A veces uno se marca retos que se van poniendo cuesta arriba a medida que avanzas, tratándose de libros cuando uno ya lleva leída una parte importante del libro mal debe estar lo que viene para abandonarlo, y conozco gente que lo hace y convierten ese tiempo de dedicación en tiempo perdido. Con este libro había que escalar un particular Tourmalet.
Esta novela tenía una doble complejidad, por un lado la que yo siempre marco como obvia, y es que es una novela de un escritor búlgaro y lógicamente escrita originalmente en búlgaro, y sí, la traducción al español es muy buena pero siempre se me representan estas lecturas como una especie de choque cultural a veces inasimilable; por otro lado, en determinados capítulos la lectura es surrealista, compleja, difícil de entender salvo por el contexto, y aun así no la he llegado a comprender casi del todo.
Y, sin embargo, me ha gustado, por varios motivos, no es una novela al uso, tiene partes de novela, muy esquemática bien es cierto, y una parte sustancial de ensayo bastante interesante que te obliga a reflexionar acerca de una de las cuestiones que más abruman al ser humano como es el paso del tiempo.
Efectivamente la novela parte de una realidad bien visible, y es que el patente incremento de la calidad de vida en las sociedades occidentales hace que la esperanza de vida sea cada vez mayor y eso provoca que haya más casos de demencia senil, nuestros cuerpos funcionan razonablemente bien pero la cabeza no. El fenómeno del Alzhéimer se ha instalado en nuestras vidas con tal cotidianidad que es raro que no conozcas a alguien cercano que sufra o haya sufrido esta terrible enfermedad.
A tenor de ello hace no mucho escuché que en algún país europeo, creo que en Países Bajos, se está poniendo en marcha un modelo innovador de residencia de ancianos, y es una en la que los ancianos viven en su propia casa y en una ciudad inventada, pero en otra época, como cincuenta años atrás, tienen una ambientación antigua, supermercados donde pueden comprar productos de hace medio siglo, escuchan la radio con noticias de ese tiempo…, todo con el objetivo de no hacer más penosa la enfermedad a estos mayores, que es consabido que recuerdan mejor el pasado de décadas atrás que el reciente, con la idea de que puedan «vivir» en la ilusión de que sus cabezas aún siguen funcionando en ese pasado que tienen más fresco en sus deterioradas conexiones cerebrales.
Así surge esta idea para Gaustín, el teórico protagonista más o menos anónimo de esta novela, que pretende montar y lo consigue en una suerte de edificio en la exclusiva ciudad suiza de Zúrich ese modelo de negocio tan humano. En cada planta del mismo, a la postre una residencia de día, construye la estética de una década concreta del siglo XX, allí acude esa gente que ha perdido la memoria y que ancla sus recuerdos en un momento concreto de su pasado.
Esta primera parte de la novela ilustra muy bien esa idea, ya digo que fundamentada, o no (desconozco si el autor se ha basado en este proyecto neerlandés al que antes hacía referencia), en algo que ya existe en la realidad. El narrador, que no es Gaustín, sino alguien que teóricamente trabaja con él y bebe de su espíritu, justifica, más que desde el punto de vista científico, sí desde la perspectiva psicológico-psiquiátrica el porqué de esta innovadora solución.
Como ya he apuntado, el reforzamiento de recuerdos pasados a través de una regresión «artificial» en el tiempo, se está revelando como una magnífica terapia para no empeorar la cabeza de nuestros mayores, es factible que estemos hablando de nosotros mismos en un futuro. Y, en todo caso, puede que por encima de esos beneficios de salud, lo de no acrecentar lo que ya está mal, no es descartable que estemos ante otra ventaja más humana, y es el hecho de que las personas que recrean una época pretérita, por poco raciocinio que tengan, son capaces de empatizar más, de sentirse menos tristes, más aferrados a una realidad aunque sea ficticia, la de poder creer, aunque sea en esos atisbos de lucidez, de que todo continúa igual en sus vidas, una normalidad que es el más radical de los pilares de la felicidad.
Gaustín ha conseguido generar un ambiente propicio en cada piso, recrea décadas con suma minuciosidad, hay todo un trabajo detrás de mucha ilustración, de recabar todos los materiales, maquinaria, decoración, que hagan de esas plantas un paraíso para el recuerdo, como si adentrarte en ellas fuera como regresar en el tiempo sin que tengas conciencia de que esa regresión es meramente artificial.
Esta primera parte es tremendamente reflexiva, mientras vamos observando el prodigio creado por Gaustín a tenor de sus óptimos resultados, también estamos analizando nosotros mismos el paso del tiempo, lo imperdurable de nuestra existencia, la inalcanzabilidad del presente, el anclaje del pasado y un futuro que no existe y que bien pudiera ser el que no nos imaginamos, porque todo nuestro ser es enormemente voluble.
Como he dicho Gaustín es un protagonista más o menos anónimo, como un hacedor de este pequeño milagro al que el narrador da vida como si fuera un gurú o un filósofo. Pero un análisis literario nos diría que ese narrador es una especie de alter ego del propio Gaustín, en su faceta de ayudante.
El experimento de sus pisos ambientados en épocas trasciende fronteras, y es cuando la novela se torna más ensayo si cabe, es cuando surge en Europa la posibilidad no de tener pisos o residencias de las características diseñadas por Gaustín, sino que directamente todo un país entero regrese al pasado, que se construya el país en una década concreta, no demasiado lejana, haciendo casi un remedo de aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Y así es, en una suerte de fábula disparatada, todos los países de Europa se proponen hacer referéndums destinados a elegir si vuelven a atrás en el tiempo y a qué época.
Hay toda una parte entera dedicada a la visita del narrador a su Bulgaria natal en vísperas de ese referéndum. Allí hace un repaso por la historia contemporánea de su país y se adentra en las rencillas para defender la idea de tal o cual época, están por un lado los nuevos demócratas que anhelan una época relativamente reciente, y los acérrimos del neocomunismo que pretenden otras décadas más pretéritas.
El novelista ha tratado de ilustrarse adecuadamente y nos va mostrando los resultados de cada país, que es una manera de indicarnos qué época es la más boyante para esa nación. Para España, tratándose de ir hacia atrás en el tiempo es más que lógico pensar que pocos españoles de ahora querrían hacer una regresión al franquismo, y el autor propone que nos inclinamos por los 80, yo diría que no está mal, porque lo de las últimas dos décadas ha sido un lento avance salpicado por crisis económicas y COVID, y una corrupción que nos asquea a todos; tal vez pondría el pero en que aquella década fue terrible para la seguridad de mucha gente a causa del terrorismo imperante.
La última parte del libro es muy intimista, demasiado introspectiva, nuevamente el personaje vuelve a reflexionar sobre el paso del tiempo y la fragilidad de nuestras mentes, de tal guisa que hay que disfrutar de ese presente marcado por el pasado porque vivimos en una sociedad de creciente calidad de vida donde cada vez tenemos más heridos en la batalla del recuerdo, que seguramente van a necesitar algún refugio del tiempo, que es como también se conoce a esta novela escrita en 2020 y que precisamente tiene ese matiz de ser como una reflexión en medio de la pandemia. La novela fue un fenómeno literario en toda Europa.
Comentarios