Nunca he sido mucho de médicos y con el paso de la edad intento pisar lo menos posible los servicios de salud, desde luego siempre he tenido como filosofía medicarme lo mínimo al objeto de que mi cuerpo pueda defenderse con su sistema inmunitario y no doblegarse, salvo que ya uno se vea en cierta tesitura (que no soy Hércules), ante un dolor o molestia leves o moderados.
Por suerte y creo que gracias a mi estilo de vida, el de hacer deporte y llevar una dieta equilibrada prescindiendo todo lo que puedo de carnes y ultraprocesados, entre otras premisas, suelo enfermar bastante poco y cuando ocurre todo es muy leve; así que pastillas pocas o ninguna, ya llegará el tiempo, porque la edad lo mandará y demandará, en que tenga que hacer uso de medicamentos para mantener cierta calidad de vida y no sufrir más de lo debido.
Con todo esto transmito un estilo de vida natural y evito meterle al cuerpo elementos que, dentro de lo seguras que son las medicinas y tantas vidas han salvado, no dejan de ser un producto con mucho de laboratorio y algo de artificial, pues entiendo que todas parten de elementos naturales sintetizados a través de estudios. Y algo más, un medicamento aislado, tomado de vez en cuando, no deja de ser un mínimo apósito que apenas le afectará al conjunto del organismo y minimizará los efectos de esa dolencia concreta, pero administrado de forma perpetua es ineludible que va devastando, sin entender mucho diría que los aparatos digestivo, hepático o renal, tanto que no vas a morir de lo que esos medicamentos están curando si no de un fallo renal, por ejemplo, por ese cóctel de pastillas que crónicamente llevas tomando.
Internet y más recientemente la Inteligencia Artificial como un recurso más, han hecho que nuestra sociedad tenga una ingente cantidad de información de la que hace apenas dos o tres décadas era impensable disponer. Gran peligro, por otra parte, según nos advierten médicos y farmacéuticos, porque buscando entre todo el marasmo de información seguro que encuentras algo que se adapte a ti.
Hay obesidad informativa y esto facilita que la gente se automedique o que, más allá de eso, acuda a tiendas online para comprar cualquier medicamento que crea venirle bien, y a veces en páginas de dudosa reputación o, cuando no, los medicamentos son fraudulentos, de hecho, hay toda una mafia en cuanto a este asunto, muchas pseudomedicinas fabricadas en China o en algunos países africanos llegan a nuestro país, amparadas en parafarmacias o encapsuladas en el Internet profundo o Deep Web y hay un tráfico enormemente dañino y peligroso.
Lo cierto es que todo lo relacionado con la salud interesa y mucho, no es que a mí sea un asunto que me interese pero sí que ha tenido referencia en mi blog y con un éxito que no diría menor, aun asumiendo que mi mercado es de cercanía y muy limitado. Hace unos años, en los primeros balbuceos de esta bitácora argumenté acerca de que las farmacias se debían liberalizar, el lobby actual creo que no favorece la libertad de mercado y propugna precisamente que la gente busque alternativas fuera de lo legal con el riesgo que ello conlleva, amén de que los farmaceúticos son un gremio elitista al que se accede porque tienes un poder adquisitivo elevado; además sustentaba la escasa eficacia de las farmacias en nuestro país entendiendo que el valor añadido de su asesoría era tan residual que en su esencia no eran más que tiendas para expender productos, casi como un supermercado más y con una mínima o inexistente aportación de sus técnicos. Por cierto, algunos farmacéuticos, dos concretamente, me pusieron unos comentarios muy ofensivos, que borre, y que denotaba que eran poco proclives a la discusión razonada y muy temerosos de que hubiera un atisbo de revolución, por mínimo que fuese, que tentara a su indiscutible situación de privilegio.
Por si fuera poco, también en esos primeros pasos de este blog tuve la fortuna de leer un libro tremendamente lúcido como era «Los inventores de enfermedades» de Jörg Blech, en el que desvelaba como la industria farmacéutica (una de las más importantes del mundo junto con el mercado de armas y el de las drogas) ha influido a base de dinero en la medicina mundial, alterando en los análisis de sangre, orina y otra los umbrales de riesgo o elevar los niveles considerados patológicos para que, de repente, millones de personas que antes eran vistas como sanas, pasaran a necesitar tratamiento.
Y también abundando en lo anterior, particularmente en España, hace años que se venía hablando de que teníamos un elevado consumo de antibióticos (como me dijo una persona a la que quería y respetaba mucho y que ya no está con nosotros, con respecto a que la gente combate un resfriado con penicilina, ello era como «matar moscas a cañonazos»), es cierto que hemos logrado reducir ese consumo, básicamente porque antes se podían comprar en las farmacias sin receta médica, ahora no, por lo que hemos logrado reducir significativamente el consumo total en los últimos años, pero aún así nos encontramos por encima de la media de la UE.
