"AMÉRICA AMÉRICA", DE ELIA KAZAN

Inicié el 2022, concretamente esa mañana rara del primer día del año, heredera de una noche de excesos, con la sana costumbre, incluso reparadora, de ver una película distinta. Hace años con la germinación de este blog me propuse ver películas relacionadas con el balonmano, pero en apenas un par de años acabé con la escueta lista de producciones de esta temática. Más tarde, en 2016, mi buen amigo Nicolás Linares me abrió el camino a una temática que yo ni siquiera conocía, o tal vez de una forma muy incidental, el genocidio armenio y posterior diáspora que ocurrió en la actual Turquía aprovechando la convulsión de la 1ª Guerra Mundial.

Bien, ciertamente he ido estos años inaugurando este nuevo ciclo vital periódico con una película de esta temática, y lo cierto es que he visto creo que unas seis, y tampoco he buscado mucho más, sobre todo porque tenía en la reserva esta «América América» en la que se habla algo de los armenios, pero no es la temática principal. En realidad la elegí porque, aunque antigua, es relativamente conocida, porque trata del drama de la inmigración y porque también se desarrolla fundamentalmente en Turquía, y aunque se ambienta a finales del siglo XIX y principios del XX, ya se atisba cómo se está radicalizando el Imperio Otomano y comienza a acosar a los que no son turcos puros.

Y es que antes de empezar a entrar en materia, cabe destacar que en esa Turquía del siglo XIX que no se conocía como tal sino como Anatolia, vivían de manera armónica los turcos, también griegos, armenios y otros pueblos. Esto me evoca dos realidades, la primera es que no estaban muy definidas las nacionalidades y los territorios no eran de los gobiernos y sus ideas sino de los pueblos que los constituían y que, por otra parte, en buena parte del mundo había cierto nomadismo, los pueblos estaban por hacer y las gentes viajaban en busca de tierras de promisión; Asia Menor era uno de esos espacios donde había un amplio territorio y se conjugaban muchos pueblos que circulaban libremente y que se respetaban a la par. Hoy día el mundo está más consolidado y pueblos y ciudades están ya montados, y sí que asistimos al nomadismo moderno de gentes de países pobres que emigran a países desarrollados, también hay pérdidas de vidas humanas y hago referencia a las pateras de la muerte.

Dicho esto, este análisis muy particular me lleva a otra reflexión, y es que el mundo es de las gentes que lo habitan, todos los seres humanos somos fruto de alguna emigración, más o menos radical, si miramos tres o cuatro siglos atrás y pudiéramos saber algo de nuestros ancestros probablemente nos sorprenderíamos de nuestro origen. Pero en este mundo mediocre no aprendemos y como ocurrió en esa Turquía que provocó la diáspora armenia, los políticos y las ideas adoctrinan a los pueblos y son los que imponen lo que deben pensar sus súbditos, y todo ello desemboca en que hay que arrinconar a los que no comulgan con los cánones de un nacionalismo inventado e impostado, como también hizo el nazismo con los judíos, o como hoy pretende hacer el supremacismo catalán que está procurando que haya ciudadanos de primera y ciudadanos de segunda, que los primeros por el hecho de llamarse Puig o Serra, tienen más derecho a vivir en esa tierra, pese a que estadísticamente haya más López, García o Pérez.

En esta película de 1963 su director Elia Kazan nos cuenta un relato que tiene ciertos rasgos autobiográficos y que ofrece una visión de cómo estaba la situación en el Imperio Otomano entre finales del XIX y principios del XX; como ya he referido no existía la Turquía que hoy conocemos, se reconocía más como Anatolia, pero amén de razas o religiones, había muchas cosas que unían a todos esos pueblos que allí habitaban, la lengua, las costumbres, incluso sus vestimentas. Elia Kazan, por cierto, emigró con su familia desde Turquía, aunque eran de la minoría griega, al inicio del siglo XX.

