LA TEATROTECA Y EL TEATRO DE JARDIEL PONCELA (CARLO MONTE EN MONTE CARLO)

La gran noticia del año, probablemente del siglo, es a día de hoy una no noticia. Todos estamos confinados en nuestras casas salvo para salir a hacer actividades esenciales, y punto.

Como la humanidad se ha unido para intentar dotar de sentido a esta situación de zozobra, se han generado multitud de iniciativas para que todo este tiempo que algunos podrían considerar perdido, se convierta en ganado. Aprendizajes variados se jalonan en nuestro quehacer y qué quieren que les diga, a mí me sirve tanto que no puedo considerar que mi vida actual sea un aburrimiento o una tortuosa rutina; sí, yo soy de esas personas que termino el día agotado y me sigue faltando tiempo.

Una de esas iniciativas va a suponer una pequeña renovación de mi blog, cuando pensaba que las etiquetas de esta mi bitácora estaban cerradas, que no tenía nada más interesante de lo que hablar, opinar, ¿enseñar?, pues fíjate tú que los acontecimientos me han hecho dar un pequeño giro de rumbo a esta pequeña atalaya de mi ser.

El pasado domingo escuché en un programa de radio (bendita radio) que el INAEM (Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música, dependiente del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte), disponía de un recurso web denominado «la Teatroteca», en el que se ubican un sinfín de obras de teatro, más exactamente de funciones de teatro grabadas, las cuales están gratuitamente a disposición de la ciudadanía para su visionado.

Pues ni corto ni perezoso me puse a indagar, primero por curiosidad y después casi como una deuda personal conmigo mismo. Y es que con respecto a lo último, aunque no tuviera jamás la etiqueta de teatro en este blog, sí que hablé de teatro al menos en una ocasión que yo recuerde, precisamente porque yo fui actor en una obra (lo he sido en varias a lo largo de mi vida) y el día o unos días antes del estreno, hice un homenaje en la etiqueta «Libros», no tanto al autor de la obra como al que la había reinterpretado, además para mejor, porque el original era infumable. De algún modo, tengo una espinita clavada con esto del teatro, en mi antigua vida no vi mucho y me hubiera gustado más, en mi nueva vida porfiaré para que, de vez en cuando, alguna obra caiga, ya sea en escenarios de postín o por qué no, en esos teatros de provincias donde acuden compañías pequeñitas pero muy bien avenidas y cualificadas. El reto está ahí, y hay que cumplirlo.

Por el momento me apresté a darle uso a la herramienta de la Teatroteca, herramienta que funciona a modo de préstamo, como los libros que te dejan en una biblioteca pública. El préstamo tiene una vida relativamente corta, pero ahora es el momento si tienes tiempo, pues son veinticuatro horas, y cabe recordar que las obras teatrales tienen una duración media de un par de horas. Las obras alojadas en la web pueden estar en cualquier momento ocupadas porque alguien las esté visionando, y tú puedes solicitar una reserva para cuando se quede libre, entonces te mandarán un correo cuando ya esté disponible para ti. Si la obra está libre puedes empezar a verla desde ya, y si se te pasan las veinticuatro horas y no la has terminado de ver, si no ha sido prestada, la vuelves a tener contigo con inmediatez. Eso sí, para ser honestos con el sistema y permitir que la herramienta funcione con eficacia, cuando termines de ver la obra y, por supuesto, antes de que hayan pasado tus veinticuatro horas de préstamo, tú puedes y debes devolverla.

A partir de ahí, con estas normas tan sencillas, ya puedes navegar con la impresionante y magnífica oferta que esta institución pone a tu disposición.

El teatro tiene ese algo de envolvente que no te lo ofrece el cine, y es que más allá de la calidad de la obra a interpretar, el elemento cualificado con respecto a otras expresiones artísticas es el directo, la cercanía, el ver en vivo a los actores que defienden sus papeles, que interactúan con los otros personajes, que incluso se pueden equivocar.

