"LAS AVENTURAS DEL NAVÍO SAN JUSTO", DE VICENTE RUIZ GARCÍA

Tengo hoy la difícil misión, primera vez que la acometo en esta bitácora, de escribir acerca de un libro de una persona a la que conozco. Conecta esta entrada con el propósito que he emprendido desde hace ya un tiempo en el blog, los que me siguen lo conocen, de leer novelas y libros de autores que están fuera del estrellato y de los círculos de popularidad que provoca, a veces, la generación de divos aburguesados, arrastrados a hacer trabajos comerciales, carentes de sentido, aburridos y de nivel literario medio bajo.

Vicente Ruiz García es el marido de una compañera mía de trabajo y mejor amiga, Juani Ruiz, con la que comparto tareas y detento una especie de velada paternidad profesional, sin que se note mucho, espero. Ya me transmitió ella hace un tiempo la faceta investigadora de Vicente en el siempre complejo mundo de la labor de introspección histórica. Vicente es a la sazón profesor de Instituto y también de la UNED.

A Vicente no se la ha dado nada mal, dentro de lo que es un ámbito un tanto especializado, lo reconozco; pero la consecución de diversos galardones por sus trabajos devinieron en el interés de ciertas editoriales, ávidas por mostrar a propios y extraños esos espacios ocultos de nuestra historia que, con buen criterio, este escritor ubetense se empeña en rescatar de los escasamente visitados archivos históricos de nuestro país.

Y digo lo de escasamente visitados sin tener demasiada idea, lo hago un poco a vuelapluma, pero esa es la sensación que tengo. La sensación de que en esos archivos se encuentran tantísimos tesoros que solo gracias a la persistencia de investigadores como Vicente Ruiz el resto de mortales lograremos conocer. Una labor callada y a buen seguro que nunca suficientemente valorada por el gran público, en la que ha de sacrificar muchas horas de su tiempo libre y de su familia.

En este blog he referido en alguna ocasión que tuve un profesor de enseñanza media que defendía que la historia era intrínsecamente una ciencia inexacta, mientras que dos más dos sabemos que siempre será cuatro, la historia nos llega a través de relatos indirectos, de fuentes que en su momento pudieron tergiversar la realidad a su modo (la historia siempre la escriben los ganadores), algo que apreciamos hoy, en el siglo XXI, en la prensa escrita, que falsea la realidad a su antojo y nos hacen ver lo que ellos quieren.

Yo no soy un experto en historia, es más, yo diría que es una disciplina que no me apasiona especialmente, pero reconozco en Vicente Ruiz un esfuerzo ímprobo no solo por acudir in situ a las fuentes de la información, esos archivos que yo confieso mi sospecha de su virginidad en muchos casos, sino para tamizar y destilar la información valiosa y con rasgos de veracidad de otra que pudiera estar sesgada o inventada.

«Las aventuras del navío San Justo» que tiene como subtítulo «España entre dos siglos» y que, por cierto, obtuvo en 2015 el V Premio Juan Antonio Cebríán de Divulgación histórica que promueve el Ayuntamiento de Crevillente (Alicante), dentro de lo que es propiamente un trabajo de investigación histórica a modo de ensayo novelado, supone un relato hábil en el que su autor nos narra la historia no a través de un personaje humano sino por medio de las vicisitudes de un barco, a través de su vida activa de medio siglo, aproximadamente entre 1778 y 1828. El San Justo sirve de hilo conductor de nuestra historia, jalonándose los hechos más significativos de esta media centuria en nuestro país, con la aparición de reyes y personajes históricos, pero también la de muchas personas anónimas que fueron tan artífices como los otros, si no más, del forjado de esa historia que hoy tenemos en nuestro acervo colectivo.

Y Vicente narra, por obligación, los aspectos más importantes de la historia de nuestro país con sus actores principales, pero no se resiste a otorgar su momento de gloria a ese importante número de desconocidos personajes secundarios que estuvieron alguna vez a bordo del San Justo, a buen seguro, que ni sus generaciones posteriores tienen idea de que allá había algunos héroes de a pie que jamás tuvieron reconocimiento alguno.

Es interesante destacar que estamos hartos, yo estoy particularmente harto, del término «memoria histórica», fundamentalmente porque, y no desvelo un secreto, se utiliza de forma partidista. La memoria histórica es también esta, la que Vicente Ruiz rescata, la de un montón de personas que se dejaron la vida para defender a España, ya fuera porque era un medio de vida, o porque estuvieran obligados, pero es una memoria histórica que no se termina en anteayer, que es lo que pretenden algunos. No solo hay fosas comunes en la Guerra Civil, sino infinidad de vidas enterradas de las que no se sabe nada y que también sufrieron y murieron por defender unas ideas, sin que nos tenga que interesar si eran de tal o cual color.

Es triste pensar que esa España entre dos siglos tenía un panorama que sigue siendo extrapolable a la España de nuestros días. Los reyes y la jerarquía de este país iban por un lado y la base de la estructura padecía los avatares de un gobierno con muchísimas más sombras que luces, culpable en las más de las ocasiones de los reveses sufridos en contiendas bélicas. Es palpable que el San Justo, presente en la Batalla de Trafalgar, fue testigo directo de lo acaecido en las costas gaditanas, de una infame derrota y de sus causas.

Pero el San Justo fue algo más que un navío de guerra y a lo largo de su medio siglo de actividad sirvió para diferentes cometidos, militares y civiles, y su pervivencia y su utilidad quedaron en no pocas ocasiones limitadas por la falta de mantenimiento y reparaciones, absolutamente necesarios para un navío de estas características; labores que precisaba cada vez que realizaba una travesía o participaba en alguna contienda. Al navío, de algún modo, en ese papel de mudo testigo de su entorno y de la historia española, le pasó lo que a muchos de los marinos que sirvieron en él, que nunca tuvo la suficiente y debida atención. Uno y los otros soportaron una época nada fácil, en la que el dinero, el vil dinero siempre tan odiosamente necesario para esta vida que nos hemos impuesto la especie humana, llegó escaso, tarde o simplemente nunca llegó.

El libro es un dechado de datos históricos, curiosidades y anécdotas que con toda certeza ven la luz en él por primera vez, en un extenso volumen que denota la ingente labor de investigación desarrollada por Vicente Ruiz García, por cierto, no es su primer libro. Algunos detallitos estilísticos y de forma que habría que maquillar sí he advertido, los cuales, este humilde bloguero, ha hecho llegar debidamente a su autor, no empañan en cualquier caso un trabajo de gran calidad que tiene que servir de acicate para continuar en esta senda tan apasionante de dar luz a tantas sombras de nuestra historia.

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