RUANDA, UN PAÍS QUE MIRA AL FUTURO CON EL RECUERDO DE UN TERRIBLE GENOCIDIO

Tenía pensado hacer una segunda entrada de la nueva etiqueta que generé hace poco de «Geografía», que tiene por extensión el sentido de Geografía humana o también Sociopolítica. Y es que esa segunda entrada iba a ser sobre Israel-Palestina, como una forma de enterarme yo mismo del trasfondo histórico-religioso que se esconde detrás del conflicto, muy complejo. Comoquiera que se nos ha venido el acuerdo de paz como agua de mayo y la historia reciente nos dice que esto hay que cogerlo con pinzas, bueno será dejar pasar un tiempo hasta ver cómo evolucionan los acontecimientos en esta zona tan convulsa y afrontar la entrada ya sí, con más datos geoestratégicos, para conformar una entrada absolutamente apasionante como es la de estas dos naciones que se pelean por un mismo terreno.

Tenía varias ideas en mente aparte de esta anterior sobre qué países o lugares quería tratar aquí pero a veces los acontecimientos actuales hacen encenderte la bombilla y es lo que sucedió. Si la anterior entrada iba sobre un país africano (Esuatini), en esta repito, y ello no es casual, ya que África es un continente que me apasiona, no solo está por explorar y descubrir, sino que tiene múltiples posibilidades de desarrollo potente en los próximos años y eso es enormemente bueno para el resto del mundo y creo que nos vamos a sorprender con ello. Por otra parte, no hay que dar la espalda al hecho de que es la cuna de la humanidad, el homo sapiens nació allí, con la piel negra, allí viven y con la misma piel sus descendientes más originales y el resto del mundo que somos blancos o más claritos debemos reflexionar acerca de que nuestra pálida tez no ha sido más que una evolución por la menor necesidad de pigmentación al colonizar latitudes con menos horas de sol, lo que es toda una bofetada a los supremacistas.

Hace unas semanas nos divertíamos con el Mundial de ciclismo en carretera disputado en Kigali, la capital de Ruanda. Ruanda nos evoca aquel genocidio, aquella masacre entre hutus y tutsis de hace unas décadas, y nos sorprende que el país haya podido pasar página y haber elevado el nivel de vida de sus conciudadanos. Desde luego lo que vimos en el circuito preparado por la organización (la UCI y el Gobierno ruandés) tenía una pinta fabulosa, más allá de sus calles perfectamente asfaltadas y señalizadas y la subida por un pavimento adoquinado a Kimihurura, descubrimos un entorno moderno, limpio, tecnológico…, emergente en definitiva. No es flor de un día lo de Ruanda, desde hace años se promocionan con el logo «Visit Rwanda» que han llevado varios equipos de fútbol importantes, y la Vuelta ciclista a Ruanda también va cogiendo cuerpo en los últimos años y ya aparece entre lo más apetecible del calendario ciclista profesional.

No es baladí que Ruanda se mueva en este perfil en la actualidad porque para poder organizar un evento de estas características en África lo que se exige, casi antes que nada es la seguridad. Tenemos tristes antecedentes pero el más sonado sea tal vez el París-Dakar, la organización declinó llevarlo por tierras africanas ante la creciente inseguridad y el riesgo vital de sus participantes; los países por donde pasaba se pegaron un auténtico tiro en el pie, porque una fuente de ingresos interesante para esas zonas deprimidas por donde transitaba el rally se esfumó por no poder controlar a grupúsculos terroristas y delincuentes que hacían de las suyas con total impunidad.

Ruanda ha tenido eso, al menos es lo que ha trascendido, una garantía de seguridad, nadie se ha quejado, más bien al contrario, han encontrado buenos hoteles y facilidades para entrenar, y sobre todo se han mezclado con la gente, con una gente que es la alegría personificada, con un público que era todo calor. Para los que hemos estado allí sabemos que esas personas con lo poco que tienen viven más felices que nosotros.

Hace más de treinta años, tengo grabado en la memoria que yo iba a salir a ver una procesión de Semana Santa, y se me atragantó la tarde cuando en el telediario pudimos ver las matanzas que se protagonizaban en un país casi desconocido para todos por aquella época. La guerra entre hutus y tutsis se nos fijó en nuestras mentes y todo lo que ocurrió allí entre los meses de abril y julio de 1994.

