua.
De todas maneras calor hacía y se nos ocurrió una manera de hacer más agradable nuestro caminar y es el ir investigando y descubriendo esos lugares donde te podías dar un baño, muchos porque estamos hablando de una zona cercana a los Pirineos donde el agua transcurre por muchos sitios todo el año, aunque los cauces tengan menos caudal. El primer día las pozas de Garcipollera, porque además, con buen criterio, las pozas no son naturales sino piscinitas o albercas artificiales para remansar el agua en dos o tres niveles, a modo de balconadas y se convierten en esos paraísos naturales a los que uno va y se encuentra, dicho sea de paso, con mucha gente que opta, como nosotros, por salirse de la tangente de lo más conocido y busca estas sorpresillas.
De algún modo Canfranc capitalizó un par de días nuestras rutas, lo vimos como un lugar muy sugerente. Realmente el Pirineo aragonés se vertebra con cañones y valles que son la horadación que los ríos han hecho a lo largo de miles o millones de años, en la vertiente Jaca-Canfranc es el Aragón. Canfranc, por otra parte, evocaba mucho más que un nombre, se trata de la historia de España centrada en su célebre estación, otrora en ruinas, y hoy más que dignamente rehabilitada como hotel de cinco estrellas y que da la debida prestancia a este lugar sonoramente mítico.
La Estación de Canfranc es un pueblito atípico, ni siquiera es el municipio, es un núcleo de población, pues pertenece a Canfranc, ambos se separan unos kilómetros, pero la Estación tiene apenas 500 habitantes y el pueblo no llegará a 100, no obstante, la disposición de los edificios en el núcleo de la Estación y su orientación turística han hecho de este enclave un lugar urbanísticamente muy curioso con bloques de edificios altos, tejados muy inclinados, y pintados de vivos colores, todo para no desentonar con el aspecto grandioso de la estación antigua del tren.
Pero nuestro cometido era el de subir por las faldas de las montañas que la jalonan, nosotros lo hicimos en dos ocasiones y por la cara este. Amén de la densa arboleda que por fortuna nos protegía del sol de la ola de calor, sorprendía la pendiente. La Estación de Canfranc es poco más de una franja de unos dos kilómetros lineales por donde circula el río Aragón y de ancho puede que no tenga más de doscientos o trescientos metros, con lo que en caso de nevadas, cada vez menos frecuentes según los lugareños (nuevamente el cambio climático), el riesgo de avalancha es patente y de amenaza a las edificaciones y al edificio de la estación como punto estratégico. Pues en esa falda este, también en la oeste, se han realizado impresionantes obras de defensa contra aludes que entre otras actuaciones cuenta con decenas de diques de contención y reforestación con arbolado resistente.
También nos resultó muy curioso que la zona contara con otro tipo de estructuras defensivas, las propiamente militares. Sí, porque hay varios búnkeres y trincheras que jamás llegarían a utilizarse, hoy es un recurso turístico más, y es que el Caudillo, tan empoderado él pero bastante temeroso a la postre, previó que la España más cercana al resto de Europa debía prepararse para una futura invasión y construyó esas estructuras que hoy no son más que anécdotas paisajísticas.
Los senderos en Canfranc está bien señalizados y de dificultad entre baja y media, y además se humanizan por aquello de que conectan esos diques y varios refugios de montaña, además de que pudimos disfrutar de multitud de mariposas.
El más inopinado de los baños lo hicimos precisamente en los alrededores de la Estación, justo bajando del sendero y desprotegidos del bosque el calor volvía a amenazar y vimos que en el cauce domesticado del Aragón, hormigonado en determinadas zonas, también se formaban pozas donde los lugareños se pegaban un baño refrescante que viniendo de los Pirineos puede uno decir que es vivificante por la temperatura aunque no tan baja como cabría pensar.
Dedicamos una jornada entera a visitar una estación de esquí y realizar una ruta de senderismo de alta montaña, el lugar elegido fue Astún, enfrente su hermana Candanchú. Dejamos aparcado el coche en los desolados aparcamientos en verano y montamos en el telesilla, el único abierto en estas fechas, para realizar la ruta de los lagos, sencilla pero tan larga como quiera el gusto del consumidor. Los lagos son llamado ibones en esa zona, voz propiamente aragonesa, son lagos a más de 2.000 metros y helados o nevados completamente en invierno, y lo interesante es que caminando unos kilómetros ya pasabas a Francia. Paisajes inhóspitos, casi lunares que en invierno están tapizados de blanco. En esas latitudes tan serranas y moderadamente extremas, el clima es un factor que hay que tener muy en cuenta, más que en otras latitudes, casi nos había llovido, aun con la ola de calor, cada día y entre ibón e ibón que el cielo se iba poniendo más oscuro, así que acortamos la ruta, porque además mi hijo ya iba pidiendo la hora, y comenzó a llover llegando al telesilla, arreció durante «el vuelo» y bajó la temperatura tanto que fuimos a la carrera hasta el coche para encender la calefacción directamente, menuda paradoja, España se quemaba por los cuatro costados y nosotros buscando el calorcito, como Heidi llegando a la casa del abuelo.
