"UNA MISMA NOCHE", DE LEOPOLDO BRIZUELA

No puedo decir que esté teniendo una gran suerte este verano en cuanto a la elección de mis libros vacacionales, este que hoy traigo me ha salido un poco rana, bastante para ser sincero, y me duele porque el libro tenía buena pinta y sobre todo porque el argumento y la historia que narran merecían mi atención y respeto.

Pero no, estamos ante una novela escrita con un cierto estilo vanguardista, y es que últimamente les da a los autores por escribir con saltos en el tiempo, qué manía, con lo fácil que es escribir de manera cronológica. Empieza bien la novela con tensión, con el adorno de lo que puede ser un texto entretenidísimo, pero se va desvaneciendo y por más que pasas páginas no remonta el vuelo y cae en el abismo.

Y me sabe mal, porque una vez más no puedo estar más en desacuerdo con el jurado del Premio Alfaguara que tuvo a bien otorgarle este galardón en 2012, porque bajo mi punto de vista, la narración hace aguas por todas partes; será eso o tal vez yo entiendo poco de literatura, estoy chapado a la antigua, y no dejo de ser un vulgar lector y un vulgar y anónimo individuo, que teclea el ordenador para ahogar su ilusión vacua de haber querido escribir alguna vez un libro.

La historia se enclava en la Argentina casi actual, en 2010, y el protagonista, el escritor Leonardo Bazán (curioso también que esta es la tercera novela en este verano en la que el protagonista de la misma es escritor, las otras “Soy un escritor frustrado” de José A. Mañas y “La verdad sobre el caso Harry Quebert” de Joël Dicker), presencia un robo en una casa contigua a la suya, un robo ejecutado con maestría y hasta con la policía científica participando y mantiene una actitud ciertamente pasiva. Eso le traerá desagradables recuerdos cuando “una misma noche”, es decir, una noche con muchas similitudes de hace más de treinta años, concretamente en 1976, época de la dictadura militar, también asaltan esa misma casa para llevarse a una joven judía, teóricamente beligerante del régimen, y encima su padre colabora pateando la puerta, pues se ha formado en la ESMA (Escuela Mecánica de la Armada), institución que en dicha dictadura se convirtió en centro de detención, tortura y exterminio; desde allí partían muchos de los “vuelos de la muerte”.

Pero esos saltos constantes en el tiempo y los largos circunloquios por los que atraviesa Leopoldo Brizuela (también empieza por Leo su protagonista y por B su apellido, ¿otro que escribe de sí mismo?) para introducir la lucha interna de su protagonista terminan por exasperar a cualquiera, porque en definitiva, ese robo de 2010 le traslada a lo que ocurrió en 1976, cuando poco o nada podía hacer, cuando era apenas un imberbe sin capacidad de influir en nada ni en nadie.

Hay que entresacar que el protagonista sufre porque en esos más de treinta años, no se le ha visto el pelo, y llega la hora de desenmascarar sus traumas, pues bendita la hora, porque ya han pasado muchos años. Y, sufre, y la mayor parte del libro son las elucubraciones de Leonardo Bazán, y a veces son un rollo insufrible que no hay por dónde meterle mano. Sí, porque se pierde el hilo y uno no sabe en qué fase se encuentra.

Aparecen personajes irrelevantes en la historia y, además, demasiados para mi gusto, porque no sabes qué pintan y casi tienes que tener una libreta al lado para ir apuntándolos y saber en qué lugar del puzle hay que ubicarlos.

En definitiva, el autor recrea con pensamientos internos toda la historia, los diálogos son escasos, y cuando los hay me parecen confusos; tal vez sea deformación profesional del escritor, ya que el señor Brizuela, un autor de éxito con diferentes premios, también cultiva los talleres de escritura creativa, y en este sentido, a mí me ha parecido excesivamente enrevesado, pues se podría haber comentado una historia que tenía buenos mimbres, de otra forma, lo que hubiera resultado mucho más brillante.

Para colmo, el jurado del Premio Alfaguara, entre otras exquisiteces señala de Brizuela y de este libro “quien con economía expresiva, consigue crear un texto perturbador e hipnótico”. A mí no me ha parecido hipnótico, ya que a ratos he deseado dejarlo, y la economía expresiva puede ser porque no es un libro largo, pero para asociar un concepto o un sentimiento, el autor ha tenido que dar mil vueltas.

Afrontaba este texto con el respeto a la tragedia humana que se vivió en aquella Argentina represiva, contada desde la distancia temporal de un autor oriundo de ese país, con el vocabulario rico y peculiar de los argentinos que te obliga a mirar el diccionario de vez en vez, pero me ha desilusionado, y en cierta manera, no puedo decir que este texto bajo mi visión, dignifique la memoria de tantas víctimas, las que se fueron y las que siguen sufriendo por la pérdida de sus seres queridos.

En fin, no es ese mi problema, tan sólo puedo decir que he tenido en mis manos un libro con el que pretendía entretener mis tardes veraniegas y ha sido un plato difícil de digerir, y no me lo he dejado a medias, porque uno siempre busca que el texto tome otros derroteros o que te sorprenda, incluso a última hora, pero eso no ha ocurrido, así lo he visto y así lo cuento.

Prefiero mil veces “La verdad sobre el caso Harry Quebert” que critiqué hace un par de semanas, por tener fallos argumentales, pero que al fin y al cabo entretiene, que no este ensayo para enaltecimiento de la capacidad literaria del escritor.

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