"AFTER LIFE", LA ÚLTIMA GRAN CREACIÓN DE RICKY GERVAIS SIGUE LLEVÁNDONOS AL ÉXTASIS

Sí, Ricky Gervais lo volvió a hacer, en su última, por el momento, serie para televisión, nos inunda de buenas vibraciones a través de un producto que no es necesariamente buenista y ni tan siquiera tiene un final clásicamente feliz.

Desde que conocí a Ricky Gervais lo vengo siguiendo en redes sociales y he procurado ir visionando su legado televisivo, aunque tiene otras facetas. Me identifico con este actor-productor-escritor, por lo que propugna: no es políticamente correcto porque dice verdades que no todo el mundo se atreve a decir, es amante de los animales, defiende las causas justas, no se ha casado y no tiene hijos, ateo y planteándose siempre la trascendencia de esta vida.

La lástima es que no sepa tanto inglés para seguir sus monólogos, que es una de sus facetas artísticas principales y, de hecho, hace giras por todo el mundo; el pasado año estuvo en Barcelona si no recuerdo mal. Sus monólogos son profundos y la clave es la decir una verdad tan absurdamente real, la que nadie quiere contar porque tal vez nadie quiere escuchar, que es jocosa en sí misma.

En este su último proyecto televisivo para Netflix ha logrado hacerme sonreír y también hacerme llorar, porque confieso que me gustaría llorar más y no puedo, y mira que tengo argumentos para hacerlo, pero me he cubierto de cierta capa de insensibilidad que no llego a descifrar si es buena o mala.

Y Gervais nos obsequia con esta maravilla que sin ser la obra maestra que para mí fue «Derek», sigue llegándonos al corazón y nos impulsa a reflexionar profundamente sobre nuestra existencia. Él mismo es su director y guionista.

Curiosamente comencé a ver la serie durante la pandemia, aquella época en la que nos refugiábamos en nuestras casas y consumíamos más por desconexión que por vocación. En ese momento de mi vida las circunstancias que me rodeaban eran radicalmente distintas a las actuales, hoy la lectura que hago es mucho más trascendente, porque también me veo reflejado en la historia o las historias que se cuentan. Mi hijo me la recomendó hace unas semanas y recordé que la había dejado parada en ese instante pandémico y no la retomé, porque no estaba acabada, y ahora él me confirmó que sí, que ya estaba finalizada, y podría llevar a cabo aquí mi humilde reseña. Y además me llegaba en un momento idóneo, en el de la remontada, en el de reconvertirse por dentro para fluir por fuera.

«After life», que se traduce por «Después de la vida» es la historia de Tony Johnson, personaje encarnado por el propio Ricky, un periodista del diario local «La gaceta de Tambury», del ficticio pueblo de Tambury, que se representa como una ciudad de mediana población y cómoda para vivir.

La serie comienza con un Tony devastado por la reciente muerte de su mujer a causa de un cáncer (tangencial serendipia en mi vida). Para Tony su vida está acabada, apenas tiene alientos para hacer nada, lo único que apenas le inspira es la presencia de la querida perra del matrimonio «Good girl», un pastor alemán, o puede que belga, que obliga a Tony a tener cierta actividad cada día, y a la que trata con absoluta dignidad y devoción.

Amén de eso, es obvio que va al trabajo, pero más como una rutina, como ese sustento económico que le permite subsistir. Tampoco es que se le vea especialmente motivado en el trabajo, trabajo que por otra parte tiene cierto perfil patético, porque Tony se encarga de cubrir toda una caterva de noticias curiosas, histriónicas, delirantes, escasamente profesionales…, muchas de ellas las de aquellos que pretenden sentirse famosos por un día: el bebé al que sus padres pintaron un bigotito y que dicen que se parece a Hitler, el señor corto de vista que estuvo durante años escribiendo cartas de amor y depositándolas en una papelera para deposiciones de perros creyendo que era un buzón, la pareja que va a un pub de relaciones abiertas, o la echadora de cartas que es una prolífica escritora del género creado por ella que mezcla lo policíaco y lo erótico, más lo segundo que lo primero.

Hay otro incentivo más que lo aferra a esta vida a la que no le ve sentido, su padre, el hombre tiene demencia senil y cada día va a visitarlo a la residencia donde está. Allí entablará una buena relación con una de las enfermeras.

No podemos olvidar que es un relato de seres humanos con muchos defectos, tal vez como tú y como yo, son antihéroes, pero quién no lo es. No son perfectos, sus vidas no son idílicas, pues también como la de cualquiera como nosotros; y todo ello le da más fuerza a todas esas historias humanas que van girando alrededor del universo de Tony.

Mientras tanto, con esos aspectos que lo adhieren a esta existencia, su vida se repite cada día casi como si fuera «El día de la marmota»: dar de comer y sacar a la calle a la perra, ir al trabajo y cubrir noticias absurdas y visitar al padre; otras escenas se clonan cada capítulo: sentarse en un banco junto a la tumba de su esposa y conversar con una mujer que ha perdido a su marido recientemente mientras hablan de asuntos trascendentes, solucionar problemas de los demás a su particular manera, beber compulsivamente (porque las ganas de suicidarse están latentes) y visionar vídeos de su esposa, cuando él era inmensamente feliz y su vida tenía sentido.

Pero Tony no es feliz, dista mucho de serlo y cuando intenta ser gracioso, algo que al parecer siempre le ha caracterizado, ese humor se convierte en negro y algo despiadado. Es un amargado que se convierte en un borde, que no desea recibir consejos de nadie, que casi provoca el odio de los demás, y no parece que él sea realmente así.

Ni siquiera la enfermera de la residencia de su padre, con la que a duras penas consigue emprender un proyecto de futuro, es la solución a su problema, porque no para de pensar en su esposa, ni otros intentos de salir con mujeres, o simplemente tomarse una copa con amigos, esa página no consigue cerrarla.

No obstante, en las tres temporadas que tiene la serie vemos una ligera evolución del protagonista, más que por solucionar su vida, por intentar encaminarla o equilibrarla con todo lo que le aferra a ella, casi porque su mujer fallecida así se lo ordenó, y va cobrando más poder que el dejarla de una manera trágica y rápida.

Tony buscará y encontrará eso que los japoneses llaman el «ikigai», el tener un motivo altruista para poder darle sentido a la vida de cada uno, el darse por los demás sin esperar nada a cambio.

A través de un recorrido intimista, no exento de sarcasmo y humor, con una elección musical sumamente cuidada, Ricky Gervais volverá a ponernos en el disparadero, en esa atalaya de reflexión sobre la trascendencia de la vida y de la muerte, del mundo futuro, de la amistad y del amor, de lo divino y de lo humano, de que nuestra existencia tiene muchos golpes amargos pero hay que intentar buscar y encontrar ese horizonte de esperanza.

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