Ruanda, situado en el centro del continente africano, es un pequeño país en cuanto a territorio, pues tiene una extensión de 26.338 km², algo más que la de la provincia de Badajoz, que es la más extensa de España, pero sí que es una nación densamente poblada, pues en ella viven casi 15 millones de personas. Está alrededor de varios países muy extensos como República Democrática del Congo, Tanzania y Uganda, y tiene al sur a otro micropaís, Burundi, también de parecida extensión.

Como es de prever el país vive sobre todo del sector primario, de hecho, sus plantaciones de café son uno de los grandes recursos del país. Tras aquella terrible crisis, en la que ahora me detendré, el país ha ido creciendo paulatinamente sobre todo a partir de 2006, consiguiendo registrar los siguientes años un crecimiento medio del 8 % anual, convirtiéndose en una de las economías de más rápido desarrollo en África, reduciéndose notablemente los niveles de pobreza. También pudimos ver en el Mundial de ciclismo que se estaba orientando hacia la tecnología y el turismo de naturaleza.

Aunque el origen de Ruanda como nación se pierde en la noche de los tiempos, sí que es cierto que la historia nos habla de la coexistencia de dos clanes sin diferencias étnicas significativas, los hutus que tradicionalmente eran agricultores y los tutsis pastores. La historia moderna y contemporánea nos hablar de una salvaje colonización de países europeos, que más que ello era una manera de aprovecharse de los recursos y de sus gentes en beneficio propio (se nos quejan los americanos de la colonización española y ya vemos que en África nuestros vecinos fueron mucho peores que nosotros). Las fronteras no dejan de ser cicatrices de la historia, y cuando hay guerras tenemos que concluir con que algunas de esas cicatrices se cerraron mal.

La primera colonización moderna fue la de los alemanes, a finales del XIX, más allá de los «aprovechamientos de todo tipo» intentaron modernizar algo el país, pero lo que trasciende son medidas casi simbólicas. Más relevante en cuanto a que la simiente fue lo que provocó la crisis hutu-tutsi, fue la presencia de los belgas tras el final de la 1ª Guerra Mundial, pues acentuó las diferencias tribales, favoreciendo a los tutsis, menos numerosos, pero algo más poderosos; incluso se llegó a segregar artificialmente considerándose que los tutsis eran más claros de piel, más altos y más inteligentes, algo que no tenía fundamento alguno pues en los años veinte, etnólogos belgas analizaron (midieron cráneos, etc.) a miles de ruandeses y concluyeron que tenían elementos raciales análogos con independencia de la tribu.

Con los años esa tendencia fue consolidada, los tutsis, en el poder, oprimían a los hutus, y de hecho era casi un sistema de castas, los belgas llegaron a convertir a un tutsi en un hutu si tenía menos de diez vacas. De hecho el carnet de identidad ruandés tuvo hasta 1994 un casilla para identificar tu supuesta raza, en una clara discriminación. La población hutu siempre fue mayoritaria con respecto a la tutsi, pero esta tenía el poder y lo ejercía dictatorialmente.

En 1961 con la independencia del país, comenzaron a gobernar los hutus con el apoyo de los colonos belgas, muchos tutsis huyeron del país. En 1973 el general Habyarimana, de la etnia hutu, tomó el poder en un golpe de Estado en medio de otro período de conflicto étnico. En esos años, hasta el genocidio, se acentuó la política segregacionista. El 6 de abril el avión que llevaba al presidente Habyarimana y al burundés Cyprien Ntaryamira, ambos hutus, fue derribado cuando iba a aterrizar en Kigali; hutus y tutsis se acusaron mutuamente del atentado. A partir de ahí comenzó el horrendo genocidio.

El control de las calles fue imposible y las guerrillas «Interahamwe», un grupo civil armado y clandestino comenzó la limpieza étnica que conocemos (falsamente étnica y en todo caso tribal); no hay cifras concretas pero cerca de 800.000 personas fallecieron en tres meses (casi el 10 % de su población por aquellas fechas), asesinatos con total frialdad, sin impunidad, de la manera más cruenta, a machete en muchas ocasiones. La mayoría eran tutsis, gente inocente, muchísimos niños, porque lo querían los hutus era no solo esquilmar a sus enemigos, sino cortar de raíz a las generaciones futuras, que no hubiera procreadores.

