¿Y TÚ DÓNDE ESTABAS CUANDO MURIÓ FÉLIX RODRÍGUEZ DE LA FUENTE?

Que nuestra mente es maravillosa es algo que aunque tenemos asumido no para de sorprendernos. Cuando estudiaba BUP un profesor de Filosofía nos enseñó a que nuestro cerebro tiene un mecanismo de autodefensa que trata de olvidar los recuerdos amargos y magnifica o protege los buenos ratos, afortunadamente… Sí, afortunadamente, porque acumulo demasiados malos ratos en los últimos tiempos y necesito que este mecanismo también me eche una mano.

La mente humana tiene esa fantástica cualidad de filtrar y de dejar pasar torrentes de información que se suceden cada día por delante de nosotros, y gracias a Dios que es así, porque probablemente de lo contrario nuestra cabeza explotaría. No obstante, también tiene la capacidad de recordar hechos críticos y esos se graban en un parte de nuestro disco duro que podríamos llamar la carpeta de «recuerdos para siempre».

Esos recuerdos para siempre, pueden ser buenos, pero a veces no necesariamente, pues pueden ser hechos noticiables, históricos, de tal relevancia que merecen un hueco en esa caja especial de cosas que guardas para volver a ella cuando te haga falta.

Y todo este prólogo me sirve para introducir una pequeña sorpresa con la que mi mente y la de otra persona nos obsequió hace unas semanas. No pocas veces habremos escuchado eso de «¿qué estabas haciendo el día en que ocurrió tal o cual hecho?», y como he apuntado antes, nuestra mente lo tiene fácil, seguro que prácticamente todo el que lea esto recordará dónde se encontraba cuando España ganó el Mundial, cuando cayeron las Torres Gemelas o cuando sucedió lo del 23-F.

También y aunque no tengo ni idea de cómo se llama este fenómeno psicológico, la mente aunque tiende a olvidar recuerdos amargos, tiene querencia a recordar cuándo murió algún personaje famoso. Seguro que si me pongo a pensar recordaré qué estaba haciendo cuando murió este o aquel; así a bote pronto, recuerdo perfectamente lo que hacía y dónde estaba cuando falleció en accidente de tráfico Fernando Martín, creo que fue una de las muertes que más me impactaron cuando era joven.

Bien, pues eso, unos días atrás estaba viendo con mi madre un programa de televisión en el que se rendía una especie de homenaje a Félix Rodríguez de la Fuente. En él se glosaba la historia de Félix pero desde un punto de vista diferente al que yo tenía concebido, se hablaba del Félix de antes de ser el icónico y magnético hacedor del mítico programa «El hombre y la tierra», de cómo llegó a televisión (casi de rebote) y de dónde venía su vínculo con la naturaleza, precisamente para un hombre que ni siquiera había estudiado alguna de las carreras universitarias relacionadas con el mundo animal, o con nuestro entorno, como podían ser la Biología, Veterinaria o Geología. No, en realidad era médico con la especialidad de Estomatología, o sea, dentista. Y en una de las entrevistas que concedió le preguntaban algo así como que de dónde le venía esa cercanía con la fauna, y venía a decir que no le venía de ningún sitio sino que siempre estuvo ahí.

El programa avanzaba de forma cronológica, relatando los programas que dirigió, incluso algunos que yo desconocía, obviamente porque Rodríguez de la Fuente ya estaba predicando en la tele cuando yo vine al mundo; y llegó el momento en que se comentó el luctuoso accidente en que perdió la vida. Aquella tragedia nos privó a buen seguro de muchísimas enseñanzas que habrían influido sobre el tratamiento del medio ambiente en nuestro país, y estoy convencido de que, de seguir vivo hoy, algo que por edad era perfectamente posible, seguiría mostrando su magisterio y muchas cosas no serían como hoy las vemos en España. En una hipótesis libre, un Félix en su tercera edad y apartado por razones físicas del trabajo de campo, estaría llamado a ser una voz cualificadísima para guiar los designios de políticas de todo signo en materia medioambiental en España y quién sabe si también en Europa o en el resto del mundo.

