"LOS NIÑOS DE WINTON", DE JAMES HAWES

Llevo muchos años leyendo libros y viendo series y películas sobre el holocausto acaecido durante la 2ª Guerra Mundial, no me puedo considerar un experto pero sí que tengo bastante juicio acerca de lo que leo o visiono; unas expresiones me gustan más, otras menos, y tengo ese criterio para opinar sobre todo lo nuevo que gravita sobre esta temática.

Justo hace unos días vi, sin saber que era de este tema (porque a veces sí miro de lo que va), «La zona de interés», ovacionada por crítica y público, y sobre todo oscarizada. Y después de visionarla me quedé bastante decepcionado, de lo peor y más indigno que he visto jamás sobre el holocausto. Una película muy psicológica, en la que esperas que vaya a pasar algo más, y no pasa nada, es muy previsible, y el director además mete unas escenas surrealistas que no vienen a cuento. En definitiva, poco reconocimiento se hace a las víctimas de aquel genocidio, al menos esta es mi opinión. El subtítulo no es mío pero lo suscribo, la película podría haberse llamado perfectamente «La zona de desinterés».

Y al hilo de este regusto desagradable que me dejó esa película me enteré por la radio de la existencia de esta otra y de la historia que había detrás. Estamos ante una historia bastante poco conocida, de hecho, podemos decir que estaba prácticamente inédita hasta 1988, cuando la BBC descubrió al mundo a Nicholas Winton, que desde entonces fue llamado el «Schindler británico».

Una película que transcurre en paralelo entre el presente, el de 1988, y el pasado, en 1938, al filo del inicio de la 2ª Guerra Mundial. Son casi dos películas en una y podríamos decir que bascula más sobre el presente que sobre el pasado, o lo que es lo mismo, la historia del pasado se cuenta de forma más breve que la presente. De hecho la historia del pasado acaba más o menos en mitad de la película, la cual da paso a esa revelación que tuvo para la opinión pública una heroica historia desconocida. Dándole, de algún modo, el director (James Hawes) más peso al presente, eligió a un actor que es premonitorio del éxito, el grandísimo Anthony Hopkins, en ese papel del anciano Nicky Winton, un tipo normal y corriente, anónimo, afable y que disfruta de su vejez. Hopkins está realmente sensacional.

Corre ese año 1938 y la amenaza nazi ya es perceptible en toda Europa. Hitler ha tomado Austria y en su afán expansionista se le permite invadir también la región de los Sudetes en Checoslovaquia, con la anuencia de los líderes de Gran Bretaña, Francia e Italia, como un gesto de «buena voluntad» para evitar una más que inminente e inevitable guerra. La presión que se vivía por parte de la población judía hace que en Checoslovaquia mucha gente procedente de esa región huya a Praga en un intento desesperado por separarse de un incierto futuro. Miles de familias con hijos se convierten de la noche a la mañana en refugiados y no tarda en aparecer el hacinamiento, la pobreza, el hambre…

Nicholas Winton es un joven agente de Bolsa enrolado en causas humanitarias el cual es requerido por un amigo en Praga para intentar ayudar en la coordinación de esos refugiados. Allí observa de primera mano la magnitud de la horrible situación que se está viviendo. Como una especie de visionario se da cuenta de que lo que allí ve no puede ir más que a peor y que los que más están sufriendo, los más vulnerables, son los niños. En esos días convulsos decidirá llevar a cabo una operación para trasladar temporalmente a todos los niños que pueda a su país, devolviéndolos en el futuro a sus familias en cuanto la amenaza se disipara.

De vuelta a Gran Bretaña es cuando empezará a organizar todo el operativo, un complejísimo entramado que conllevaba obtener dinero para los billetes de tren, una especie de fianza de 50 libras por cada pequeño, la búsqueda de familias de acogida mientras durara el problema y conseguir, una tarea nada fácil y plena de burocracia, los visados que debía procurar el Gobierno británico. Tal vez el ejercicio más arduo sería el de lograr los fondos de esta operación, para lo cual Winton escribiría centenares de cartas a todo el mundo incluyendo presidentes de gobiernos y personajes influyentes.