Tal vez no pensó mi hijo que el tute de senderismo le permitiría llegar con vida hasta el final de las vacaciones, con lo que pidió el comodín de la cultura u otras opciones menos físicas. De algún modo, esto es lo que nos hizo «mudarnos» a Villanúa, pues contratamos la visita a las más conocidas cuevas de esa localidad. Las cuevas no son muy grandes pero sí lo suficiente para que haya recorridos muy preparados para su visita, casi circulares, que para alguien que no ha visitado muchas cuevas están bastante bien, y denota ese espacio que hay bajo nosotros que desconocemos y muchos otros que aún no están descubiertos a buen seguro.
El plan absolutamente tornado a cultural también pasó por ir a visitar los monasterios de San Juan de la Peña. A mí lo de los monasterios siempre invoca a la filatelia, a la peregrinación y a períodos pretéritos donde la sociedad era sustancialmente distinta a la de hoy. El conjunto se compone del monasterio antiguo y el nuevo, pero es solo una distinción semántica, porque el antiguo lo es y mucho, y restaurado; y el nuevo también es antiguo y también es restaurado. Lo de la Peña es una obviedad, solo a una orden monacal se le ocurriría construir con las dificultades de la época un monasterio casi incrustado en la piedra, en mitad de la nada, con la complejidad arquitectónica que ello conllevaba y con el factor tiempo pasando a un plano que ni sería segundo ni tampoco tercero. En todo caso, que alguien peregrinara por allí hace siglos también era un ejercicio de supervivencia. La visita guiada al monasterio antiguo fue deliciosa gracias a un guía que ilustraba el recorrido con un notabilísimo tono jocoso.
No quisimos terminar nuestro periplo pirenaico sin explorar aunque fuera en una sola jornada el valle paralelo del Gállego. Nos dimos una vuelta por Sabiñánigo que en lo que vimos nos pareció insulso.
Luego fuimos a Biescas, imposible no acordarse del luctuoso suceso del camping que hace unas décadas fue arrasado por una riada; Biescas estaba en fiestas y nos dimos una vueltecita por su casco antiguo, coqueto, romántico y tranquilo. Volvimos a pulsar el botón del baño y lo más cerquita que nos salía eran las cascadas del Orós, y llegamos y fue otra gozada. También mucha gente pero sin problema para bañarnos, dos cascadas, una de cuarenta y otra de setenta metros dejan en su caída unas pozas con un entorno visual impresionante que fue de esas fotos que a uno se le quedan en la retina para siempre.
La tarde era para avanzar hacia el norte, nos recomendaron una zona también perteneciente a Biescas, llamada Santa Elena, la podríamos haber obviado, salvo por algún dolmen reconstruido de una forma demasiado artificial y otro curioso búnker lineal, idea de un Franco cagoncete, que si acaso puede servir para alguna peliculilla. Sí que acertamos con otro baño sobre la marcha, las pozas de Polituara, me evocaba a algo rumano como Timisoara, también gente, aunque muy salvaje el lugar, un puente tibetano en el lugar tuvimos que atravesar, muy sencillito, ni siquiera le di a mi hijo el beneficio de la duda ni del miedo, pasé como el que se levanta de la cama a hacer pis, sin miramiento alguno y él me siguió. El baño sobre el río Gállego fue muy bonito, la zona era idílica, rematé el día dándome un trompazo en el muslo izquierdo al golpearme con una piedra que no había visto tratando de hacer el cabra, no descartable en mí aunque ya tengo una edad.
Por lo demás la estancia en Villanúa fue un remanso de paz, ya las temperaturas estaban reduciéndose y se agradecía. Tengo un sueño en mi conciencia consolidado desde hace muchos años y es de vivir un concierto en una feria de pueblo en el norte, perdido de todo y acompañado. Dos noches seguidas disfruté de sendos grupos de jazz muy divertidos y marchosos; esto todo lo más cercano hasta ahora a ese sueño, porque ni estaba acompañado (mi hijo se quedó haciendo cosas de jóvenes en la habitación, o sea, con el móvil) y porque, en todo caso, aún sigo esperando esa persona que complemente mi vida.
Obviamente se nos quedaron muchos sitios que ver, pero en estas vacaciones, más que nunca, el objetivo era acumular experiencias paternofiliales y estar en mutua cercanía para construir futuro, por tanto, el objetivo se cubrió. Y luego se nos quedaron esas anécdotas de la intrahistoria vacacional como el paso por Medinaceli donde concluimos que nos gustaron más los torreznos que el Arco, nuestras experiencias con el idioma francés en curso acelerado o las sorprendentes personas que aparecieron por la autovía, andando o en bici.
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