"HOMBRES BUENOS", DE ARTURO PÉREZ-REVERTE

En mi penúltima entrada del blog relativa a un libro de Pérez-Reverte, «El asedio», ya manifestaba mis reservas hacia las últimas creaciones de este famoso escritor, y en esta que hoy traigo a colación me vuelve a dejar una sensación de claros y oscuros.

«Hombres buenos» es una historia muy bonita, la del episodio histórico y real del viaje de dos académicos de la RAE en el último tercio del siglo XVIII a Francia para adquirir L'Encyclopèdie francesa en veintiocho volúmenes; sus vicisitudes, sus dificultades..., son un teórico caldo de cultivo magnífico para construir una buena novela histórica con matices de aventura; no obstante, el bueno de Arturo cumple en parte el propósito bajo mi modesta opinión.

Para empezar últimamente abusa demasiado del tamaño de sus obras, que tienen manifiesto sobrepeso sin motivo, seiscientas páginas se me antojan excesivas para una novela que se resume fácilmente en una hoja. Una novela que con la mitad de su volumen hubiera quedado fantástica, se nos revela como un relato en ocasiones tedioso y con contenido que sobra y no aporta nada a la trama principal.

Por otro lado, Pérez-Reverte se ha plegado a la moda televisiva del «¿cómo se hizo?» (o el making of que tanto gusta a los esnobs). Cada cierto número de páginas el autor decide desconectarnos para mostrar cómo indagó por aquí y por allá para construir su proyecto: bibliografía, viajes, entrevistas, etc. ¿Y qué? Quiero decir que qué nos importa a los lectores cómo se las ha averiguado el autor para conseguir la información que ilustra y alimenta su libro. Si todos los autores hicieran lo mismo, apaga y vámonos, y esto es un relato histórico que no tiene nada de singular con respecto a otros del mismo perfil.

Este aspecto me ha molestado mucho, yo quiero ser un poco tonto cuando leo un libro o veo una película, quiero creer e imaginar que lo que leo o veo simula ser cierto, no necesito que cada cierto tiempo alguien esté recordándome que lo que está pasando está inventado por su autor, por mucho que se base en datos reales. Recuerdo ahora la opinión del controvertido Carlos Pumares al que escuché una vez comentando lo feo que está que las televisiones muestren lo que el televidente no puede ver, a los cámaras, regidores, controles, porque eso le resta magia al producto.

Esas repetidas desconexiones nos muestran a un Pérez-Reverte pagado de sí mismo, dándoselas de erudito, de tener buenos contactos y de disponer de una cuenta corriente muy saneada para poder hacer viajes, adquirir libros y facilitar esta novela; un lujo al alcance de pocos, o lo que es lo mismo, sin dinero, esta obra no habría sido como es, hasta podría haber sido mejor.

A esta novela le sobran esas páginas de relato inconsistente donde se baraja mucha opinión, tal vez le pueda interesar a un estudioso de la historia del pensamiento, a mí no; en esto se recrea mucho Pérez-Reverte, diálogos sobre esta materia entre los personajes de la novela que se vuelven largos y pesados.

Como consecuencia de estas constantes interrupciones, yo he tenido que hacer cada poco las correspondientes composiciones de lugar, con objeto de estar más atento ante lo que se avecinaba que era contenido relevante de la historia; y todo esto pienso que no es nada edificante para el lector.

La novela tiene dos partes, la real que me gusta y el «¿cómo se hizo» que no me gusta nada. Dándole un voto de confianza, la trama principal, aun siendo un homenaje a los buenos hombres que hicieron posible la RAE hace más de dos siglos, casi un gesto de vanagloria actual, tiene un bonito recorrido argumental, tachonado con datos históricos, costumbristas y filosóficos, estos últimos afean un poco el resultado, porque como he dicho antes son un poco farragosos y exentos de interés, para mí. En todo caso esta parte está bien, no obstante, Pérez-Reverte da a veces importancia a aspecto tan nimios, a detalles, a recrear escenarios, personas..., con tantísima pormenorización que a veces tengo la sensación de que elementos importantes del desarrollo de la trama quedan un poco vanos, cojos. De hecho, algunas incoherencias en la historia sobre todo en el final, apuntan a que el autor tuvo dificultades para resolver de una manera buenista el desenlace.

La interiorización en los personajes no puede dejarme más que un poso de sospecha. Los actores principales, es decir, los dos académicos que viajan en busca de L'Encyclopèdie, son el bibliotecario de la RAE D. Hermógenes Molina y el almirante Pedro Zárate, este último un veterano militar, artífice de que el diccionario de esa época comprendiera términos castrenses y muy especialmente del mundo naval; ni que decir tiene que Arturo Pérez-Reverte es un consabido amante de la mar, y ha tenido la osadía, en mi opinión, de otorgar a Zárate rasgos de su propia personalidad, hasta el colmo de haber entrenado esgrima, para dotar de realismo a un lance que el almirante tuvo en los días que estuvo en París; amén de que ambos, autor y personaje, compartirían una edad muy parecida.

No suelo mirar críticas en Internet, antes de hacer la mía propia, para no contaminarme; no obstante, esta vez no me he podido sustraer a la tentación de indagar un poquito. Lamento sentir que me decepciona la crítica, muy plegada a Pérez-Reverte, la editorial y sus acólitos, sus amigos de la RAE y críticos de periódicos le conceden todo tipo de parabienes, y cuando hay una coincidencia general en la opinión oficial, pienso que algo no funciona bien, así que allá ellos.

Pérez-Reverte ha perdido la frescura de sus primeras obras, «El maestro de esgrima» o «La tabla de Flandes» fueron un soplo de aire natural, una vuelta de tuerca a la novela histórica con matices misteriosos; hasta el género periodístico que también y tan bien trabaja Pérez-Reverte contaba con mi plácet. Ahora se ha vuelto comercial, la novela al peso porque me lo manda mi editorial y cada cierto tiempo para no desencantar a mi masa cerril ni menguar mi cuenta corriente.

Así que, dicho esto, la obra concluye para mí con un aprobado por los pelos, porque no todo está tan mal; pero eso sí, como es mi hermana la que me nutre de libros de Pérez-Reverte y lee mi blog con cierta habitualidad, pues le tengo que decir que vamos a dejar a este señor un tiempo en barbecho y démosle la oportunidad a otros que no estén tan subiditos. Si no lee esto ya se lo digo yo personalmente.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
No he leído la novela, pero estoy seguro de que tienes toda la razón. Es evidente que el autor ha escrito la novela por encargo y tirando de oficio, por lo que no es de extrañar que no encuentres el arte en ella. No surgió el duende, si se me permite el símil.

Es lo normal en muchos artistas (profesionales de un arte): hubo duende en las obras que les encumbraron, y lo demás es oficio y trabajo.

Cría fama y échate a dormir, ¿no?