"TENEMOS QUE HABLAR", DE BÁRBARA MONTES

Eva y Tima, Tima y Eva, esta novela es la historia de dos relatos independientes que no llegan a relacionarse nunca aunque sus protagonistas, al final, sí.

En «Tenemos que hablar» observamos dos historias de parejas cotidianas y contemporáneas, narraciones de hechos que nos podrían pasar y, de hecho, nos han pasado, a ti y a mí; porque en este mundo de lo sentimental, de las relaciones, del amor, de las rupturas y de las traiciones, todos hemos estado, con mayor o menor suerte, con mayor o menor alegría o dolor.

Tal vez lo que más engancha de esta novela es que te pones a leer desde la primera página y estás viendo el mundo que te rodea, un mundo actual donde cada vez las parejas se aguantan menos, es normal, no digo que sea lo mejor, pero sin ser partidario de las separaciones y divorcios, aunque yo forme parte de ese estado, a veces son inevitables y necesarias. Y lo que sí que compro es que en este siglo XXI donde la mujer cada vez se equilibra más en puestos, salarios y oportunidades, ya no depende tanto económicamente del hombre como hace medio siglo, al menos en España y en muchos países occidentales, lo cual es genial, tan impensable antes como factible ahora. Y, por supuesto, la mujer no tiene que soportar el menor atisbo de machismo o intolerancia por parte de su pareja y viceversa.

La historia de Eva responde un poco al perfil de una mujer del siglo XXI, de familia de clase media trabajadora, se convierte en una ejecutiva agresiva (ya no se utiliza este adjetivo, cuando en los 80 o 90 se puso de moda se daba por hecho que no se podía ser ejecutivo sin ese punto de agresividad), y se codea con lo más granado de su mundillo. Económicamente va más que sobrada pero el problema es que su trabajo la ha atrapado tanto (workaholic que dicen los anglosajones y que traducido al español no suena tan bien) que su vida sentimental y social es inexistente la una y accesoria la otra.

Tima, por su parte, sí que tiene una extracción social algo más superior, sus padres, divorciados, son ejecutivo él y gerente de una galería de arte ella; y la propia Tima es pintora y su madre le procura unas ventas que consolidan esa profesión un tanto bohemia. Está casada con un hombre que es ejecutivo y tienen un hijo preadolescente. Tima y su marido están en esa fase de punto muerto donde la relación no avanza, y en una relación no avanzar significa retroceder y definitivamente morir. En un arranque de originalidad su marido le pide permiso un día para acostarse con otra persona, por una sola vez. Tima accede y más que darle importancia y reconocer que no le molesta ni le duele, llega a la conclusión de que su matrimonio está vacío, condenado a la cancelación desde hace tiempo y deciden divorciarse.

El divorcio tiene, en estos casos de agonía por aburrimiento, un componente muy doloroso, la ruptura con un statu quo, con una no muy entendida seguridad del hogar, la crisis de identidad, la quiebra de una familia y el sufrimiento por cómo dejas a los hijos sin los referentes de sus progenitores nunca más unidos en un techo y en un ente. Tima sufre esto tanto que, en su circunstancia o en estas circunstancias, es muy posible que la decisión del divorcio permita ese repensado, esa segunda oportunidad.

Pero no, Tima atraviesa ese camino que no es recto y al final decide, decidirán, que no hay vuelta atrás. Desde luego que no será fácil, bien con su exmarido pero mal con la familia de este, especialmente su exsuegra, una mujer estirada, de clase alta, o con ínfulas de ello, que hará todo lo posible por influir negativamente en el menor, en una demostración cotidiana y actual de la violencia vicaria a baja escala pero de cierto calado.

Por su parte Eva, en esa fase de madurez y estabilidad de su vida, y de no ver más allá de su trabajo, consigue tener un rollo sentimental bastante prometedor y comienza a pensar que su zona de confort está revolviéndose, y que tampoco está tan mal sentirse amada y que se puede ser feliz más allá de un despacho de oficinas y más allá de la seguridad de la soltería voluntaria. Pero resulta que de quien se enamora es de alguien vinculado con su trabajo y los celos de la jefa de él provocarán el despido de ella en la otra empresa (una gran multinacional del marketing que acepta el soborno de uno de sus mejores clientes), algo así como la caída de un castillo de naipes.

Aquí es donde entra, más que mediada la novela la relación entre Eva y Tima, porque Eva trabaja o trabajaba es la empresa en la cual su jefe es el padre de Tima y este se ha visto obligado a despedirla porque así se lo han ordenado sus jefes norteamericanos, aunque con el compromiso de volver a contratarla en unos meses, en cuanto las aguas vuelvan a su cauce.

El encuentro de Eva y Tima se producirá de una manera un tanto forzada, ya que el padre de Tima sufrirá un accidente grave y ellas se conocerán en el hospital, donde advertirán que ambas tienen gustos muy similares y que van a ser buenas amigas.

En este ínterin Eva ha abierto su abanico de oportunidades laborales y ha buscado por su cuenta otras opciones, más allá de esa promesa de volver a su antigua empresa; aunque por otra parte tiene un reto mucho mayor, su chico, del que está felizmente enamorada tiene en el horizonte el sueño de vida, un trabajo genial y muy bien remunerado en Japón. El dilema para Eva será abandonar España y sobre todo su desarrollo profesional por amor.

En esa pequeña frase de «Tenemos que hablar», repetida por la autora Bárbara Montes en varios diálogos presume el inicio de conversación de gran calado. Cuando alguien pronuncie esas tres palabras tú ya sabes que lo que se vaya a hablar es rompedor, no vas a hablar ni del tiempo, ni de política, ni de lo que vas a comer, esas palabras pronunciadas entre dos personas con una relación profesional o afectiva implican que cuando la conversación termine ya no todo será igual que antes.

La novela es entretenida, hasta cierto punto adictiva por su fácil lectura, y sí que he de reprochar un par de cositas. La primera es algo que ya he repetido varias veces en esta bitácora, y es que las novelistas femeninas tienen una especial deriva a escribir sobre infidelidades y uno como hombre piensa si no les gusta hablar de ese morbo más de lo que nos imaginamos, no sé, es como si viera a las mujeres más obsesionadas con este tema que los hombres y, sin embargo, se nos define a nosotros como los máximos culpables de estas situaciones. La segunda es que la historia que nos cuenta está teñida de esa clase media alta, de gran ciudad, con buenos puestos de trabajo, todo superguay, estupendo, como si entre la clase media-media no pudiera haber rupturas, infidelidades…, pero claro es que sale más chulo vender personajes pijos que pintan, que van a restaurantes caros, que son ejecutivos o que tienen oportunidades laborales en Japón.

Pues eso, no está mal aunque su estética se parece demasiado a otras tantas que ya he leído.

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