SELLOS DEL PLAN SUR DE VALENCIA, LA SOBRETASA DE UNA OBRA COLOSAL

Va tocando ir echando el cierre, por fortuna, al confinamiento tal y como lo teníamos configurado hasta ahora. El que podamos hacer deporte o pasear, ya da cierto margen para reducir el tiempo libre que teníamos que ocupar en casa.

Los filatélicos en particular y en realidad cualquier coleccionista, hemos tenido la oportunidad de poner al día nuestras colecciones, ahora o nunca, y sí, ha dado tiempo a hacer nuestras colecciones más chulas, más bonitas, más elegantes, más visitables...

Ha habido margen para rescatar viejas reliquias, de descubrir esos sellos que no sabías dónde estaban o que incluso no sabías ni que tenías. El mundo de la filatelia era diversión a lomos de la geografía y la historia mundiales, siempre lo he dicho, y sobre todo entretenimiento; el confinamiento ha sido más llevadero y más completo porque los sellos eran una de tus principales ocupaciones.

Y en este tiempo de organización también ha dado mucho tiempo para reflexionar acerca de esos sellos que han convivido contigo, incluso los comunes, y de los que tampoco les prestaba mayor atención.

He tenido la no muy buena costumbre de acumular demasiados sellos y lo peor es que tengo una montaña de sellos inservibles y repetidos por centenas, del rey actual, del rey emérito y del dictador Franco, y para organizar estos sí que necesitaré otra cuarentena, pero me va a dar igual; quizá otro año. No obstante, y después de organizar mis sellos repetidos de España, no de esas series básicas y archiconocidos y requetepegados y matasellados, al ir reduciendo el volumen de mis cajas se iban quedando esos efectos que no tenían encaje aparente, sellos de colonias españolas, de mutualidades, de ayuntamientos y del Plan Sur de Valencia.

El Plan Sur de Valencia son esos sellos que, si no a montones, todos los filatélicos con una buena cantidad de ellos, venían acompañando, supuestamente, cualquier carta que viniera de Valencia. Probablemente por la edad en la que yo empecé a coleccionar sellos el más típico es aquel que tiene como motivo la Torre de Santa Catalina que yo siempre confundí con el Miguelete, error mío, porque no le presté la más mínima atención. Ese fue un sello que se emitió en 1978 y coincide con el inicio de mi afición.

Es facilísimo que cualquier filatélico de a pie tenga la gran mayoría de los sellos relativos al Plan Sur de Valencia, sobre todo porque se emitieron por millones, en concreto de ese de la Torre de Santa Catalina vieron la luz cien millones de unidades y era obligatorio el uso de esta sobretasa para toda correspondencia que saliera de Valencia.

Como dato meramente anecdótico, amén de que los sellos tienen poco valor monetario, y sí cierto valor anecdótico o histórico si se quiere, de los once efectos que se sacaron a lo largo de la historia a mí sólo me falta uno. Es evidente que todos los que tengo son matasellados pero que si alguna vez quisiera adquirirlos en nuevo los encontraría por un precio módico.

Pues hete tú aquí que tantos años con el Plan Sur de Valencia trasegando de caja a caja o de clasificador a clasificador y yo que me las doy de intentar conocer un poco de todo, no había tenido la curiosidad de saber qué era el tal Plan. Es más, si alguien me hubiera preguntado me temo que habría barruntado con la posibilidad de que ese sello se dedicara a algún plan que tuviera que ver con el desarrollo del medio rural, con la potente agricultura de la provincia de Valencia.

Pues no, el Plan Sur de Valencia me ha descubierto una de las más grandes obras de infraestructuras que se han hecho en la historia de España. Sí que conocía una terrible riada que mediado el siglo pasado provocó en la capital valenciana una auténtica tragedia. En concreto fallecerían ochenta y una personas y cuantiosos daños materiales se reportaron tras el paso de un desbocado Turia por el corazón de la ciudad y ello tuvo lugar el 14 de octubre de 1957. Las crónicas hablan de que en algunos lugares el agua superó los cinco metros con respecto a su nivel habitual.

Históricamente ya se sabía de la virulencia de las aguas del Turia en cuanto llovía con fuerza y especialmente en una zona donde el fenómeno de la gota fría, ahora se le llama DANA, era no infrecuente, por lo que la ciudad fue durante siglos procurando obras de diferente calado para contener esas imponentes avenidas, así se cifran numerosos diques de contención. Pero ya se sabe, las ciudades crecen, muchas al calor de los ríos que son vertebradores y fuentes de riqueza, y como dicen siempre los más viejos, cuando el agua llega, busca su camino natural y le da igual que haya casas, parques, edificios, etc. Y es que el ser humano acostumbra a pensar mejor en el corto plazo que en el largo, tenemos la cintura poco flexible a la hora de mirar más allá.