No me resisto a reproducir las palabras del misionero español Joaquín Vallmajó, pocos días antes de su desaparición en aquel país: «Después de varios años de crisis política y social, se está produciendo la guerra más absurda, que está desembocando en una crisis política vergonzosa. Un pequeño grupo de politicastros corruptos hasta el extremo quiere conservar el poder a cualquier precio, sacrificando al pueblo y al país si es preciso. Otro grupo no menos corrupto aspira al poder por los medios que sean. Un tercer grupo, el más numeroso y digno de respeto, sufre las consecuencias del poder y de sus agentes: es el pueblo, víctima del racismo, la dictadura, la pobreza, la guerra, el hambre, el robo, el vandalismo, la violencia y la manipulación. La situación es muy grave desde el punto de vista político, económico, social, cultural y racial. La manipulación de los políticos en el poder y sus acólitos y de los partidos y sus líderes es vergonzosa».

A mediados de julio de 1994 los insurgentes tutsis se hacen con el control del país obligando al gobierno hutu a huir del país, junto con muchos de sus acólitos, asesinos y mucha población civil. Paul Kagame se hará cargo del país, hasta nuestros días. Se dice que no trascendió de igual forma lo que vino a ser la vuelta a la tortilla de aquella matanza, pues no solo hicieron huir a numerosísimas familias hutus, fundamentalmente a la fronteriza República Democrática del Congo (antigua Zaire), sino que también llevaron a cabo el genocidio a su manera, aunque tal vez no hubo tantas cámaras para grabar esas instantáneas.

Por cierto, que hay una película muy interesante que se llama «Hotel Rwanda» y que recoge con bastante verosimilitud los acontecimientos ocurridos aquellos días, pues está basada en hechos reales. Es una película dura, no apta para gente sensible, en la que se refleja la dureza con la que se manejaron todas esas tropas clandestinas. Cuenta la historia durante esos días de Paul Rusesabagina, administrador del hotel Des Mille Collines, hutu y casado con una tutsi, algo que era muy común, de hecho su padre era hutu y su madre tutsi, pero se seguía un sistema patrilineal, que marcaba tu «raza» en función de la de tu padre. En esos días tuvo que convertir el hotel en un refugio para más de 1.200 personas, salvándolas literalmente de la muerte, incluida su mujer y sus tres hijos. Paul Rusesabagina se refugió en Bélgica y luego se instaló en Estados Unidos, convirtiéndose en escritor y activista y enfrentado abiertamente con Kagame.

La película nos ofrece escenas desgarradoras, pero aparte de lo sanguinario, cabe destacar que las tropas de la ONU, presentes en el país, apenas eran convidados de piedra, pues según decían estaban para mantener la paz, no para imponerla, por lo que no podían disparar salvo en legítima defensa.

Por otra parte, el papel de las potencias europeas, otrora colonizadoras, fue irrelevante, apenas se inmiscuyeron ante la barbarie que se estaba cometiendo, por un razón bien sencilla y que el personaje del general de los cascos azules esgrime en referencia a que nadie va a venir a ayudar al pueblo ruandés: «no es porque ustedes sean negros, es porque son africanos». Por eso, porque a nadie le importa lo que ocurre en África.

No voy a ser yo el que ponga a Paul Kagame en los altares, presidente de facto del país prácticamente desde el fin del conflicto, máxime cuando va ganando las elecciones con abrumadoras mayorías de más del 95 % de los votos, según dicen porque les ha cortado las alas y algo más a los opositores. Lo que sí hay que alabar es que en treinta años hay cierta paz, no digo que no siga habiendo algo de polarización porque no es fácil cerrar heridas del pasado cuando son tantas, pero una de las medidas que se han tomado, necesaria, es eliminar de los documentos de identidad la raza perteneciente. Pasa como con la ETA en España, uno prefiere cien mil veces que no maten aunque tengamos que tragarnos sus salidas de tono, sus incongruencias, sus ruindades y sus homenajes a asesinos. Si hay que tragar con un Kagame dictatorial para ahorrarse muertos démoslo por bueno.

Ya digo que desde fuera, desde el sillón de casa viendo el Mundial de ciclismo, el país parecía interesante para visitar, pujante en cierta medida, y de eso se trata también el papel de los países occidentales, que no veamos a los africanos como seres humanos de segunda y que podamos devolver a nivel institucional el apoyo al desarrollo necesario, y que los que tenemos algún poder adquisitivo lleguemos allí para disfrutar del país y de sus gentes y dejar nuestras divisas.

Por cierto, ese descubrimiento de la subida de Kimihurura que quedará como un mito del ciclismo internacional, también fue una zona caliente en aquel conflicto de hace tres décadas. En ese proceso de documentación de esta entrada he encontrado el relato de una mujer que fue a visitar a una hermana a aquella zona, fue varias veces violada y perdió a la mayor parte de su familia. Heridas que el tiempo ha de restañar aunque siempre quede el recuerdo.

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