Cabe decir que Winton debía contar también con la aprobación de esa operación por parte de la comunidad judía en Checoslovaquia y en una reunión con el rabino jefe de la misma le manifiesta que él también es de ascendencia judía. Efectivamente su familia llegaría a Londres en la segunda mitad del siglo XIX procedente de Alemania con el apellido Wertheim, aunque con posterioridad se cambiaría el apellido e incluso se convertirían al cristianismo.

Winton flotaría sucesivos trenes (Kindertransport), hasta ocho, para traer a niños a su país, en la estación de Londres recibiría a esos niños junto con las familias de acogida. Serían un total de 669 niños los que Winton salvaría de lo que posteriormente se dedujo que sería una muerte segura. Ese operativo no tenía la intención de detenerse y, de hecho, el siguiente debía ser el más numeroso y que llegaría a completar una cifra de 2.000 niños, pero ocurrió lo inevitable y es que los nazis tomarían definitivamente Praga y ese viaje no se llegaría a efectuar jamás. Winton, al parecer, siempre tuvo la conciencia marcada no por los niños que salvó sino por aquellos a los que el destino no les dio una oportunidad para sobrevivir, ya que se demostraría después que la mayoría acabarían en campos de concentración con su imaginable fin. Quizá el triste final de esos niños es lo que hizo que con el paso de los años el recuerdo de aquella inconmensurable hazaña se perdiese con los años y con la muerte de sus amigos y colaboradores, salvo por un volumen que Winton guardaba con celo y al que llamaba el libro de recortes, donde disponía de fotos de los niños, datos de los viajes, direcciones de las familias de acogida…, una información más que precisa para lo que vino después.

Ese libro de recortes permanecía inédito incluso para la esposa de Winton que fue en 1988 cuando tuvo conocimiento de él y quedo impresionada por la magnitud de la historia. Fue ella la que trasladó la información a una historiadora especializada en el holocausto, y esta a su vez la que conectó con la BBC para trasladar este asombrosa aventura vital.

A espaldas de Winton la BBC y sus colaboradores pusieron en valor esta fastuosa historia e invitaron como público y de forma prácticamente anónima a un programa de televisión. En el programa, sin esperarlo Winton (las imágenes son fáciles de encontrar en Internet) revelan la historia del libro de recortes, y justo al lado aparece una de esas niñas ya adulta a las que este hombre bueno salvó medio siglo antes. Ambos se abrazan, en la realidad y en la película, y saltan las lágrimas de los protagonistas, y de los que vemos la película.

En un programa posterior Winton volvería, y dada la repercusión de la historia, se consigue contactar con más niños salvados por este filántropo, los cuales aparecen, también sin saberlo Winton, sentados alrededor suyo y rindiéndole un homenaje de agradecimiento eterno a este ser de luz, otro elemento inevitablemente lacrimoso. Curiosamente en la película, como un guiño y un repetido homenaje a Nicky Winton, la reproducción de esa escena está representada con descendientes reales de esos niños.

Cabe decir que la existencia de Winton fue muy longeva y que vivió hasta los 106 años, fallecería en 2015, lo que añade un punto más excepcional aún a una vida completamente extraordinaria, y se deduce que muchos de esos niños, por su temprana edad y tal vez por el exceso de celo de familias de acogida y a la postre de adopción, quizá nunca les revelaron su origen manteniéndolo en secreto.

En fin, una conmovedora película, titulada en origen como «One live», que me ha llegado muy adentro, como pocas en los últimos años, y también que me compensa con el sabor amargo que me dejó la otra película que comenté al principio.

También es, de algún modo, un homenaje para el grandísimo Anthony Hopkins, que con 86 años ha manejado soberbiamente el papel, no le debe quedar ya, por edad, mucha mecha artística. De algún modo y para los que no estén muy duchos, demuestra que sus registros son muchos más amplios que un mítico Hannibal Lecter; de hecho, y con las evidentes diferencias me acercó al papel amable y generoso de su personaje del doctor Trebes en la aclamada película de 1980 «El hombre elefante».

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