Aquella riada tuvo que ser un serio problema nacional tal que al ínclito caudillo que, por una vez y sin que sirva de precedente, algo no hizo mal y parece que sabía que las obras públicas eran necesarias para un país en semidesarrollo, debió no dormir bien algunos días y acordó poner en marcha este Plan. Desde luego bien auspiciado y aconsejado por políticos con perfil técnico y muy buenos, y eso es cierto, ya que se rodeó en muchas carteras ministeriales de tecnócratas que sabían lo que hacían más allá de inclinaciones políticas, aunque estos tuvieran que jurar la Biblia bajo el sacrosanto manto de un régimen dictatorial.

La idea era llevar a cabo una obra majestuosa para desviar el curso del Turia a su paso por Valencia que, no solo era y es paso sino que también suponía alterar su final, su desembocadura. Parecer ser que se barajaron tres soluciones, una norte, una central que era la ampliación del cauce natural y la solución sur, que fue por la que se optó, aunque se tuvieran que sacrificar un montón de hectáreas de huerta, pero eso sí, sin afectar a la Albufera.

Aquello fue un faraónico plan que, de algún modo, me recordaba otra obra increíble como fue la desviación del cauce del río Chicago en la ciudad que lleva su nombre. Tuve la fortuna de visitar aquella urbe hace ya más de veinticinco años y aquel río cambió su cauce de otra forma, tal que su cauce discurría unos cuantos kilómetros en paralelo al lago Míchigan hasta su final y se modificó el curso por una cuestión de salubridad (para evitar el taponamiento con sedimentos de su desembocadura). De hecho, tenía algo de curiosidad asomarse a uno de los muchos puentes que tiene el río Chicago en su ciudad y que ese río que circuló desde la Prehistoria de norte a sur, ahora lo hacía al revés.

Bien, pues el diseño de la portentosa obra de ingeniería civil en nuestro país, que se puede considerar de las mayores de nuestra historia, ponía su diana a no menos de diez años vista. El inicio de los trabajos se aprobó por Consejo de ministros en 1958, aunque el grueso de la obra no se ejecutaría hasta 1965, momento en que se adjudicó el contrato correspondiente.

En principio las obras iban a durar seis años y se acabaron antes, en 1969, de la mano de la adjudicataria que fue una unión de las empresas CYT (Cubiertas y Tejados) y MZOV (compañía de construcciones del Ferrocarril de Medina del Campo a Zamora y de Orense a Vigo), empresas que no existen hoy y su heredera es la actual Acciona.

Sí que fue una magna obra y lo mejorcito de la ingeniería española tanto a nivel humano como técnico se dio cita allí. En eso sí que tenemos que estar orgullosos de nuestro país porque hemos tenido grandes profesionales y la técnica más avanzada para afrontar obras públicas de envergadura y hemos podido exportar eso, así el poder haber sido en el siglo XXI los ejecutores del AVE a La Meca o las obras de reforma del canal de Panamá dan fe de ese bagaje.

Aunque esas obras principales del Plan Sur acabaran en 1969 no comenzó a fluir el agua por el nuevo cauce hasta 1973, entonces ¿por qué tengo yo sellos que se emitieron en 1978?, es más ¿por qué salió el último nada menos que en 1985?

En realidad para hablar de estos sellos tendríamos que plantearnos su razón de existir. Aquella obra fue muy costosa, de proporciones colosales, el Estado aportaría el 75 %, el 20 % el consistorio valenciano y el 5 % restante la Diputación.

Claro que para el ayuntamiento de Valencia aquello podría ser un dislate presupuestario, así que la Ley 81/1961, de 23 de diciembre, sobre el Plan Sur de Valencia permitió una batería de medidas para repercutir en la población ese esfuerzo que había que hacer para el bienestar de todos y en su artículo 7.2 a) se previó: «La imposición de un timbre especial de veinticinco céntimos en la correspondencia que se determine expedida en todos los Municipios de la Agrupación “Gran Valencia”, incluso la interior de cada uno de ellos».

Aquella obra fastuosa que implicaba no solo cambiar ese cauce sino construir nuevos diques, azudes para reparto de aguas, viales, carreteras, líneas férreas, conexiones..., también suponía otras obras secundarias no tan urgentes pero que debían completar el diseño del Plan, así el uso del cauce antiguo como zona verde o la misma adecuación de las riberas y accesos varios del cauce nuevo, actuaciones que se extendieron durante años y que por eso permitieron que hubiera un sello hasta 1985, de hecho, los sellos dejaron de usarse oficialmente el 31 de diciembre de 1985.

Cabe considerar que aquellos veinticinco céntimos eran una cantidad respetable en 1961, considerando que el precio de una carta normal era de una peseta, y en la década de los 80 una sincera minucia pues valía esa carta normalizada en 1985 diecisiete pesetas. Hoy, por cierto, la misma vale 0,65 céntimos de euro. Si tuviéramos que medir la inflación en nuestro país por el valor de ese sello en un envío convencional, la tendríamos que calificar de superinflación.

En fin, aquella obra concluyó en su principal esencia y se nos quedaron aquellos curiosos sellos que todos tenemos, reflejo de la colaboración ciudadana en una obra de enormes dimensiones y calado, y que habrá que ir a ver alguna vez o cuando se pueda.

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