THE BIG BANG THEORY, UNA SERIE QUE ROMPE MOLDES

Que la mayoría de los mortales vemos la tele es palmario, aunque a muchos les guste decir “en mi casa no vemos la tele”, y se les llena la boca con esto y parecen más finos y hasta más cultos. Pues sí, yo veo la caja tonta y no pasa nada, bien es cierto que como he comentado en alguna ocasión, de joven la veía mucho más, y sobre todo devoraba cualquier transmisión deportiva, y eso que la opción de canales era limitadísima. Para mí es un lujo dormir la siesta con el ruidillo de fondo, como placer es echarte en el sillón a eso de las diez de la noche, después de una jornada ajetreada y ver un buen programa, alguna serie o una película lo suficientemente entretenida para que no te anestesie.

Durante este ya mortecino verano tuve la oportunidad de simultanear tanto en Internet como en televisión, en concreto en Antena Neox, la serie estadounidense “The Big Bang Theory”, en español “La Teoría del Big Bang” o comercialmente sólo “Big Bang”. Una sorprendente producción de sus creadores Chuck Lorre y Bill Prady, que no sólo está siendo un éxito en EE.UU., cerca de 15 millones ven sus episodios cada semana; sino que de algún modo, su propia concepción ha supuesto una revolución en las comedias de situación de ese gran país. Esta próxima semana inicia su cuarta temporada después de las tres anteriores más que brillantes y cada vez con mayor audiencia.

El cóctel no puede ser más explosivo: cuatro genios algo locos, con un coeficiente intelectual superior a la media y con costumbres poco comunes, es decir, unos friquis en su más amplia expresión, son capaces de resolver, por ejemplo, ecuaciones complicadísimas, pero están muy limitados en sus relaciones sociales, y entablar una conversación con una chica les resulta algo tortuoso. Dos de ellos viven juntos, Leonard y Sheldon. Leonard parece el más normal pero parece sentirse frustrado por su escasa vida sentimental; Sheldon es un superdotado, maniático y metódico, incapaz de encontrarle el segundo sentido a los chistes. Por otro lado, tenemos a Raj un indio de Nueva Delhi que no puede hablar con una chica salvo cuando está bebido o medicado; y finalmente Howard, un judío que vive con su madre, vestido permanentemente con indumentaria psicodélica, como de los años 60, se las da de seductor, aunque en realidad no tiene más éxito con las chicas que sus amigos.

Sus vidas comienzan a alterarse cuando en el piso de enfrente en el que viven Sheldon y Leonard, se instala Penny, la típica chica buenorra y simpática que no ha ido más allá de sus estudios básicos y que a diferencia de sus vecinos es sumamente hábil en las relaciones sociales, sobre todo con el otro sexo. Viaja a la gran ciudad para ser actriz aunque, por el momento, debe conformarse con ser camarera de un restaurante de comida rápida.

El sentido del título de la serie cobra acción cuando ambos mundos se unen, los cuatro científicos chocan con Penny y se desencadena toda una serie de cómicas y desternillantes situaciones que hacen de esta producción para televisión una de las más graciosas, sorprendentes y adictivas de los últimos años.

Es lógico entender que como toda serie, sus personajes tienden a estereotiparse, o lo que es lo mismo, tienen una personalidad muy marcada, pero en este caso, ello no le resta mérito, sino que aumenta la expectación y la risa está asegurada. En este sentido, la más hilarante de las personalidades es la de Sheldon, un tipo rutinario y metódico hasta los límites de lo humano y racional; comportamiento este que por más que sus amigos estén acostumbrados a vivir y a soportar, no los libra de momentos de exasperación; con lo que Leonard, Howard y Raj están en permanente pique con Sheldon.

A todo esto, a lo largo de las tres temporadas se va sucediendo una tensión sexual entre Leonard, el normal en teoría, y Penny, que va teniendo sus más y sus menos; porque al final de todo, pese a lo normal que pueda ser Leonard, aún está separado varios años luz de su maciza vecina.

Otro de los logros de la serie ha sido tratar de llevar algo de ciencia a los hogares, de hecho, la producción mantiene en plantilla a un físico que es el que se entretiene en dotar a los habituales diálogos de estos locos chiflados de una base científica real, con un tratamiento que sea lo más accesible para el común de los mortales y encima con un toque humorístico o simpático.

Finalmente, también hay que destacar el metraje de la serie, pues cada episodio apenas llega a los veinte minutos. Eso la faculta para que sea todo esencia, está perfectamente dimensionada, pocas veces hay diálogos o situaciones inútiles. Suele tener un ritmo vivísimo y no te da tiempo a relajarte, ni da pie al aburrimiento. Sus tramas están muy trabajadas y el entretenimiento está asegurado.

Ni que decir tiene que semejante plato tan bien cocinado ha tenido y tiene una crítica muy buena y la lista de premios ya es holgada y es previsible que no cese en el futuro. De hecho, en la última entrega de los Premios Emmy celebrada hace apenas un mes el artista encargado de dar vida a Sheldon, Jim Parsons, recogía el Premio al mejor actor de una serie de comedia.

Por cierto, y para terminar, es una serie estadounidense y tiene gracia con situaciones, escenarios y gags de allí. Viene esto a colación porque la pasada semana Televisión Española estrenaba a bombo y platillo “Las chicas de oro”, una versión de la célebre serie estadounidense “The golden girls” de finales de los ochenta y principios de los noventa. Lamentablemente, pese a lo poco que se ha podido ver, no llega a versión y es más una burda copia, porque pude ver los primeros dos capítulos originales en Internet y apenas ha cambiado nada. Las chicas de oro eran graciosas porque vivían en Miami, porque tenían sus costumbres, su forma de ser y una sociedad, la de los Estados Unidos, que por mucha globalización, todavía dista mucho de parecerse a la sociedad española y viceversa. Las chicas de oro españolas me parecieron unas señoras americanas que vivían en un escenario americano, con chistes que no encajaban y que, eso sí, hablaban castellano. Esto es como si quisieran versionar a Torrente o a Paco Martínez Soria en Estados Unidos, no tendría mucha gracia.

Luego, recomiendo encarecidamente la visión de “The Big Bang Theory”, porque después de todo podrá gustarnos más o menos la política de los mandamases de Estados Unidos, pero cuando hacen series, cine, documentales..., son geniales en muchas ocasiones.

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