EL PALÉ, AQUEL JUEGO DE LA ECONOMÍA PARA NIÑOS

Mi blog se está convirtiendo en un continuo escrutar a mi pasado y no lo puedo evitar..., ni lo voy a evitar. Y es que cuando los Reyes Magos de algún año de finales de los 70 trajeron a mi casa «El Palé» apenas sospechábamos de qué se trataba, ni mucho menos imaginábamos las interminables tardes de entretenimiento que nos depararía aquel fascinante juego de mesa.

Era una especie de acercamiento a la economía de nuestros padres, los puristas dirán que es un juego de mesa sobre bienes raíces, y es que a los niños siempre nos gustó querer ser mayores antes de tiempo, y el manejar billetes y disponer de posesiones nos permitía no sólo ser un poco como nuestros progenitores, sino también aspirar al sueño de ser ricos, de arruinar a los demás, de montar un imperio de la nada.

En mi edad infantil había una especie de rivalidad entre los que jugaban al Monopoly y los que jugaban a este, similar y paralela a la que se tenía entre los partidarios del Nesquik, de los que formo parte, y el Cola Cao. No obstante, la dinámica del juego era prácticamente la misma en ambos juegos y lo que cambiaba era las calles, el valor de los billetes y poco más. De hecho en El Palé, no se conseguía una gran fortuna, tampoco en el Monopoly, sólo que en los billetes del Monopoly había más ceros que en El Palé, aunque proporcionalmente las adquisiciones de bienes tenían la misma sistemática, y eso sí, a unos precios que tampoco se ajustaban a la realidad teniendo un dinero imaginario de una moneda tan débil como la peseta, donde en la realidad sí que se necesitarían muchos ceros para comprar un hotel.

El reparto igualitario del capital con el que empezábamos todos los jugadores era la primera estrategia del juego, y casi un divertimento en sí mismo. Para empezar había que elegir al que iba a encargarse de la banca, persona que tenía el doble trabajo y no necesariamente penoso, de ir distribuyendo ese dinero inicial e ir ingresando o pagando de acuerdo con los devenires del juego; una profesión, en todo caso, nada despreciable y que normalmente nadie se negaba a ostentar, pues se hacía con gusto. Ni que decir tiene que la distribución del capital social y la propia existencia de los billetes físicos daban lugar a que la honradez de los participantes se pusiera en tela de juicio en alguna ocasión, por si al banquero se le escapaba la mano o algún jugador metía la suya en bolsa ajena. También era todo un arte la disposición de los billetes en la mesa, había los que los colocaban en montones según su valor, y yo era de los que prefería ser menos ordenado y los agrupaba en un generoso montón para dar la sensación intimidatoria de que tenía mucho, aunque todo fuera calderilla; de hecho, el billete más valioso era el de 5.000 pesetas y el más barato el de 10.

El negocio no se hacía esperar y, por lo que yo recuerdo, cada familia o grupo de amigos tenía sus reglas internas; es probablemente uno de los juegos de mesa que más adaptaciones personales ha tenido en la historia. Por la parte que me toca, la primera vuelta era de visita, salvo las cartas de suerte y sorpresa, y a la segunda era cuando ya se podía empezar a comprar.

La fortuna y algo de habilidad se conjugaban para tener éxito en la dinámica del juego. La suerte ofrecía un porcentaje de éxito en el juego nada desdeñable, pues podías tener algunas posesiones estratégicas que, sin embargo, eran poco pisadas por tus rivales; y viceversa, propiedades exiguas o de poco valor de mercado en las que los contendientes caían una y otra vez, con especial atracción.

Eso sí, una de las grandes virtudes del juego era que cada vez que pasabas por la casilla de salida recibías una especie de paga que si estabas boyante te reafirmaba, y si andabas renqueante te daba un respiro, provisional respiro si a la siguiente tirada caías en esa calle que estaba blindada de casas y hotel (en El Palé eran cuatro casas y un hotel como máximo por calle), y encima el propietario tenía el barrio completo (las tarjetas de las calles con el mismo color).