Ese Imperio Otomano comenzó ya a perseguir a los armenios, y ese principal enemigo ya se observa que tiene que ser asediado y reprimido, eso se advierte a principio de la película, puesto que el protagonista Stavros Topouzoglu (Statis Giallelis) se gana la vida en una zona rural del interior de Anatolia junto a un joven armenio acarreando bloques de hielo de un monte cercano. Ambos son parados por una milicia y el armenio se salva porque llegó a ser ordenanza con el oficial de la tropa, lo que también da idea de que ambos pueblos, turco y armenio, compartían el mismo destino de defensa de su territorio por encima de orígenes.

A modo de curiosidad y valga como paréntesis, la familia griega utiliza el clásico gorro o sombrero fez, que tan extendido está en la cultura árabe, pero al parecer no era un símbolo de una religión. Incluso Atatürk, el gran modernizador y padre de la Turquía moderna, prohibió este gorro porque pensó que era un signo de rancia antigüedad; hoy se sigue utilizando allí pero más que como uso habitual con un carácter testimonial.

No obstante, se experimenta esa presión sobre los armenios y lo que comienza a ser también una sensación de incomodidad para la minoría griega residente en Anatolia, eso es lo que hace que la familia de Stavros, relativamente acomodada en la referida zona rural, le encomiende la misión de llevar a cabo un viaje tortuoso de varios días hasta la urbe Constantinopla (actual Estambul) adonde vive un tío suyo, allí deberá emprender la empresa de asentarse y prosperar para ir poco a poco trayéndose al resto de su familia en ese éxodo del campo a la ciudad.

Para Stavros, sin embargo, los deseos de su familia, de su padre más concretamente, no son los que él tiene en mente. Stavros sueña con un futuro en Estados Unidos, en América, en esa tierra de oportunidades y también de salvación, de hecho repite como un mantra «América América», obviamente el título de la película.

Su obsesión será la de viajar a América, una tarea para nada exenta de riesgos y dificultades. De principio el viaje a Constantinopla se convertirá en un auténtico campo de minas, de hecho llegará a la capital prácticamente desplumado. El encuentro con su tío será poco menos que un saludo testimonial y Stavros intentará buscarse la vida para conseguir ahorrar lo suficiente con objeto de pagar el billete del barco que le llevará a la tierra prometida. Cuando tiene ya una buena cantidad ahorrada, trabajando de mozo de carga en el puerto, una prostituta le roba prácticamente todo y tendrá que comenzar de nuevo, en este caso tendrá que acudir como último recurso a su tío, y este le conminará para que valore una propuesta razonable que ya le sugirió cuando llegó al principio, y es la de ofrecerse a un asentado comerciante que tiene cuatro hijas a cual más fea (no es así, son actrices razonablemente atractivas pero sin maquillar), y efectivamente llega hasta el límite de comprometerse.

Pero Stavros no cejará en su empeño, su fin es América, él lo sabe, la novia lo sabe y tan sólo lo separan un puñado de libras (se habla de libras y no de liras turcas, no sé si esto fue una mala traducción al español), y su sueño se hará realidad pese a todo y pese a todos.

Detrás de «América América» tenemos el drama de la emigración, salvaje y despiadado, como una especie de revisión del periplo que tendría que hacer Elia Kazan a esa tierra en la que él triunfó y fue un director de cine consumado y exitoso.

La película tiene una duración excesiva, dos horas y tres cuartos, y hoy no pasaría por el filtro de la producción que le hubiera conminado a adelgazarla. Pero es que para Kazan esta es su película, es su identidad y no quiere reservar nada que quiera plasmar. A ratos parece un documental porque quiere transmitir realismo, es más, hasta tengo dudas de que algunas imágenes pudieran ser reales y sacadas de archivos antiguos.

En fin, una buena experiencia para comenzar un año que, como siempre, viene cargado de renovados retos y de ilusiones por cumplir.

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