GEORGE GERVIN, UN «JUGÓN» QUE HIZO PARADA TÉCNICA EN ESPAÑA

Me hubiera sido muy fácil preparar una entradilla para los Juegos Olímpicos de Río, pero ya tengo bastante con centrarme en ellos y no diluir mi mente en buscar historias de las muchas que hoy y estos días se van a publicar en prensa, radio, televisión y redes sociales; estamos bien servidos, historias chulas y alucinantes que nos harán visionar con mayor ahínco esta épica cita cuatrienal.

Pero tampoco me voy a apartar del deporte, para no alejarnos del buen camino, porque el fichaje de Andrea Bargnani que esta temporada recalará en la ACB, en concreto en Laboral Kutxa Baskonia de Vitoria, me hizo recordar otra historia ya casi olvidada, la de uno de los mejores jugadores de baloncesto de la historia que llegó a jugar en la liga española.

Siempre me he sentido muy atraído por el baloncesto, de hecho, creo que juego mejor al baloncesto que a cualquier otro deporte de equipo, aunque haya jugado más al fútbol. Aún dispongo de una pelota de baloncesto y cuando puedo echo unas canastas en alguna pista pública de mi localidad. En la década de los 80 me sabía el cinco inicial de todos los equipos de la ACB, por aquel entonces la NBA la seguíamos muy de lejos y gracias a que Fernando Martín ingresó en la misma en 1986, fue cuando TVE se decidió a retransmitir partidos y nos pusimos al día, más o menos. En aquella época un tal George Gervin ya había dejado su legado en la NBA y no pudimos disfrutarlo en directo, hasta que en 1989 fue fichado sorpresivamente por el TDK Manresa.

Por cierto, Bargnani fue número 1 del draft de la NBA (en Estados Unidos tampoco ha cuajado como una grandísima estrella) y no es el primer número 1 que juega en la ACB, hace unos años estuvo en Málaga Ralph Sampson (junto con Hakeem Olajuwon una de las «Torres Gemelas» de los Houston Rockets), aunque con más pena que gloria. George Gervin no fue un número 1 del draft, ni siquiera por su elección de salida era un jugador del que se esperara mucho (el número 40), tal vez del montón en sus inicios, pero sus números en la NBA fueron sensacionales hasta el punto de que hoy día es una leyenda del baloncesto mundial.

Pero como digo, ante nuestro desconocimiento de la NBA anterior al año 1986 un buen día apareció por España este tal George Gervin, al que yo confundí en su momento con el nombre de George Gershwin, a la sazón pianista y compositor estadounidense del primer tercio del siglo XX. Y tal y como apareció comenzaron a cundir las noticias sobre este genio, un anotador implacable, que llegó a conseguir el título de máximo anotador de la NBA en cuatro ocasiones, sólo superado por los míticos Michael Jordan y Wilt Chamberlain; jugó nueve Partidos de las Estrellas (All Star Game) de 1974 a 1985, siendo MVP en 1980 de uno de esos mediáticos partidos; elegido cinco veces en el mejor quinteto de la NBA; miembro del Salón de la Fama de la NBA desde 1996. Los mejores años de su carrera los disputó en los San Antonio Spurs, donde retiraron el nº 44 que estampó el dorso de su camiseta durante su carrera. El único debe en su carrera deportiva, tal y como les ha pasado a otras grandes estrellas en deportes colectivos, es que no logró conseguir ningún anillo de la NBA.

Pero entonces, ¿qué le hizo aterrizar en España y enrolarse en un equipo de la clase media de la liga? Pues lo curioso es que el secreto de su sorprendente fichaje no fue tal secreto y fue más que comentado que su «desconexión» con la NBA no fue nada plácida, un juguete roto del que hemos conocido muchos en el mundo del deporte profesional. Por entonces estaba en fase de desintoxicación de alguna que otra sustancia nociva y venía a Manresa como un incentivo para continuar su terapia, que no podía ser más magnífica, es decir, centrarse en practicar el deporte que más le gustaba, aunque alejado de la presión de las grandes masas.

Gervin era conocido en la NBA como «Iceman», un tipo serio, poco expresivo, que jugaba en la demarcación de escolta pese a sus 2,01 m.; su especialidad era el lanzamiento exterior, aunque también son recordadas sus entradas a canasta con una especie de «bomba» al más puro estilo de la que popularizó posteriormente en el baloncesto europeo Juan Carlos Navarro. Decían los que entrenaron y jugaron con él que tenía una muñeca privilegiada y unos dedos casi de pianista, capaces de darle un sutil último toque a la bola para conseguir el ángulo perfecto.

En alguna ocasión tuve la oportunidad de ver partidos de la ACB con el concurso del TDK Manresa y de Gervin, daba la impresión de que Gervin no formaba parte del equipo, o sea, él no hacía juego de equipo, cuando él recibía el balón él se la jugaba, no había más táctica; lo lanzaba todo, hasta a su padre si hacía falta. Es obvio que sabía a lo que jugaba y por poco que contribuyera con la calidad que atesoraba ya era mucho para un equipo de segundo nivel en España, poca espectacularidad y mucho juego práctico, un auténtico hombre de hielo, incansable en su manía contra el aro rival. De hecho, se le veía un poco apático en el campo, como una especie de abuelete invitado al partido, con camiseta de manga cortas y mallas debajo de la equipación oficial, pero aun así sus números le valieron al TDK Manresa para mantener la categoría, durante la temporada regular promedió 25 puntos por partido.

El TDK Manresa sufrió mucho esa temporada 89/90; entonces la competición tenía un sistema un tanto enrevesado, en el que los equipos se dividían en dos grupos, los buenos y los malos, solo los dos mejores entre los malos lucharían por el título, y los peores entre los buenos jugarían por un hipotético descenso. El caso es que TDK Manresa mantuvo la categoría en el último suspiro, en una eliminatoria final contra Tenerife Nº 1 donde Gervin promedió en los cuatro encuentros disputados la friolera de 36,5 puntos, una bestialidad para un tipo con 38 años en el ocaso físico y mental de su carrera.

A propósito, George tenía un hermano baloncestista menos conocido y de un nivel inferior que llegó a jugar en España, se trataba de Derrick Gervin, que estuvo dos temporadas en el Cajasur Córdoba (en la antigua Primera B) donde, como si fuera un clon de su hermano, se hinchó de anotar con medias por encima de los 40 puntos en esos dos años. Eso sí, por lo visto en defensa se esforzaba poco, de tal guisa que se decía de aquel conjunto cordobés que defendía con cuatro y atacaba con uno.

Por suerte, George Gervin superó sus adicciones y hoy cuenta con una especie de fundación de ayuda que se centra en la educación de niños y jóvenes a través del deporte, como modo de construirles un futuro alejado de los fantasmas de las drogas y la delincuencia.

Por tanto, valga desde aquí este pequeño homenaje a este que ha sido hasta ahora el jugador más laureado de los que han jugado en España, una estrella que nos llegó ya un tanto apagada, pero que dejó una huella indeleble. Un auténtico «jugón» tal y como lo hubiera definido el añorado Andrés Montes.

Comentarios