EL EMPLEADO DE LA FNMT QUE SACÓ BILLETES DE SU TRABAJO, SE DIO A LA BUENA VIDA Y MÁS CURIOSIDADES MONETARIAS

He comentado en alguna ocasión en esta bitácora que los que coleccionamos algo, en mi caso sellos, solemos picar en otras colecciones, y nos interesamos aunque sea en menor medida por cualquier modo de coleccionismo. De hecho, esta bitácora no habla solo de filatelia aunque sí predominantemente, y hablo de vez en cuando de otros coleccionismos.

Existe una hermandad entre filatelia y numismática, tal que las pocas tiendas que aún siguen abiertas en nuestro país de este sector, suelen ir de la mano; y más, el que vende sellos, también sabe algo de monedas, de vitolas, de etiquetas de vinos, de tarjetas telefónicas, de cupones, etc.

A los que nos gusta el coleccionismo, nos es grato comentar anécdotas no relacionadas directamente con la filatelia o la numismática, pero que giran en torno a ese mundillo; básicamente porque no son temas de los que se habla en la barra de un bar, y en las escasas reuniones o foros que tenemos los coleccionistas, la mayor parte del tiempo lo dedicamos a hacernos eco de la «prensa rosa» del coleccionismo, que aunque sea poca o friqui, haberla hayla.

Ya recordé una vez en este blog que hubo un instante en mi vida en que me encontré en el lugar justo en el momento determinado y colaboré e impulsé que, con ocasión del Bicentenario de la Batalla de Bailén en 2008, mi pueblo de adopción, se pudiera acuñar una moneda de plata de colección, con un valor facial de diez euros que tenía en el anverso la figura del General Castaños y por el reverso un detalle del famoso cuadro del palentino Casado del Alisal «La rendición de Bailén».

En esos trámites previos tuve la oportunidad de pasar una jornada de trabajo bastante completita con dos empleados públicos de la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre; aquella me pareció una oportunidad única, casi «histórica» para conocer algo de los entresijos de esa empresa pública que para cualquier ciudadano de a pie debe ser como poco curioso saber cómo se trabaja allí, en la empresa donde se fabrica el dinero.

Yo aproveché aquella pintiparada ocasión para largar preguntas a mis contertulios todo el tiempo, algunas de las cuales han devenido en algunas entradas de este blog o partes de artículos que he colgado, pero se me quedaron algunas anécdotas en el tintero.

A uno de esos empleados le pregunté algo obvio, y es el cómo se llevaba la tentación de llevarse a casa el producto que se fabrica en la empresa: dinero. Y curiosamente me comentó que una vez uno de sus empleados se pasó de listillo e hizo un curioso y sustancioso desfalco, lo cual provocó que a partir de ahí las medidas de seguridad de la Fábrica cambiaran y se fortalecieran notablemente, más aun con la entrada del euro.

Pero aquello era en la época en que todavía la peseta circulaba en nuestros bolsillos, anhelada moneda. Mi inopinado informante me comentó que el caso que ahora relataré llegó a salir hasta en el Interviú. Con todos los datos que me pasó, y pese a que no he encontrado el tal Interviú para ilustrar esta historia (no tiene articulada la hemeroteca su web), sí que indagando por varios sitios, he conseguido realizar una cronología bastante certera de lo que ocurrió.

Pues resulta que corría el año 1983 y el empleado público de la Fábrica Nacional de la Moneda y Timbre cuyas iniciales corresponden a V.L.F., probablemente acuciado por un sueldo no ajustado a la responsabilidad que tenía (estaba en las planchas de fabricación de billetes, se encargaba de su manipulado, probablemente de su corte y empaquetado), decidió buscarse la vida de una forma un tanto astuta.

Hay que recalcar que aunque nos contemplen ya varias décadas desde aquel suceso, existirían medidas de seguridad en el edificio que impedirían que los empleados sacaran de allí el fruto de este trabajo. Pero mire Vd. por dónde que V.L.F. era el encargado de llevar a una cámara de seguridad los pliegos de billetes cancelados (defectuosos), él contaba con una de las tres llaves de la misma.

Aquellos billetes sin cortar llevaban estampada con algún sello o gomígrafo alguna inscripción con determinada tinta para inutilizarlos. Pero V.L.F. fue hábil y para empezar se hizo con las otras dos llaves, que con toda seguridad pertenecían a otros trabajadores de más alto rango y responsabilidad, se especula con que la confianza entre trabajadores llevara a que alguna vez por cuestiones de organización o premura en la tarea le dejarían las otras llaves y él se tomó el tiempo justo para hacerse con copias de las mismas sin levantar sospechas.

Ahí empezaba la primera parte del entramado, pero para qué quería unos pliegos cancelados y sin cortar y lo que es más trascendente, ¿podría conseguir sacarlos de la FNMT? Tanto lo publicado en los periódicos como lo que se entrevió en la instrucción judicial posterior no metían el dedo en la llaga, es decir, no se reveló cómo sacó los pliegos de allí, porque eso sería, de algún modo, desvelar que un sistema necesariamente seguro tenía sus fallos; es más, esto serviría y sirvió para modificar los protocolos de seguridad.

El caso es que damos por hecho que V.L.F. se las arregló para sacar de la Fábrica los pliegos cancelados, tampoco trascendió de qué cantidad eran aquellos billetes aunque, puestos a probar, mejor ir a lo gordo, por aquello de que y permítaseme la expresión coloquial «más caga una vaca que cien pajarillos», y lo más probable es que sacara de la Fábrica pliegos de billetes de 5.000 y 10.000 pesetas.