Bien, pues la mente que es capaz de olvidar lo que has hecho en el día de ayer, tiene escondites donde se recogen vivencias que jamás habías necesitado recordar o reproducir hasta un momento dado. Así es, porque no creo haber pensado prácticamente nunca qué estaba haciendo yo el día en que murió Félix, y viendo el programa mi recuerdo emergió sin dificultad.

Mi padre, hoy anciano, dentro de los caracteres que forjaron su vida es que ha sido un trabajador con mayúsculas, era una de sus grandes prioridades por debajo obviamente de su familia, pero con una gran reverencia y respeto al trabajo que desarrollaba. El concepto «horas extraordinarias» era algo habitual en las conversaciones de sobremesa, por eso, sus hijos aprovechábamos los momentos en que estaba en casa y con cierto tiempo libre, para intentar estar a su lado. Una costumbre alimentada en el tiempo y no impuesta, simplemente surgida de forma natural, hacía que los sábados que no trabajaba, que tampoco eran muchos, y sobre todo los domingos, nos despertábamos y nos metíamos en su cama donde mi madre ya había dejado el hueco para dedicarse a tareas hogareñas, acción que sigue realizando a día de hoy y a horas demasiado tempranas. Mi padre escuchaba la radio y nosotros nos uníamos a él para escucharla también, disfrutando de esos momentos de felicidad inenarrables, que me hubiera gustado repetir como padre pero que no se han producido, tal vez porque tampoco yo lo he forzado o permitido.

Aquel 15 de marzo de 1980, que yo tenía poco más de 11 años, era sábado y la noticia estrella del día era la muerte en un accidente aéreo en Alaska del grandioso Félix Rodríguez de la Fuente, un Félix que ejercía un atracción equitativa tanto en adultos como en niños. Con su programa «El hombre y la tierra» asentado en la parrilla televisiva en el horario de máxima audiencia, habiendo abordado de manera pormenorizada el análisis de la fauna ibérica, siguió ampliando su ámbito de acción hacia África y América (y de no haber muerto seguro que habría extendido su espectro a todo el mundo), y su último proyecto gravitaba sobre la parte más al norte de América, esto es, Alaska y Canadá.

Félix murió en accidente de avioneta en Alaska, junto con el piloto Dobson, el cámara Teodoro Roa y el ayudante Alberto M. Huéscar; ello ocurrió el viernes 14 de marzo, cuando eran las 23.30 h. en nuestro país, con el 15 de marzo España se desayunó con una de las noticias más trágicas que se podía imaginar nuestra sociedad, con el deceso de una persona tan conocida, mediática y especialmente tan querida por todos.

Por completar la curiosidad, mientras mi madre y yo veíamos el programa, fue ella la que expresó en voz alta dónde estaba ella, y yo, aquel día. Recordaba perfectamente que estábamos en la cama de mi padre, como yo por mi parte había recordado, y coincidimos en ese recuerdo común del que jamás habíamos hablado.

Rodríguez de la Fuente dejó un legado inefable, pero me temo que no tuvo continuidad. Su prematura muerte fue algo más, muchísimo más que la muerte de un hombre. Nadie recogió su testigo y su espíritu, o al menos esa es mi sensación. Hoy los programas de naturaleza se pierden en las parrillas televisivas en horarios de escasa audiencia, donde el influjo está claramente castrado; bueno luego está Frank de la jungla, que no le quito su valor, pero tiene más de espectáculo que de enseñanza; algo que siempre fue la máxima de Félix, que todo lo abordaba con seriedad, con rigor científico y con una cercanía y embrujo que ningún divulgador de la naturaleza ha conseguido emular en nuestro país jamás.

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