Pues en este mi bautismo de fuego en esta genial herramienta, quería inclinarme por algo no muy intenso, teniendo en cuenta los momentos que vivimos, algo ligerito y con humor. No se me ocurrió algo más a tono que el teatro del genial Jardiel Poncela. Este escritor que, curiosamente, en vida no fue muy reconocido, nos dejó un buen puñado de joyitas, que para los que ya pintamos canas recordaremos a través de esos programas de teatro de los años 80 en TVE (que no sé por qué el teatro desapareció de la televisión pública y tampoco ninguna televisión privada se ha hecho eco de ese «nicho de mercado») que atraían a familias enteras. De hecho, la gente de mi generación ha visto mucho teatro, aunque sea por la tele, la de ahora lamentablemente no ha podido gozar de ese privilegio.

Mi primera elección fue algo de dicho dramaturgo y que yo recordara no haber visto, así que me incliné por esta de título tan sugerente «Carlo Monte en Monte Carlo». La grabación a la que me han dado acceso es de 1996 con actores en los papeles principales razonablemente conocidos, de los que más me sonaban el humorista Raúl Sénder y Lola Baldrich.

Precisamente Raúl Sénder, aparte de personaje de la obra, es una especie de narrador-introductor de cada uno de los actos. Estamos ante una opereta, un género que transita entre la comedia y la ópera ligera, es decir, una comedia con porciones de música; la música, en este caso, también de un ilustre y muy sonado compositor, como fue Jacinto Guerrero. Y precisamente Raúl Sénder en el inicio nos desvela casi una intimidad de Jardiel Poncela y es que no quiso para el estreno de esta obra que fuera interpretada por actores líricos, porque les presuponía sin calidad para darle contenido a esta obra, y yo añado, probablemente porque dichos actores tal vez no estaban dotados de suficiente vis cómica.

Carlo Monte es un seductor y aficionado al juego que amenaza con llegar a Monte Carlo (así se escribe en la obra, por separado, cuando en español y francés es junto) y desbancar el famoso casino de la capital del principado de Mónaco. Las fronteras están ojo avizor pendientes de evitar que Carlo Monte entre en el pequeño país; autoridades, policías y la dirección del casino ponen todo su empeño para ello. Pero Carlo Monte es más hábil y disfrazado se ha internado en el país y además también amenaza con conquistar a toda bella dama que se le cruce por su camino.

No habiendo podido impedir la entrada de Carlo Monte, el casino será el campo de batalla del protagonista que efectivamente, en una buena noche de juego, ya le ha hecho un roto importante a la banca. La estratagema de la dirección del casino no será otra que pagar a una chica para que enamore a Carlo y este abandone el principado por amor.

En una última noche en el casino, Carlo ya está enamorado, pero no ve nada bien que le hayan hecho una jugada tan sucia para conminarlo a marcharse. Y decide jugarse todo lo que tiene.

Bueno, y ya no cuento más. Es una opereta desenfadada, ligera, muy ligera; bajo mi punto de vista puede que no sea de lo mejor de Jardiel Poncela, pero pasas un rato agradable, ves a los actores en directo, que actúan, que declaman, que cantan, que meten alguna morcilla…, esa es la magia del teatro; incluso ves que, aunque son profesionales, también se equivocan y eso hace más sorpresivo el espectáculo. En todo caso, hay retales de ese humor ingenioso, absurdo y particular de Jardiel Poncela que hacen especiales todas sus obras.

Como curiosidad cabe citar que esta obra se estrenó en Madrid en verano de 1939, que uno, en tiempos de crisis como estos, no tiene otra que preguntarse cómo pudo llevarse a término con semejante panorama; pues porque en tiempos convulsos no hay que parar, hay que prepararse para cuando las puertas se abran y todos volvamos a disfrutar de la calle y de la vida al aire libre; es lo que señalaba al principio, todo lo que está sucediéndonos a cada uno de nosotros en estos momentos de pandemia coronavírica, tiene que ser tiempo ganado.

Pues nada, no pierdan la oportunidad de degustar buen teatro con el archivo espectacular de «la Teatroteca» y aficionarse de una vez a esta expresión artística que es casi tan antigua como nuestra existencia.

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