La gran clave del juego, para los que han participado en él en alguna ocasión, era su duración, podríamos decir que inacabable, o básicamente que podías echar una partida que durase toda una amplísima tarde de viernes invernal en la mesa camilla de casa con el braserito encendido. Y es que para arruinarte completamente y que tuvieras que abandonar el juego de forma definitiva, tenías que haber perdido todo, haber hipotecado tus propiedades (concepto que por aquel entonces nos parecía onírico, y que luego la realidad social nos obligó a asumir, y a firmar... la correspondiente hipoteca) y caer en bancarrota. La bancarrota no significaba necesariamente morir en el juego, donde no se mataba a nadie, podías seguir jugando en teoría con números rojos o con la ayuda o préstamo de algún alma caritativa.

Esos préstamos no eran algo ajeno al desarrollo didáctico del juego y es que la negociación era algo intrínseco al mismo; se hablaba y se trataba todo: la permuta de propiedades incluso abonando dinero, la condonación de deudas, el permitir el paso gratuito por tus propiedades con reciprocidad (¿un acercamiento al oligopolio?); en fin, toda una suerte de pactos que nos ponían a la altura de los más avezados ejecutivos del mundo empresarial.

Básicamente hablo del juego de «El Palé» aunque la dinámica del Monopoly era la misma; es más, podríamos decir que lo único que cambiaba eran las calles. Creo que el Monopoly disponía de versiones en las que no sólo aparecían las calles de Madrid sino de otras ciudades españolas. Mi juego «El Palé» contaba con calles de Madrid y huelga decir que las pocas veces que he estado en la capital de España he paseado por alguna de esas arterias o vías que tan gratos recuerdos me traía de la infancia, y he experimentado el lúcido momento de pensar que algún día esas calles fueron mías. Así, la calle Leganitos y la Ribera de Curtidores, que eran las calles más baratas, y calle Alcalá y Paseo de la Castellana o Gran Vía que creo que eran las más caras.

Tan parecidos eran El Palé y el Monopoly que hay que señalar que el Monopoly era más antiguo, un juego nacido en Estados Unidos a principios del siglo XX, y que el malagueño Paco Leyva (Pa-Le, es decir, las iniciales de su nombre y primer apellido son las del juego) copió y patentó en el año 1935, e imagino que con suerte para él porque por entonces las normas sobre propiedad intelectual serían muy leves, y popularizó el juego en España con su adaptación patria. Aunque este último dato lo pongo un poco en reserva, pues hay muy poca información acerca de este personaje en Internet.

Hay que decir que este juego ha tenido diversos nombres y variaciones temáticas, había uno denominado «La Paz» muy similar, pero del que sobre todo me acuerdo era del Petrópolis, este tenía un rollo más sibarita, tus propiedades no eran casas ni hoteles, sino directamente países enteros con sus correspondientes pozos petrolíferos, y no se jugaba con pesetas sino con royaltys, si la memoria no me falla; buenas tardes eché con Juanito, suyo era el juego, un amigo de la infancia que vivía en mi barrio. Y, por supuesto, las siempre deseadas cartas de suerte y sorpresa te ofrecían unos premios muy suntuarios, todo un lujo asiático a la altura de un emir del Oriente Medio.

Aquel juego de «El Palé» pasó a mejor vida en mi casa, se fueron perdiendo billetes, fichas, cartas y también, sobre todo, se perdió el interés, aunque siempre hay la oportunidad de volver al redil y como casi en cada casa existe uno de estos juegos, pues no hay más que planteárselo. Lo que pasa es que estos juegos «analógicos» cada vez están más en el recuerdo y menos en la realidad; y es que llevo haciendo de Paje Real desde hace varios años, una década aproximadamente, en mi pueblo el día previo a la cabalgata de Reyes, y recibo a niños, leo sus cartas y creo que jamás he visto que algún infante pidiera un Monopoly.

En fin, ¿quién no ha jugado alguna vez a estos juegos de la economía? Prototipo de juego de mesa que a buen seguro está entre los cinco y diez más jugados de la historia, por detrás pero muy cerca de las cartas, dominó o parchís.

Comentarios

Mulliner ha dicho que…
Busqué por si había alguna huella de ese juego que ahora llaman "monopoly" (acentuando mal la pronunciación) y que cuando yo era niño se llamaba El Palé. Todos los de mi edad tenemos el recuerdo de largas tardes pasadas jugando a este juego y berrinches cuando uno se arruinaba del todo y otro era más rico que el tío Gilito. Lamentanblemente, no era más que una preparación para la realidad capitalista y especulativa de la vida real.