Ya en su casa, con todo el tiempo del mundo, se las ingenió, seguro que tras un montón de pruebas (no importaba perder billetes en el intento), para obtener un producto químico que «borraba» la tinta del cancelado y dejaba inmaculado todo el billete. Las crónicas de la época dicen que lo hizo con lejía, se me antoja que es algo tan prosaico que no se sostiene por ningún lado, o sea, que podría ser lejía pero también algo más. Tras ello no tenía más que cortar meticulosamente las planchas, entiendo que minimizando los defectos por los que fueron cancelados, es muy probable que porque estuvieran descentrados o con leves problemas de estampación.

Y hete aquí que V.L.F. consiguió una especie de gallina de los huevos de oro, una inagotable fuente de ingresos, muy probablemente con la anuencia de su esposa, porque pasar de ser un humilde funcionario de un nivel no muy alto a manejar pasta no se podía esconder demasiado en la familia.

Sin embargo, como se suele decir la mujer del César no solo tiene que ser honrada sino parecerlo, y la codicia se adueñó de V.L.F.; la codicia es uno de los grandes males que afectan al ser humano desde que el mundo es mundo. Y el protagonista de nuestra historia se vino arriba, era casi imaginable, verse con un sobresueldo de dichas características no es fácil de administrar, dicen que mucha gente que tiene golpes de suerte, le toca la lotería o la primitiva, se arruinan o no saben qué hacer con tanto dinero.

Y V.L.F. comenzó a aparentar excesivamente y darse a la buena vida, y en ese delirio de riqueza fraudulenta pues, aparte de llevar un ritmo de vida impropio de su sueldo, este hombre no tenía una ética muy modélica, de tal forma que aparte de los lujos imaginables: coche, vivienda, restaurantes, ropa, viajes…, pues precisamente en esos viajes parece que frecuentaba casas de señoritas de moral distraída. De tal guisa que se ve que llegó a encapricharse de una señorita en uno de sus viajes a las Baleares, intimó y sus encuentros se repitieron. A esta señorita la detuvieron los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado y al comprobar que manejaba una gran cantidad de billetes, afirmó algo así como que se los daba un empleado que trabajaba en «la fábrica esa donde hacen los billetes». Hasta cuatro millones llegó a recibir la amiguita. A partir de ahí fue relativamente sencillo tirar del hilo para encontrar al generoso donante, imagino que con la asistencia de la FNMT que tenía anotadas las numeraciones de los billetes cancelados y que nuestro protagonista se encargó de revivir.

A este nuevo rico se le calcula un sobresueldo a lo largo de cinco años de unos ochenta millones de las antiguas pesetas y se le encontraron en casa cerca de veintiocho millones dispuestos para seguir dándole libidinosa cobertura.

Ahí acabó la historia, fue condenado a doce años de prisión y cincuenta millones de multa que no sé si abonó, y si lo hizo, no sé de dónde los sacó.

Es obvio que las medidas de seguridad se han reforzado y la llegada del euro supuso un punto de inflexión, pero por mucha sofisticación que haya siempre habrá alguien dispuesto a engañar; siempre he pensado que para hacer billetes exactamente iguales a los de la fábrica basta con tener la misma maquinaria, y técnicamente eso es muy complicado pero no imposible. Algunos se acercan como, curiosamente, Rafael Velasco oriundo de Bailén, licenciado en Bellas Artes y especializado en Artes Gráficas, que hace apenas tres años fue detenido por falsificar billetes de cincuenta euros; fue calificado por la Policía como el más perfecto falsificador de toda Europa.

Por cierto, los billetes de euro se fabrican en todos los países de la zona euro, aunque se reparten el modelo, y también los años en que se va a producir tal modelo. Por ejemplo, los billetes de cinco euros no se fabrican en España. De todas maneras, hay amplia información en la Red, incluso a través de alguna letra del billete se puede saber en qué país fue fabricado.

Con las monedas, que cada país produce las propias, no ocurre exactamente igual, es más, con estas hay que hilar mucho más fino que con los billetes en cuanto al cálculo de costes de su producción. Un billete, por mucha tecnología que lleve, es un papel en definitiva, el coste de producción es muy pequeño con respecto al valor facial que tiene; pero ¿y la moneda? Este es siempre un caballo de batalla para todos los países del mundo, o sea, se trata de encontrar metales fuertes, duraderos, que eviten la corrosión, abundantes y baratos. Está todo prácticamente inventado, y las aleaciones se repiten a lo largo y ancho de la geografía mundial.

En el caso del euro, las de uno, dos y cinco céntimos (acero recubierto de cobre) son las menos rentables, la de un céntimo cuesta en metal dos tercios de su valor, de ahí que algunos países (Holanda) ya se hayan decantado por no usarla en su tráfico habitual; y es que es un enorme gasto considerando aparte que son un fastidio llevarlas encima. Las de diez, veinte y cincuenta céntimos (aleación denominada oro nórdico) ya van mejor; la de diez cuesta, es decir, valor del metal más manipulado un 26 % de su valor, la de veinte un 18,5 % de su valor, y la de cincuenta en torno al 10 %. Por último, las de euro y dos euros, al ser bicolor (bimetálicas), se fabrican con cuproníquel y níquel-latón, Estas monedas ya están por debajo del 10 % de su valor en metal.

Mucha gente piensa que la revalorización de los metales, es especial de las monedas pequeñas, sobre todo las de uno y dos céntimos, podría provocar que valiera más el metal que la moneda y algunos acumulan cantidades ingentes de estas; estoy convencido de que para cuando no sea rentable la quitarán del mercado y dudo que alguien quiera comprar chatarra y sobre todo cuántos kilos, toneladas diría yo, de monedas de uno y dos céntimos tiene que acumular alguien para hacer un negocio medianamente interesante.

Comentarios