Aparte de ese consumo algo exacerbado de antibióticos cuando voy, muy poco, a un centro de salud siempre está copado por gente mayor, visitantes habituales o cíclicos de esos lugares, propiciados por una cultura de la atención sanitaria propia de un estado avanzado, pero que a veces saturan las citas. Hace años que se dio un paso importante con esto de la renovación de las recetas sin necesidad de acudir presencialmente al médico, pero esto no hace más que recrear un problema que casi lo veo en primera persona y es que la gente mayor consume un cóctel inmenso de medicamentos, tantos que uno de los prescritos es para proteger hígado o riñón, que tampoco entiendo mucho.
Me dice una persona muy cercana y con información cercana al asunto y lo avalo con otras opiniones bien formadas, que los médicos, saturados por larguísimas listas diarias de pacientes, apenas tienen tiempo de ver el catálogo de medicamentos que una persona tiene recetado y siempre añaden y apenas eliminan algunos de los prescritos. Igualmente esas personas pueden morir atiborrados de pastillas, no por la enfermedad que previenen y sí por el fallo renal o hepático causado por tantísima medicina en el organismo acumulada a lo largo de los años. Y, por supuesto, aunque sea de pasada no puedo eludir señalar que esas personas acuden a las farmacias para que se les administre «lo que salga» en la tarjeta, y muchos de esos medicamentos no se consumirán, pagados con el dinero de todos y que acabarán, en el mejor de los casos, en el punto SIGRE. En muchas circunstancias casos nuestros mayores están tomando medicamentos superfluos, innecesarios pero dañinos a la postre por la persistencia.
Aparte de esta disertación el meollo de la cuestión es que el acceso a medicamentos de todo perfil es fácil, accesible, barato en muchos casos, y no restrictivo. Para cualquier dolencia tienes un medicamento, hasta para la melancolía o el mal de amores, ya se encargan las farmacéuticas de ponernos en la diana, y a la vista está que los botiquines de casa están llenos de medicamentos no consumidos o que son comodines para el futuro.
Llevo este año 2025 inserto en un club de senderismo y haciendo caminatas con cierta dureza en algunos casos casi todos los fines de semana, y he descubierto que entre mi gente, que tiene un perfil físico superior a la media, hay personas que no protegen ni lo más mínimo su salud en atención a los valores que se propugnan de vida sana y naturaleza. En cuanto tienen la más mínima molestia no dan oportunidad a que el cuerpo recupere de forma natural, no quieren morir ni pasarlo mal, que si un ibuprofeno, que si un paracetamol, Nolotil o lo que sea.
También cuando hemos ido a hacer noche acuden a remedios, a todas luces inservibles más allá del placebo, para tratar de conciliar el sueño, así la valeriana, metalonina y todo tipo de inventos farmacéuticos nada baratos de eficacia más que moderada. La absorción de metalonina de una pastilla es del diez por ciento, con lo que si te duermes es porque estás muy cansado o porque el placebo te mece en sus brazos.
El acceso a medicinas es facilísimo, además en un contrasentido que no sé qué explicación tiene, que al parecer no te puedes comprar un ibuprofeno de 600 mg, pero sí de 400 mg; o no puedes comprar una caja de paracetamol de 1 g con cuarenta pastillas, pero si cuatro cajas de diez pastillas.
A nadie, me refiero a medios de comunicación, a autoridades, porque las farmacéuticas obviamente no lo van a hacer, se le ocurre impulsar campañas, si las hay no son muy llamativas, para que evitemos el consumo innecesario de medicinas y menos para gente que tiene una forma física normal o superior.
El alarde del senderismo y creo que esto tiene algún asentamiento fundamentado en pseudonutricionistas es el del consumo, no ya de medicamentos, sino de todo tipo de preparados para facilitar que las rutas sean sobrellevables, que no nos deshidratemos y que tengamos fuerzas para llegar al final. Se han puesto de moda las sales minerales, el beber agua de mar, barritas energéticas que cuestan una pasta, pastillas vitaminadas, de guaraná…, y yo que sé cuántas historias más. Tenemos hiperpastillización en nuestra sociedad, perdónese el palabro, pero entre la gente sana es un contrasentido.
No niego que en alguna ocasión llevo barritas de multicereales, por comodidad y puntualmente, pero es evidente que suelen estar hiperazucaradas. Yo tengo la fortuna de acertar con la gente que sigo en Twitter y sé que dan buenos consejos y con rigor científico: Julio Basulto, Aitor Sánchez o Juan Revenga son, entre otros, mis gurús de referencia, y suelen coincidir en que las barritas energéticas más sanas, naturales y baratas son un plátano, una naranja, una manzana…, es decir, algo muy accesible y que te pone las pilas.
Lo de beber agua del mar es una solemne estupidez además de un peligro, baratísima de conseguir para el productor y mezclada con agua normal, cómo si no, a la que se la agregan otros elementos, te van a cobrar por ello como si compraras elixir de dioses y, en todo caso, recomiendan que bebas con precaución.
No me enrollo más, soy partidario de no meterse medicamentos en el cuerpo de forma inconsciente sin estar enfermo y menos suplementos varios para hacer una actividad física moderada, otra cosa es que fuéramos profesionales. Siempre defenderé medicarse desde la alimentación y para eso cuento con mis cinco iconos: legumbres, verduras-hortalizas, cereales integrales, frutas y frutos secos.
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